Pedro Benítez (ALN).- La llegada al poder por medio del sufragio de hombres de negocios millonarios como Mauricio Macri y Sebastián Piñera puede ser algo más que una casualidad. Es la señal de un cambio profundo en la cultura política de muchos latinoamericanos que empiezan a ver con otros ojos a la empresa privada y a los empresarios exitosos.
Una de las diferencias entre las tradiciones políticas de la América latina y la anglosajona ha sido la participación de los empresarios, de los hombres de negocios, de los ricos.
Lo que Estados Unidos ha visto desde sus orígenes como algo natural, en la América al sur del Río Grande siempre se ha percibido con desconfianza y desagrado.
La rúbrica que más destaca en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos es la de John Hancock, presidente del Congreso Continental y no por casualidad uno de los comerciantes más ricos de las Trece Colonias. Desde allí hasta Donald Trump, pasando por ricos herederos como Franklin D. Roosevelt y John Kennedy, ser empresario o tener una buena posición económica ha sido una cualidad que muchos votantes de ese país han apreciado.
La elección de dos empresarios como Mauricio Macri y Sebastián Piñera puede indicar un cambio en la tradicional percepción de los empresarios y de las empresas privadas
Aunque esto no siempre haya sido garantía de éxito, como ocurrió con el tres veces gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller, que pese a ser uno de los herederos de la mayor fortuna petrolera de la historia nunca alcanzó la quimera de ser presidente de Estados Unidos, y lo mismo el texano Ross Perot, derrotado en dos ocasiones por la misma aspiración en 1992 y 1996.
Sin embargo, ser un empresario exitoso es algo que la cultura de ese país tradicionalmente valora, a diferencia de América Latina. Una explicación de esta divergencia consiste en que en Estados Unidos, por lo general, la riqueza se debe a tres variables: la suerte, el talento y el trabajo. Nadie en esa sociedad envidia a gente como Bill Gates y Steve Jobs, porque se sabe que sus fortunas se debieron a esos factores. Por el contrario, son modelos a seguir.
En cambio, en Latinoamérica en demasiadas ocasiones la riqueza ha sido consecuencia del privilegio y los favores políticos. Varias de las fortunas más importantes del pasado en la región estuvieron en manos de dictadores que primero tomaron el poder político y luego se apoderaron de empresas y tierras, como fue el caso de Anastasio Somoza en Nicaragua y Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana, por sólo mencionar dos casos emblemáticos. Por regla general los déspotas tienen una visión patrimonialista de sus países.
O el omnipresente poder del Estado en la economía que por medio del proteccionismo, las regulaciones, licencias y subsidios, hacía al sector privado muy vulnerable a las presiones políticas. Esto hizo que los empresarios legítimos se alejaran de la política por los riesgos que implicaba.
Pero a medida que la institucionalidad republicana se ha ido asentado, las economías de la región se han ido abriendo a la competencia y en particular las clases medias se han ido expandiendo, la percepción pública sobre la participación de los empresarios en política empieza a cambiar.
Macri, Piñera, ¿Mendoza?
Lo que en el año 2000 con la elección de Vicente Fox como presidente de México fue un hecho excepcional, casi dos décadas más tarde comienza a ser más frecuente.
La elección como presidentes de Argentina y Chile de dos empresarios como Mauricio Macri y Sebastián Piñera, más que una tendencia política novedosa, nos puede indicar un cambio en la tradicional percepción que muchos latinoamericanos han tenido de los empresarios y de las empresas privadas. Pareciera que ser rico ya no es malo, ni pecaminoso.
Esto es notable en particular porque la región viene de una etapa de dominio de los autodenominados “gobiernos progresistas” que han tenido una retórica cargada de mucha desconfianza y reproches hacia los ricos y los empresarios privados.
Los autodenominados “gobiernos progresistas” han tenido una retórica cargada de mucha desconfianza y reproches hacia los ricos y los empresarios privados
Ese cambio de opinión se observa incluso en Venezuela, donde a pesar de casi dos décadas de un discurso oficial dirigido a satanizar a los empresarios y a los ricos, en las encuestas comienza a destacar la figura de Lorenzo Mendoza, el industrial más importante del país, como uno de los mejor valorados para la elección presidencial que debe realizarse en 2018. Mantiene un discurso coherente en lo económico y en cada acto público al que asiste es ovacionado.
Mendoza es un ingeniero, presidente de Empresas Polar, la principal patrocinante del deporte en el país y la que más invierte en responsabilidad social. Es miembro de una familia con centenaria tradición empresarial en Venezuela. Aunque bajo su dirección la corporación que dirige ha visto multiplicar los beneficios, su logro más importante probablemente sea el haber conseguido que Empresas Polar haya sobrevivido a la revolución chavista.
Eso, pese a las amenazas de expropiación que el expresidente Hugo Chávez le dirigió en varias ocasiones. Una de las áreas claves de Empresas Polar es alimentos, justo el sector donde la gestión oficial ha demostrado ser más catastrófica para la vida cotidiana de los venezolanos.
Ante los malos resultados una especie de reacción natural entre los electores quizás sea la de reemplazar a gobernantes que prometen repartir la riqueza por otros que prometen crearla.
La participación de empresarios en política siempre será algo controversial por los potenciales conflictos de interés y porque tampoco son garantía de escrupuloso manejo de las arcas públicas.
Pero a medida que avanza la globalización, para muchos jóvenes latinoamericanos el modelo de vida ya no es el Che Guevara sino Mark Zuckerberg.