Pedro Benítez (ALN).- Que no hay forma ni manera que en Venezuela ocurra una recuperación económica sin electricidad se ha puesto en evidencia, de manera abrumadora y con toda su crudeza, a lo largo de los últimos diez días en el estado Nueva Esparta, otrora corazón del turismo nacional. La burbuja explota por su lado más débil: la falta de electricidad.
Desde el pasado viernes 11, por una avería ocurrida en un gasoducto que desde el vecino estado Sucre provee gas a las termogeneradoras de la entidad, a los residentes y turistas les fue impuesto un draconiano racionamiento en el servicio eléctrico (los tristemente célebres apagones) de 9 a 12 horas diarias de duración. Escuelas, oficinas públicas, tiendas, centros comerciales, hoteles y posadas se vieron paralizados, o llevaron sus actividades al mínimo, en una parte del país que se pretende exhibir como una vitrina que tiene un cartelito abajo que anuncia: “Venezuela se arregló”. Pues bien, a la exhibición se le quemaron los bombillos que la iluminan.
Según la versión oficial el cableado submarino (cuatro cables de 115 mil voltios), que desde el Sistema Interconectado Nacional suministra energía eléctrica, no es suficiente para atender las necesidades de ese estado. A eso hay que sumar las conocidas restricciones en el abastecimiento de gasolina que, a su vez, dificultan el funcionamiento de las plantas eléctricas de autogeneración en hoteles y residencias familiares con la que los privados intentan paliar estas situaciones en nuestro país. El conocido infierno venezolano.
Un diligente vocero del partido gobernante (PSUV) explicó el infortunio de la siguiente manera: “La situación actual es que las terribles lluvias han impactado en todo el país y es conocido por todo el mundo” (sic).
Una crisis que ya dura más de una década
No obstante, vale la pena comentar tan reveladora afirmación. En primer lugar la crisis eléctrica en Nueva Esparta, así como en el resto de la geografía venezolana, que lleva más una década de duración, está lejos de superarse. Eso pese a los 60 millones de dólares (cifras oficiales) que se han (mal) gastado desde que el Gobierno nacional decretó la emergencia eléctrica en diciembre del de cada vez más lejano año 2009.
Por ese entonces (hagamos memoria) se atribuyó aquella crisis también a causas climáticas. El fenómeno de El Niño habría afectado el embalse de Guri, principal fuente de generación de energía eléctrica para todo el país. A continuación se responsabilizó a los siempre nefastos gobiernos del antiguo régimen político, que tuvieron la mala idea de edificar varias de las mayores centrales hidroeléctricas del mundo en el bajo Caroní. Y mejor no recordemos que desde el alto gobierno se llegó a responsabilizar de la crisis al estilo de vida consumista de la clase media venezolana, en particular de la ciudad de Maracaibo.
Así que, aquí estamos, varios años y miles de millones de dólares después culpando otra vez al clima de las fallas del sistema eléctrico nacional.
¿»Terribles lluvias»?
Que se sepa, la isla de Margarita, sus alrededores y su vecino estado Sucre, no han sido víctimas en las últimas semanas del paso de un devastador huracán como el que por esta temporada asoló (entre otros lugares del Caribe) la isla de Cuba y la península de Florida. De modo que es poco verosímil atribuir a unas “terribles lluvias” que todo un estado venezolano se quede sin fluido eléctrico durante toda una semana. Lo cierto es que antes de este incidente ya había problemas de suministro hacia la isla, por la misma razón por la cual hoy la mayor parte del país sigue padeciendo los rigores de los apagones. En ciudades tan importantes como Maracaibo (la segunda más grande), San Cristóbal, Mérida o Barquisimeto, los cortes en el servicio son hechos cotidianos que se prolongan por horas enteras. Pero claro, esas ciudades no son vitrinas. Aquí se repite aquello de que todos somos iguales pero unos son más iguales que otros.
Esta situación no puede ser de otra manera dado el estado de precariedad en que se encuentran las infraestructuras nacionales; la piratería con que se manejan los entes públicos, donde se premia la lealtad política antes que la capacidad profesional; y, por supuesto, al conjunto de erradas y disparatadas “políticas públicas” con que se ha manejado la nación durante dos décadas, y de las cuales el sistema eléctrico nacional es, tal vez, el más evidente de todos.
El anterior jefe de Estado cumplió (entre otros) un viejo sueño de la parte de la izquierda venezolana de nacionalizar (en realidad estatizar) en 2007 la Electricidad de Caracas, empresa que durante muchas décadas fue el símbolo del capitalismo venezolano. Poco importó que fueran los privados los pioneros en establecer ese servicio en Maracaibo y Caracas a fines del siglo XIX, cuando hacer eso no era negocio en aquella Venezuela, pero si el sueño loco de unos visionarios. Tampoco que esos privados demostraron también durante más de un siglo que podían brindar un servicio razonablemente eficiente a una población urbana cada vez más numerosa. Así que, en vez de replicar ese modelo de gestión al resto del país, el Estado venezolano optó en 2007 por reservarse todas las actividades de generación y transmisión.
Desprofesionalización
Paralelamente se llevó a cabo el proceso de desprofesionalización de Edelca, la estatal venezolana creada en los años sesenta del siglo pasado encargada de manejar las hidroeléctricas de Guayana, así como el Sistema Interconectado Nacional. En una reacción contra el estado de cosas anterior, y en medio de una intensa polarización social, se empezó a retirar al personal que fuera muy opositor o escuálido, así como a suspender los planes y proyectos heredados.
De esa manera Venezuela se fue hundiendo en un laberinto eléctrico en el que, además, empezaron los problemas de coordinación y luchas de poder que caracterizan al grupo gobernante.
Por ejemplo, en el 2010 se sabía que había que sustituir los transformadores causantes del mega apagón que ese año dejó sin servicio eléctrico por horas a cincos estados del occidente de Venezuela y a Maracaibo en pleno verano. Pero no se hizo. Una versión de la época afirmaba que PDVSA no había dado los recursos en el tiempo y en las cantidades requeridas al Ministerio de Electricidad, como parte de la lucha de poder de Rafael Ramírez contra Alí Rodríguez. Un hecho curioso, si se tiene en cuenta que el Ministerio de Electricidad se creó para salvar la responsabilidad de Ramírez como encargado directo del sector desde el 2004. Curioso, pero creíble, pues la táctica de poder de “divide y reinaras” creó un caos de gestión donde distintos grupos pugnaban unos contra otros: El grupo de PDVSA contra el de Alí Rodríguez. El de las muy socialistas Cadafe y Electricidad de Caracas entre sí, y los sindicatos revolucionarios presionando por radicalizar el proceso, aunque nadie sabía para qué. La guinda del pastel consistió en centralizar todo en Corpoelec, con lo cual se metió a todos esos gatos en el mismo saco.
Asesoría de Fidel Castro
Otro paso revelador se dio cuando, en medio de la crisis eléctrica, se atendió la asesoría de Fidel Castro en la materia. Como sabemos, ese gran estadista que hizo de Cuba la envidia de Suiza.
Detengamos el relato de este capítulo de la historia nacional para llegar a lo importante hoy: mientras que en Venezuela no se reviertan el conjunto de medidas absurdas y estúpidas que llevaron el sector eléctrico nacional a esta crisis interminable, no habrá recuperación económica. La única manera de mejorar la generación, transmisión y distribución de electricidad en todo el país es invirtiendo más. O lo hace el Estado o lo hacen los privados. Nadie está haciendo eso hoy en Venezuela. Punto.
El país tiene un problema muy serio de falta de mantenimiento, de gestión y de una política pública adecuada en el sector eléctrico. El problema es un asunto de sentido común y de conocimientos técnicos, que no se va a resolver con improvisaciones o militarizando las decisiones, y tampoco persiguiendo (como ya se ha hecho) a los que digan lo evidente; es decir, que dos más dos son cuatro.