Pedro Benítez (ALN).- Mientras en los países ricos prosigue la tendencia a cerrarse a las fuerzas de la globalización, en el anteriormente denominado Tercer Mundo ocurre exactamente lo contrario. La razón es la siguiente: Durante cuatro décadas la pobreza y el hambre han venido disminuyendo en extensas regiones de Asia, América Latina e incluso en algunos países de África. La tendencia global del desarrollo se ha invertido. Todo pareciera indicar que los perdedores de ayer son los ganadores de hoy y viceversa. En los años 2006 y 2007, La 2 de Televisión Española (TVE) emitió un documental en siete capítulos denominado “Voces contra la globalización ¿Otro mundo es posible?”. Trasmitido semanalmente, en el mismo participaron diversas personalidades del mundo cultural y académico como Eduardo Galeano, Manu Chao, José Saramago, Adolfo Pérez Esquivel, Giovanni Sartori, entre otros. Si bien no se planteaba un rechazo de plano al fenómeno de la globalización, sí se manifestaba una crítica muy severa a “la forma en que se está llevando a cabo”.
Digamos que este trabajo televisivo recoge en lo fundamental las críticas al proceso económico de la interdependencia capitalista que podríamos resumir así: la globalización tal como funciona engendra más pobreza, problemas sociales y medioambientales.
La crisis económica mundial iniciada en 2008, bautizada como la Gran Recesión por economistas tan prestigiosos como Paul Krugman, así como la situación humanitaria crítica provocada por el incremento del flujo descontrolado de refugiados y emigrantes económicos a través del Mediterráneo hacia Europa parece darle la razón a los críticos más feroces de la globalización.
Sin embargo, todos los datos disponibles indican que en los últimos 40 años ha ocurrido una caída drástica y sostenida de la pobreza y el hambre en la mayor parte mundo.
Las cifras del Banco Mundial señalan como la pobreza extrema en el planeta pasó de 50% a mediados de los años setenta del siglo pasado a menos del 10% en 2015, de unos 2.200 millones de seres humamos que padecían hambre a un poco más de 700 millones. Para añadir perspectiva agreguemos que en ese mismo periodo la población mundial se duplicó.
El economista Max Roser de la Universidad de Oxford ha publicado en la web un muy bien documentado trabajo que recoge información de diversas fuentes autorizadas sobre las condiciones de vida del mundo entero. Allí se puede observar como el hambre, la pobreza, el analfabetismo y la mortalidad infantil han venido cayendo en amplias áreas del planeta durante las últimas décadas, mientras que la cobertura sanitaria, de agua potable, electrificación y otros servicios básicos se han expandido como nunca antes.
Desde 1980 la población con acceso a agua potable ha pasado del 50% al 90%, la mortalidad infantil y el número de personas con problemas de desnutrición se ha reducido a la mitad, y la esperanza de vida global ha crecido 10 años. Lo más sorprendente de estas cifras es la velocidad con que ha ocurrido este proceso.
Por lo tanto, en menos de una generación hemos sido testigos de la mayor caída de la pobreza mundial tanto en términos absolutos como relativos, un acontecimiento sin precedentes en la historia humana. La crisis del 2008 no detuvo esa tendencia.
Este desempeño durante la primera década del siglo XXI ha llevado al economista venezolano Moisés Naim a denominarla “la mejor década de la humanidad”.
Millones de seres humanos han salido de la pobreza extrema en extensas regiones de Asia, América Latina e incluso en algunos países de África. Es decir, toda esa zona del mundo que se conoció como la periferia del capitalismo, el Tercer Mundo. Incluso ha disminuido la desigualdad entre países y nunca tantas personas habían tenido las oportunidades que tienen hoy.
Hemos sido testigos de la mayor caída de la pobreza mundial tanto en términos absolutos como relativos, un acontecimiento sin precedentes en la historia humana.
Pero ésta abrumadora realidad global no es percibida así, y con buena razón, en esos países que los creadores de la teoría de la dependencia llamaron como el “centro”: Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. El Brexit y el triunfo de Donald Trump se han señalado (correctamente) como reacciones a la globalización por parte de las sociedades que primero se beneficiaron del proceso económico iniciado en los días de Adam Smith y que Karl Marx denominó en su momento como capitalismo.
Lo que ha ocurrido en las últimas cuatro décadas es que la tendencia global del desarrollo se ha invertido. Todo pareciera indicar que los perdedores de ayer son los ganadores de hoy y viceversa. En el siglo XIX China y la India fueron las sociedades perjudicadas en beneficio de los europeos. Hoy son los claros ganadores en detrimento de las antiguas potencias coloniales.
Pedro Benítez es historiador y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Como buena parte de Europa Occidental y Estados Unidos no parecen beneficiarse del mismo auge, puesto que en términos generales los ingresos reales de sus clases medias se han estancado, estas sociedades, que antaño se beneficiaron del crecimiento mundial del comercio y del auge científico, están tentadas ahora a cerrarse al libre movimiento de mercancías, personas y capitales.
La prosperidad que la humanidad ha conseguido, incomparable con cualquier época del pasado, no ha sido consecuencia exclusiva de la expansión del libre mercado, pues la mano muy visible del Estado ha sido necesaria para alfabetizar, vacunar a los niños y construir infraestructuras. Pero tampoco hubiera sido posible sin el libre mercado.
Si los países ricos prosiguen en la tendencia a cerrarse a las fuerzas de la globalización no estarán resolviendo sus problemas sino renunciando a la clave de sus éxitos.