Pedro Benítez @PedroBenitezF (ALN).- La firma de los acuerdos de paz en La Habana no es casualidad. Es la constatación de la enorme influencia que la Cuba de Fidel Castro siempre ejerció en todos los grupos de extrema izquierda latinoamericanos en los últimos 50 años, empezando por la Venezuela de los años 60. Haciendo un uso muy astuto del capital político que le queda, el Gobierno cubano ha hecho del proceso de paz en Colombia, de su acercamiento a los Estados Unidos y de la probable transición política en Venezuela, un mismo juego geopolítico cuyo eje es La Habana. El 22 de julio 1991 el entonces presidente de Cuba, Fidel Castro, afirmó que la guerra civil que desangraba a El Salvador “debe terminar». El 16 de enero del siguiente año, es decir a menos de seis meses de esas declaraciones, se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec entre el Gobierno de El Salvador y la guerrilla izquierdista del FMLN que pusieron fin a 12 años de aquel conflicto armado.
Ese es solo un ejemplo concreto de la inmensa influencia política que Fidel Castro y su régimen ejercieron sobre los grupos insurgentes de la extrema izquierda latinoamericana durante medio siglo.
Los acuerdos de paz que acabaron con la cruel guerra que asoló a Centroamérica desde fines de la década de los años 60 y durante los años 80 del siglo pasado fueron posibles porque la culminación de la Guerra Fría supuso el fin de la asistencia soviética, que vía Cuba, alimentaba el esfuerzo bélico del FMLN en El Salvador y de los sandinistas en Nicaragua. Muchos habían sido los intentos previos para buscar salidas negociadas al conflicto centroamericano y todos habían fracasado, hasta el día que Castro se dio cuenta de lo que venía.
La guerra de guerrillas en Colombia prosiguió porque el auge del narcotráfico les permitió a grupos como las FARC o el ELN financiarse sin apoyo cubano.
Se ha sostenido que las FARC y los demás grupos guerrilleros colombianos eran, de todos los latinoamericanos, los menos sujetos a la influencia de Cuba. Eso es parcialmente cierto. Las FARC en sus orígenes, en 1964, tuvieron una base campesina y un sustento económico con los que nunca contaron otros grupos de la extrema izquierda del continente. Pero el ascendiente político de Fidel Castro y la revolución cubana siempre estuvo presente. El sueño de todo guerrillero latinoamericano era el mismo: reeditar a Fidel. La Habana era La Meca. Para allá iban los comandantes de la guerrilla a descansar, a leer, a formarse ideológicamente, a curarse de las heridas o de las enfermedades contraídas en la selva. Fue en la capital de Cuba donde Fidel Castro y el ex presidente venezolano Hugo Chávez soñaron con impulsar una nueva ola revolucionaria en América financiada con el petróleo venezolano.
Cuba siempre ha sido la referencia. Todos aspiraban a edificar una nueva Cuba en tierra firme.
Por eso no es casualidad que haya sido La Habana el lugar donde se dieron la mayoría de las conversaciones que concluyeron en el acuerdo anunciado.
El acuerdo de paz en Colombia es posible porque al régimen que heredó Raúl Castro le conviene. Hay que preguntarse qué ventaja ha obtenido el Gobierno cubano de todo esto, aparte de blanquear aún más su imagen internacional. ¿Hasta qué punto los intereses propios de Cuba y la dinámica política en Venezuela han demorado las negociaciones entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y los jefes de las FARC?
Pedro Benítez es historiador y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Si el ex presidente Hugo Chávez no hubiera fallecido y si Venezuela no hubiera entrado en crisis el proceso de paz en Colombia no se hubiera dado. Y tampoco las negociaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Un cambio político en Venezuela pondría fin al financiamiento petrolero a La Habana y a la retaguardia estratégica de las FARC. Eso lo vio muy claro Raúl Castro hace tres años. Para él, el proceso de paz en Colombia, su acercamiento a los Estados Unidos y la probable transición política en Venezuela son parte del mismo juego.