Daniel Gómez (ALN).- La expresidenta de Brasil aterriza en Madrid para defender una democracia “gravemente amenazada”, como ella misma señaló en un comunicado. Para Rousseff, el encarcelamiento de su mentor, Lula da Silva, así como la destitución a la que fue sometida en 2016, ponen en riesgo la estabilidad de Brasil.
Dilma Rousseff no pudo ser más oportuna. La expresidenta brasileña aterriza este martes en Madrid dejando atrás un Brasil convulso y dividido tras el encarcelamiento el pasado sábado del exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a 12 años de prisión.
Rousseff impartirá en la Casa de América una conferencia titulada “Brasil: una democracia amenazada”. Este mensaje ha sido central en el discurso de la expresidenta desde que el Congreso brasileño la destituyó el 31 agosto de 2016.
Rousseff tiene muy presente esa fecha. Para ella, hasta la prisión de Lula da Silva tuvo que ver con aquello. “Es una etapa más del golpe iniciado en 2016 con mi impeachment”, apuntó en un comunicado este domingo.
En dicho documento añade que el encarcelamiento de Lula es una medida “injusta y arbitraria” que afecta a “nuestra frágil democracia, gravemente amenazada”.
Los estragos de la corrupción
Rousseff fue destituida por maquillar las cuentas del Estado en su beneficio. También se le acusa de pertenecer a la operación Lava Jato. Según la justicia, participó en la red de corrupción y blanqueo de la petrolera estatal Petrobras, el mismo escándalo que llevó a la cárcel a su mentor Lula da Silva.
Lula, mítico líder sindical, icono de la izquierda latinoamericana, ingresó este sábado en prisión. Todo se precipitó la semana pasada. Primero, el Supremo Tribunal Federal rechazó el último recurso de la defensa del exmandatario. Y después, el juez Sérgio Moro ordenó el encarcelamiento inmediato de Lula.
Tras dos días de resistencia, el líder del Partido de los Trabajadores se entregó a la policía. “Voy a atender el mandato para que no digan mañana que soy un prófugo y que me estoy escondiendo. Voy para que sepan que no tengo miedo”, dijo Lula rodeado de simpatizantes en el sindicato metalúrgico de São Bernardo do Campo donde se refugió.
Lula, quien aún figura como candidato a las elecciones presidenciales de octubre, lidera las encuestas al Palacio de Planalto. Todo lo contrario que Michel Temer. Presidente de Brasil desde el impeachment de Rousseff, Temer cuenta con el apoyo de apenas 5% de los brasileños, según un sondeo realizado por Ibope para la Confederación Nacional de Industrias.
La crisis de reputación de Temer tiene que ver con la corrupción. De momento, ha conseguido librarse de dos procesos de destitución. En mayo de 2017 se divulgó la grabación de una conversación entre Temer y el empresario del gigante de la alimentación JBS, Joesley Batista, donde el presidente avaló la entrega de un soborno al exdiputado encarcelado Eduardo Cunha para comprar su silencio. Y otro, porque, según la fiscalía, su partido, el Movimiento Democrático Brasileño, se convirtió en un cártel que recibió sobornos por 190 millones de dólares.
Ante este convulso panorama, los militares ganan fuerza en el debate público. De hecho, Jair Bolsonaro, un exmilitar al que tildan de homófobo y racista, ocupa el segundo lugar de cara a las presidenciales de octubre, según la última encuesta de Datafolha.
El miedo de Rousseff
Aquí es donde aparece el gran miedo de Dilma Rousseff. Ella sabe más que nadie lo que se sufrió en la dictadura militar que imperó en Brasil.
Rousseff, sobre la prisión de Lula: “Es una etapa más del golpe iniciado en 2016 con mi impeachment”
Entre 1965 y 1968, Rousseff fue encarcelada y torturada por el régimen. Según contó la propia Rousseff en 2001 en la Comisión Estatal de Indemnización a las Víctimas de la Tortura, la humillaron y golpearon, llegando incluso a perder dientes y sufrir dolores de mandíbula.
Son contadas las veces que Rousseff se ha referido al tema y cuando lo ha hecho se emociona. Por eso es un tema que prefiere no nombrar en público, aunque ella siga teniéndolo muy presente, mucho más que aquel 31 de agosto que despertó su gran miedo: una vuelta al pasado, el fin de una democracia cuya vigencia defenderá en Madrid.