Pedro Benítez (ALN).- El dramático asesinato del periodista y candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio ha tenido un impacto mundial y con más razón para el propio Ecuador donde el trágico suceso puede ser un antes y un después.
Es lógico que de manera inmediata se le buscarán otro análogos como el crimen contra Luis Donaldo Colosio en 1994, candidato presidencial del PRI y amplio favorito en las elecciones mexicanas de ese año; o los ocurridos en Colombia entre 1987 y 1995 contra los candidatos o ex candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado. Una conexión entre todos los mencionados fue el papel, real o supuesto, del narcotráfico.
Sin embargo, por las circunstancias en las que ocurrió, el asesinato de Villavicencio guarda más similitud con el atentando que segó la vida de Rodrigo Lara Bonilla, entonces ministro de Justicia de Colombia, el 30 de abril de 1984. Ese crimen perpetrado por sicarios fue el momento en el cual la sociedad y las instituciones colombianas se dieron cuenta del poder que el narcotráfico había alcanzado en ese país. Fue el inició de una guerra.
Durante el resto de los años ochenta y todo los noventa del siglo pasado la violencia del narco, mezclada con la de tipo político, colocó varias veces contra las cuerdas al Estado colombiano. Algo parecido a lo ocurrido en México a partir de 2006 cuando el ex presidente Felipe Calderón le declaró la guerra al narco y sacó el Ejército a la calle a fin de combatir a los carteles. En los dos casos las tasas de homicidios se dispararon.
En Colombia los datos indican una mejora con respecto a hace veinte años, aunque las acciones de los grupos al margen del Estado no han cesado. En cambio, en México, aunque es menos espectacular, sigue intacta.
Todo indica que Ecuador está entrando en una epidemia de violencia muy similar. Hace tres semanas fue asesinado el reelegido alcalde de la ciudad de Manta, Agustín Intriago, y en la campaña regional de febrero también lo fueron dos candidatos a alcaldes, en medio de una ola de violencia incontrolada.
Según la cifras, el punto de quiebre en Ecuador fueron las protestas de octubre del 2019 que casi sacan de la Presidencia a Lenin Moreno; a partir de ese momento la criminalidad y la guerra entre bandas se desbordaron en Guayaquil y sus alrededores en una sangrienta disputa por controlar las redes del tráfico de drogas hacia Europa. Sin embargo, como suele ocurrir, ese problema se venía incubando desde muchos años antes.
Sistemáticamente acosado por el correísmo que ha buscado todas las maneras de sacarlo del poder, Guillermo Lasso se ha visto en sus dos años de mandato impotente ante la violencia criminal, que lo ha sobrepasado, siendo este uno de los fracasos que se le achacan. Por consiguiente, es lógico que el tema sea el centro de las preocupaciones de los ecuatorianos y resolverlo la bandera principal de varios de los candidatos en la actual campaña electoral, como era el caso de Fernando Villavicencio.
Éste estaba en carrera por intentar pasar a la segunda vuelta con la favorita en las encuestas, la candidata del correísmo Luisa González. Como periodista fue un duro crítico de Rafael Correa y que llevaba años denunciando el narcotráfico; hizo de esto último el eje de su discurso.
Impedido de presentarse nuevamente como candidato presidencial y considerado prófugo por la Justicia ecuatoriana, Correa ha postulado a esta vez a su ex ministra del Trabajo por el Movimiento Revolución Ciudadana (RC), una diputada de 45 años caracterizada por su profundo conservadurismo social. Su apuesta ha consistido en ganar la elección en primera vuelta para asegurar la presidencia y que no le ocurra lo de 2021, donde su candidato Andrés Arauz ganó, pero fue derrotado en segunda instancia por Lasso.
No obstante, los sondeos indican que Luisa González tiene el 30% de las preferencias. El cálculo de los demás candidatos es pasar a la segunda vuelta y acaparar allí el voto anticorreista, que en realidad es el segundo partido político de Ecuador. Para eso, varios de ellos han tomado como bandera el combate al crimen del narco, acusando varias veces al correísmo de estar coludido con las bandas delictivas.
Sea eso cierto o no, el caso es que ese ha sido un tema incómodo para Correa pues siempre lo evade. Como presidente entre 2007 y 2017 se adscribió a una tesis muy difundida según la cual los delincuentes son producto de las condiciones sociales y económicas. Parecido a lo Andrés Manuel López Obrador ha resumido como: “repartir abrazos y no balazos”, para bajar el crimen en México. Dirigiendo la campaña desde Bélgica, atribuye todo cuanto va mal en su país a los gobiernos de Moreno y Lasso a los que acusa de haber destruido su legado haciendo de Ecuador, según sus palabras, un Estado fallido. Su principal oferta es la de la “venganza” contra sus adversarios.
De modo, que de cara a la elección del próximo 20 agosto, son inevitables las consecuencias del impacto de un crimen difundido de inmediato por las redes sociales. Independiente del resultado, Ecuador es otro país de la región que cae en los tentáculos del narco y donde el asesinato Fernando Villavicencio quedará, como tantos otros, en la bruma de la duda y las teorías de la conspiración. Nunca habrá certeza de a quién benefició el crimen, pero sí a quienes perjudicó: a los ecuatorianos.