Pedro Benítez (ALN).- Donald Trump le hace un desplante colateral a Nicolás Maduro. Este le ha enviado por todos los medios posibles mensajes de buena voluntad para establecer un diálogo directo. Hasta dio un aporte de 500.000 dólares a través de la empresa Citgo, filial de Petróleos de Venezuela (PDVSA), destinado a la toma de posesión del presidente estadounidense. Pero la respuesta de este ha sido la negación absoluta. Sin embargo, el inquilino de la Casa Blanca no ha esperado ni 24 horas para aceptar la invitación del líder norcoreano Kim Jong-un a un encuentro personal.
Estos son los giros inesperados de la política mundial, en particular cuando está en manos de personajes impredecibles. Parece que la “teoría del loco” funciona. Aquella atribuida a otro presidente norteamericano, Richard Nixon, según la cual este debía aparentar un comportamiento irracional y volátil para sentar en la mesa de negociaciones a norvietnamitas, chinos y soviéticos.
Se dice que esa táctica le funcionó a Ronald Reagan para conseguir la liberación de los rehenes norteamericanos en Irán en 1981.
La mayoría de los especialistas en la historia contemporánea mundial coinciden en que fue precisamente gracias a la fama de duros anticomunistas que Nixon y Reagan consiguieron negociar con las dos grandes potencias comunistas del mundo. Uno comenzó el acercamiento a la China de Mao Zedong en 1972. El otro, que había calificado a la URSS como “el imperio del mal”, fue quien finalmente construyó con Mijaíl Gorbachov el acuerdo que puso fin a la Guerra Fría.
Trump ha sostenido e incrementado esa estrategia y promete seguir con ella. Incluso considera seriamente aplicar un embargo de petróleo
Este sería el estilo duro e impredecible que Donald Trump estaría aplicando en la relación con el resto del mundo y con él acaba de sorprender al planeta entero hace horas al aceptar la invitación del líder norcoreano Kim Jong-un para un encuentro cara a cara. Esto, pese a meses de amenazas, insultos y burlas mutuas.
Pero no todos mandatarios del mundo tienen la fortuna de que sus invitaciones sean atendidas tan diligentemente por Trump. Uno de ellos es el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
Por alguna razón, o por influencia de algún asesor, a Maduro se le convenció de que podía llegar a algún tipo de entendimiento con el magnate neoyorquino convertido en presidente, quien, después de todo, parecía inclinado a iniciar una era de aislamiento de Estados Unidos y mantener buenas relaciones con Vladimir Putin, un aparente amigo del régimen chavista. Además, Trump emergió como parte de la ola antiglobalización con la que el chavismo (así como la izquierda mundial) se siente identificado, y como una reacción contra el tradicional establecimiento político norteamericano.
La estrategia de Trump
Pero más allá de eso Maduro ha sido consciente de que su debilidad estratégica internacional no es otra que la dependencia económica de Estados Unidos. A diferencia de Cuba, Venezuela todavía tiene hoy una estrecha relación financiera y petrolera con la república del norte. Esa ha sido una de las razones por las cuales ha hecho todo lo posible por no entrar en default con los bancos y tenedores de deuda pública venezolana, que en su mayoría operan en Wall Street. Dejar de pagar implicaba cortar de tajo las fuentes de financiamiento y crédito que han mantenido en pie la estructura política del régimen.
Resulta que el chavismo-madurismo no es tan anticapitalista como aparenta. El principal mercado de financiamiento del socialismo del siglo XXI, que tanta admiración ha manifestado por Noam Chomsky, ha sido Wall Street. De hecho, la mayor parte de la deuda venezolana está contratada según las leyes del estado Nueva York.
Así fue como en enero de 2016 Maduro autorizó realizar por medio de la empresa Citgo, filial de Petróleos de Venezuela (PDVSA), un aporte de 500.000 dólares para el comité organizador de la ceremonia de toma de posesión del presidente estadounidense. Una contribución similar en cantidad a las de Exxon y JP Morgan Chase para la misma ocasión.
Desde entonces no han cesado los intentos (públicos y privados) de conseguir un acercamiento con Trump, alternados con las bravatas antiimperialistas. Ha sido una actitud ambivalente.
El más reciente mensaje de buena voluntad por parte del mandatario venezolano a su homólogo estadounidense fue desde su cuenta de Twitter:
.@RealDonaldTrump hizo campaña promoviendo la no intromisión en los asuntos internos de otros países. Llegó el momento de cumplirlo y cambiar su agenda de agresión por una de diálogo. ¿Diálogo en Caracas o Washington DC? Hora y lugar y ahí estaré.
— Nicolás Maduro (@NicolasMaduro) 19 de febrero de 2018
Pero la respuesta de la Casa Blanca fue tan rápida como rotunda: Dialogará “tan pronto se reestablezca la democracia” en Venezuela.
Con respecto al régimen venezolano la actitud de la Administración Trump no ha sido hasta ahora muy distinta (en la práctica) a la de Barack Obama en sus últimos dos años de gobierno, en los cuales mientras realizaba un ostentoso acercamiento a la Cuba de Raúl Castro, le daba un tratamiento totalmente diferente al gobierno de Maduro, iniciando la escalada de sanciones personales a sus funcionarios. Un trato para los camaradas cubanos y otro para sus aliados venezolanos.
Donald Trump ha sostenido e incrementado esa estrategia y promete seguir con ella próximamente. Incluso considera seriamente aplicar un embargo de petróleo. Esto indica que está decidido a dar todo su apoyo para desplazar a Maduro del poder y cerrado a cualquier tipo de entendimiento con este.
Es una cuestión de poder. El líder norcoreano tiene armas nucleares y está al frente de un régimen que por más ruinoso y despótico que sea, se percibe estable. Maduro no dispone de ojivas nucleares y su gobierno parece todo menos sólido.