Daniel Gómez León (ALN).- Gustavo Grobocopatel está convencido de que Argentina puede convertirse en la Inglaterra del siglo XVIII. Posee un imperio de oro verde y apuesta por las plantas como fuente de uso industrial. Es la Revolución Verde que tanto pregona.
Gustavo Grobocopatel es el presidente de Los Grobo Agropecuaria, un conglomerado que factura 800 millones de euros (aproximadamente 895 millones de dólares). Produce tal cantidad de grano que le han bautizado como “el rey de la soja”. Y podría ser. Un pelirrojo con más de metro noventa de estatura encaja en la definición de cualquier soberano. Él, sin embargo, repudia el mote.
No le gusta ser un rey y asegura que no vive como tal. No obstante, que sea un hombre austero no significa que renuncie a todas las comodidades del estatus: viaja en primera clase y vive en Puerto Madero, un sofisticado barrio de Buenos Aires que se aproxima a Dubai por las erguidas torres y la isla artificial Demarchi. Aunque por añadir sabor al guiso, la casa no es suya, sino de su padre, quien tal vez se la preste como favor, dado que gracias a Gustavo nacieron Los Grobo.
Se crió en Carlos Casares, una colonia judía y agrícola donde los Grobocopatel hicieron callo. El primero en pisar las Américas fue su bisabuelo Abraham con su hijo Bernardo. Lo consiguieron por medio de la Jewish Coloniation Association, un organismo que ayudaba a los judíos sin recursos de Europa Oriental a forjarse un porvenir en los campos de Argentina. En Besarabia, región ubicada entre Ucrania y Moldavia, vivían bajo el dominio del imperio ruso. Allí, la familia no avistaba un futuro nítido y recurrió a la asociación.
En Carlos Casares se hicieron con algunas tierras que les permitieron ganarse el jornal e ir avanzando. Años después, Bernardo tuvo dos hijos: Jorge y Adolfo. Este último, padre de Gustavo.
El negocio se divide
Gustavo fue el primer universitario de los Grobocopatel. En 1983 se graduó en Agronomía (ingeniero agrónomo) por la Universidad de Buenos Aires. Tras regresar de la capital, le propuso a su padre y a su tío incorporar soja a los cultivos, modernizar la maquinaria y fundar una empresa.
Jorge y Adolfo habían trabajado siempre juntos. Ambos consiguieron transformar las 300 hectáreas de cultivo de su padre en 3.000. Sin embargo, al tío de Gustavo no le hicieron gracia los nuevos derroteros del negocio y decidió continuar con la empresa Grobocopatel Hermanos por cuenta propia. Ambos estuvieron 25 años sin hablarse. A su tío no le fue mal: gestionó la mayor plantación de silos de toda América Latina. Pero a Gustavo y a su progenitor el destino les sonrió todavía más.
Construir casas de soja
Grobocopatel Agropecuaria es el emblema de la Revolución Verde. En los últimos 25 años han convertido Latinoamérica en un fértil campo de cultivo: literal y figurado. El lema de Gustavo es “convertir Argentina en la Inglaterra del siglo XVIII”. Como presidente del conglomerado, predica la necesidad de emprender una nueva rebelión. De ahí el paralelismo con los británicos. Si ellos implantaron el modelo industrial basado en la maquinaria, Los Grobo y compañía abogan por un patrón impulsado por las plantas.
Los Grobo buscan convertir Argentina en la Inglaterra del siglo XVIII / Foto: Los Grobo
La filosofía de la tercera revolución industrial, bautizada como Revolución Verde, la expuso en una charla organizada por TED (Tecnología, Educación y Diseño) para el Instituto Tecnológico de Buenos Aires, en 2015. “Véase la soja, de ahí no solo se sacan alimentos. De la soja nacen sillas, mesas e incluso casas”. Armado de buenas dosis de retórica, Gustavo contaba cómo una planta además de grano, proporciona combustibles, plásticos y moléculas. Plantas que también pueden funcionar como fábricas. Estas, en vez de escupir humo, absorben el dióxido de carbono y luchan contra la contaminación.
El triunfo dialéctico que busca Grobocopatel se antoja necesario para el éxito de su empresa. La familia manipula genéticamente los productos que cultivan. La transgenia es el pilar de todo el imperio. Cuando en 1989 empezó junto a su padre a introducir este tipo de técnicas, la producción no paró de crecer. En el año 2000, se duplicó hasta llegar a las 60 toneladas de grano. En la actualidad, además de Argentina, están afincados en Uruguay, Brasil y Paraguay, lideran el sector agropecuario y facturan al año cientos de millones.
Gustavo Grobocopatel se presenta como una especie de Steve Jobs o Bill Gates
En estos tiempos, algunos transgénicos conviven con la etiqueta de tóxicos. A la sociedad le cuesta entender que comida y producto industrial conjuguen armónicamente en una misma frase. Hay estudios que indican que muchas de las enfermedades actuales son consecuencia de una alimentación basada en los alimentos manipulados. Por eso Gustavo Grobocopatel invierte tanto en labia. Inmerso en foros de comercio como la Asociación de Empresarios de Argentina, el Consejo Económico y Social de la Universidad T. Di Tella o LIDE Agronegocios, busca proyectar un discurso que envuelva en verde los productos que genera.
La utilidad es troncal en la narrativa de Grobocopatel. Plantas que además de alimento, proporcionan industria. A esto añade un argumento igual de sólido: sus granos abaratan la lista de la compra. No tiene el mismo precio un cereal cultivado con técnicas artesanales que uno hecho a nivel macro.
Un campesino a lo Steve Jobs
La Revolución Verde está cambiando la forma de ver las cosas. Prueba de ello es el término campesino. El nuevo hombre de campo sabe de negocios. No lleva traje, pero marca la diferencia con el agricultor tradicional. Camisa, un buen pantalón y cómodo calzado deportivo. Además, es conocedor de tecnologías punteras de siembra, recolecta, riego y monitorización.
Gustavo Grobocopatel se presenta como una especie de Steve Jobs o Bill Gates. Un hombre de negocios que huye de los formalismos del gremio y trata de mostrarse transparente y convencido de lo que produce. Haciendo alarde de la agudeza propia de los ingenieros, ha convertido crisis en oportunidades para hacer de Los Grobo una empresa de éxito. En 1987, se inundaron los campos y tuvieron que mirar a terceros para seguir produciendo. Un acierto, dado que consiguieron producir en tierras ajenas a precios muy bajos. Así es la actual dinámica del negocio.
Cuando en los 90 cayeron los precios de la soja -consecuencia de la crisis económica-, vieron en la calidad una solución rentable. A partir de entonces, el grano de Los Grobo siempre viene avalado por un sello distintivo.
La teconología de Grobocopatel apunta al mercado asiático / Foto: Los Grobo
Mirando a Wall Street y China
El empresario confía en lo que hace. Tanto que apunta a Wall Street. Según reseñó Sergio Dahbar, articulista de ALnavío, Grobocopatel fundó, junto a otros 22 productores agropecuarios, Bioceres, una firma de biotecnología que nació en uno de los momentos más críticos de Argentina: el corralito de 2001 decretado por el expresidente Fernando de la Rúa.
“Teníamos la certeza de que la biotecnología era un tema central en el futuro de la competitividad del sector agropecuario y también veíamos que la crisis expulsaba a los científicos. Fue entonces que constituimos una plataforma entre los inversores privados y el mundo de la ciencia para retener a esos trabajadores”, resumió Gustavo Grobocopatel ante el periodista Facundo Sonatti.
En la actualidad, Bioceres está valorada en más de 540 millones de euros (600 millones de dólares). Y eso que ninguno de los fundadores invirtió más de 500 euros. Además, como indicó Forbes en un reportaje, está cumpliendo los trámites para saltar al corazón financiero y bolsa de valores de Estados Unidos.
Grobocopatel tiene un ojo en Wall Street y otro en el mercado chino. El gigante asiático experimentó en 30 años la mayor transformación económica que se recuerda. El país crece a ritmo acelerado en todos los sentidos. De continuar esta inercia, la población empezará a demandar cada vez más alimentos e infraestructuras.
Ahí esperan estar Los Grobo, suministrando soja a China desde China. De lograrlo, Gustavo Grobocopatel se situaría en lo más alto del atril, donde como buen cantor, pregonaría las bonanzas de una revolución que ha hecho suya.