Nelson Rivera (ALN).- Todas las escandalosas reapariciones del exfutbolista argentino gozan de popularidad. Maradona es el cachorro predilecto de la política populista. En su cuenta de Twitter se pueden rastrear sus encuentros con Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Rafael Correa o Evo Morales. Sentado frente a la máquina me pregunto si el hecho de ser un seguidor del fútbol -huelga decirlo: no lo soy- facilita digerirlo mejor, sentir alguna forma de empatía. También vale preguntarse por la hipótesis contraria: si los que vivimos ajenos al prolífico espectáculo de los deportes, tenemos una menor disposición a entender las señas de un señor tan noticioso como Diego Armando Maradona. Alejado de las gradas, se corre el riesgo de cargarle las tintas. Escribir sobre Maradona supone escoger cómo hacerlo, escoger desde dónde observarle.
La semana pasada, el miércoles 15, la prensa española publicó el contenido de un supuesto, que habría ocurrido ese mismo día: supuestamente Maradona habría agredido a su novia; supuestamente la novia avisó a la recepción de lo que estaba pasando; supuestamente el hotel se comunicó con la policía; supuestamente la novia, cargando con la agresión a cuestas, no ha querido denunciarle; supuestamente, derivado de la cadena de supuestos anteriores, la Policía se ha retirado sin intervenir. Nada de esto, me parece, constituye una novedad: la cadena de supuestos es inherente al universo Maradona.
#ÚLTIMAHORA La Policía acude a un hotel de Madrid alertada por una supuesta agresión de Maradona a su novia https://t.co/FZc7KUCzaA pic.twitter.com/NUpsyY3HZx
— Antena3Noticias (@A3Noticias) 15 de febrero de 2017
Puesto que está constituido de supuestos, todo en Maradona está en litigio. Asociado a algún conflicto. El primero de ellos, el de si se le puede considerar o no el mejor futbolista de todos los tiempos, o si está condenado a ocupar el segundo lugar, siempre a la zaga de Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, que fue designado por la FIFA en el año 2000 como el mejor futbolista del siglo XX, lo persigue.
Una muy breve lista de acontecimientos puede servirnos de guía: ha tenido varios apodos, como por ejemplo “el barrilete cósmico”, “el pibe de oro” y “el pelusa”; ha sido un asiduo de tribunales: por participar en peleas callejeras de carácter etílico, por no pagar impuestos, por desconocer la paternidad de distintos hijos, por posesión de cocaína, por agredir a periodistas, por lanzarle un vaso a la cabeza a una señora en una isla de Polinesia, por embestir con su vehículo una cabina telefónica donde estaban dos personas, por un rosario de conflictos con la señora Claudia Villafañe, su exesposa. Y así. Incontenible. Pendenciero.
Uso y abuso de Maradona
Que todas estas escandalosas reapariciones suyas gozan del beneficio del público y tienen hasta popularidad, lo revela, en primer lugar, el que Maradona es, hasta nuevo aviso, el cachorro predilecto de la política populista. En su cuenta de Twitter se pueden rastrear sus encuentros con Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Rafael Correa o Evo Morales.
#LaFoto: Ya el presidente de #Ecuador @MashiRafael se encuentra con #Maradona y @vh590 en @De_Zurda #CorreaDeZurda pic.twitter.com/QZPBcfRKvQ
— teleSUR TV (@teleSURtv) 13 de junio de 2014
O se le puede ver al lado del papa Francisco, en un tuit del 11 de septiembre de ese mismo año, en el que avala al Papa argentino:
Estamos en buenas manos. Gracias @Pontifex_es pic.twitter.com/wqpvzrZnwp
— Diego Maradona (@DiegoAMaradona) 11 de septiembre de 2014
Este listín de Maradona como productor de noticias policiales, políticas, de tribunales, deportivas y de la categoría pequeños-y-efímeros-escándalos, quizás no sea tan excepcional como podría pensarse a primera vista. Es cierto que, en su caso, ocurre de forma concentrada e insistente. Pero se trata de un prototipo de nuestro tiempo. Alguien cuyo oficio real y duradero es el de exhibirse: se ha instalado en una vitrina, donde el espacio de su intimidad se ha ido reduciendo con pasmosa eficacia. La persona es ahora un personaje: alguien que chuta y rebota su vida contra los cristales de su vitrina.
Pero hay algo en Maradona que, en algún ámbito, lo salva. Un costado de su historia que ni él mismo ha logrado socavar. Me refiero al exdrogadicto. Al hombre que, rescatado por un tratamiento de varios años en Cuba, gracias a las diligentes atenciones de Fidel Castro (“el más grande de todos”, en las agradecidas palabras de Maradona), logró dejar atrás las adicciones. El exhibicionista es también un redimido. De ello habla con sinceridad. Es lo que percibo en las entrevistas que me puse a revisar para escribir este artículo. Hay un tono genuino en el relato del apoyo recibido por los especialistas cubanos. Son las palabras de un sobreviviente. Y esa es la paradoja que me suscita Maradona: el hombre que fue salvado y se salvó a sí mismo, lo que ha hecho es cambiar de adicción. Dejó atrás esa antigua costumbre de la vida privada, para sumarse al inmenso caudal del entretenimiento planetario. Y en eso anda: chutando por la vida y produciendo titulares. Su historia es la del hombre que remplazó la droga por la vitrina.