(EFE).- El 4 de febrero de 1992 el nombre del entonces teniente coronel Hugo Chávez se hizo familiar para los venezolanos. Al frente de 2.000 soldados lideró un golpe de Estado que fracasó, pero que le sirvió para, siete años más tarde, llegar a la Presidencia de Venezuela con una idea fija en su mente: «cambiarlo todo».
«Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital», dijo tras su fracaso un Chávez delgado, cariacontecido y todavía tocado con su boina roja de paracaidista.
Frente a los principales micrófonos del país, se reconoció como un militar fallido, pero comenzó a construir su mito político. Los venezolanos, muchos de los cuales le veían por primera vez, le escucharon prometer que vendrían «nuevas situaciones» que iban a permitir «al país enrumbarse hacia un destino mejor».
Nace el mito
Más allá del golpe contra un gobierno democrático que encabezaba el presidente Carlos Andrés Pérez (conocido popularmente como CAP), la consultora política venezolana de Dataestrategia y profesora de comunicación política de la Universidad de Navarra Carmen Beatriz Fernández explica a Efe que ese día supuso también que Chávez se anotara «éxitos enormes desde el punto de vista político».
«La sociedad, como un todo, no condenó el golpe de Estado, sino que, por el contrario, Chávez da un magnífico discurso de un minuto, donde buena parte de la sociedad ve en ese militar unas virtudes que no estaba viendo en la sociedad», comenta.
Fue, agrega, «esa capacidad de hacer mea culpa» y asumir el fracaso de su golpe contra CAP.
«En esa capacidad de hacerse cargo del fracaso y asumir los costos del fracaso vieron un gesto de hidalguía y responsabilidad, muy distinto a lo que fue Chávez después. Cuando empezó a gobernar (en 1999) todo fue evadir culpas», agrega acerca de ese primer dardo lanzado por el militar a los venezolanos.
Descontento
El mero mensaje es una muestra del caos de la jornada. CAP, un socialdemócrata que vivía su segundo mandato, volvía del Foro Económico Mundial de Davos en el que había expuesto su programa de reformas económicas y exhibido su popularidad exterior.
Sin embargo, en el país, estas medidas, que incluían el aumento del precio de la gasolina o las tarifas del transporte, generaron un profundo descontento que minó el capital que Pérez se granjeó en su primer mandato (1974-1979).
Ese contraste presentó a Chávez como su antítesis y, según explica Fernández, «hubo una respuesta de la sociedad ante ese golpe que glorificaba a los golpistas» e hizo de su líder «una figura muy importante que terminaría llevándolo a la Presidencia».
Un golpe contra el sino de los tiempos
El golpe de Chávez, que sus herederos califican apenas de «rebelión cívico-militar», no solo estuvo dirigido contra un presidente electo en las urnas, sino también con lo que, en ese momento, parecía el sino de los tiempos.
La caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría llevó ese mismo año al estadounidense Francis Fukuyama a proclamar el fin de la historia y el triunfo de las democracias liberales, un movimiento que parecía tratar de eludir el militar venezolano.
El sentido contrario que adoptó, supuso para Fernández «el comienzo de lo que estaba pasando», pues, en el mundo y después del teniente coronel «han venido muchos otros Chávez que no siguen el guion del fin de la historia».
«Chávez fue un precursor de lo que estamos viendo en el mundo, es un punto de inflexión donde los avances de las democracias globales pararon», destaca la politóloga.
Su llegada al poder y el éxito de unas propuestas basadas en el nacionalismo y la justicia social han traído lo que Fernández considera como «el deterioro de la democracia venezolana», pero todo comenzó con «una canallada y un atentado contra la democracia» de la que mañana se cumplen 30 años.
Una rebelión que ha quedado en el imaginario
Ese golpe del 4F ha quedado en el imaginario de los chavistas y pervive como parte de los símbolos del hombre al que vieron por primera vez una noche de tiroteos.
Se identifican poniéndose un brazalete con la bandera de Venezuela, así como hicieron los golpistas para distinguirse de los leales al Gobierno legítimo, reducen la jornada a una «rebelión» o ahora, tras su muerte, proclaman que viven «el 4F por ahora y para siempre». El golpe de Estado les formó e identificó y de su memoria siguen viviendo.
Tan es así que su heredero, el que ocupó el Palacio de Miraflores a su muerte, prometió seguir su legado y cumplir su promesa.
«El comandante Hugo Chávez lo cambio todo, para eso vino. Y quiero decirles a ustedes (…) que yo estoy aquí, al igual que Chávez, para cambiarlo todo, para continuar la revolución», advirtió Nicolás Maduro en 2013, poco después de llegar a la Presidencia, frente a un nutrido grupo de militares.
Por Gonzalo Domínguez Loeda / EFE