Juan Carlos Zapata (ALN).- El presidente Rafael Caldera entrevistó a Gabriel García Márquez en Caracas. Toda una curiosidad oculta por casi medio siglo. Fue publicada a mediados de 1972 en el diario ‘El Nacional’ de Caracas, y ahora la rescatamos y reproducimos en la nueva edición, ampliada y corregida, del libro ‘Gabo nació en Caracas no en Aracataca’. La entrevista con Caldera es significativa en el cronograma de las relaciones de Gabo con el poder. Gabo había ganado la segunda edición del Premio Rómulo Gallegos. El encuentro se produjo en el Palacio de Miraflores. Días antes había declarado: «Creo que en Venezuela es muy difícil una revolución porque es en este país donde el imperialismo tiene más que perder, por ser una nación que vive del petróleo».
En la segunda edición del Premio Rómulo Gallegos las cuentas estaban claras. Se había superado el número de participantes de la primera vez con 165 novelas. Rafael Pineda, coordinador del Premio, enumeró que Argentina, con 37, España con 34 y Venezuela con 19, ocuparon los primeros lugares en la competencia. Cuba envió apenas una novela. La prensa no recogió el número de concursantes en representación de Colombia. Ni tampoco se destacó la presencia del embajador en los actos. Con Gabo bastaba. Había ganado en buena lid con Cien años de Soledad. Antes, 1967, lo había hecho Mario Vargas Llosa con La casa verde. Los finalistas en esta ocasión, 1972, fueron Miguel Otero Silva y Guillermo Cabrera Infante. Cuando Alfredo Tarre Murzi le hizo entrega del cheque de 100 mil bolívares, lo tomó con ambas manos como si quisiera estirarlo y luego lo besó, gesto que levantó una salva de aplausos y risas. Mientras se desarrollaba el evento, no dejó de moverse en la silla, de acodarse en la mesa, de llevarse una mano a los ojos, otra al mostacho, se lo mesaba, luego la mano bajaba a la mesa para volver a subir a la quijada, en esa pose del sujeto pensativo. Por último, leyó la página que llevaba escrita, siendo ovacionado de pie. Una foto recoge el abrazo con Tarre Murzi. La hoja del discurso destaca en la espalda ancha del funcionario. Al día siguiente, el periodista Emilio Santana le preguntaba a José Vicente Rangel –primer candidato presidencial del Movimiento Al Socialismo, MAS, fundado por Teodoro Petkoff– sobre la donación de los 100 mil bolívares -25.000 dólares- para el partido, y su respuesta superó toda expectativa:
–El oro de Macondo es muy bueno.
Gabo le había adelantado a El Nacional –5 de agosto– que almorzaría con el presidente Rafael Caldera, «quien tuvo la cortesía de invitarme a pesar de conocer mis ideas políticas». Su posición política era transparente con la entrega del dinero al MAS. «Es un acto político», señaló. En un país donde la lucha armada estaba derrotada, era consecuente con el momento donar el dinero con el objeto de adquirir una imprenta y no armas para hacer la revolución. «Creo que en Venezuela es muy difícil una revolución porque es en este país donde el imperialismo tiene más que perder, por ser una nación que vive del petróleo». En estas aguas nadaba con cierta comodidad, o sutileza. Se identificaba con el proceso político que vivía el país. Un año antes en entrevista con el periodista Arístides Bastidas, también para El Nacional, había puntualizado la importancia del hecho electoral, de solucionar los problemas vía elecciones, la toma de conciencia de elegir presidentes en vez de estar sometidos a los designios de los caudillos, tal como ocurrió una vez conquistada la independencia. Encontró una imagen feliz para explicar el giro histórico que en cierto modo determinaba el presente:
–Venezuela tuvo su Guerra de Federación –se refiere a la Guerra Federal, larga y genocida de la segunda mitad del siglo XIX que enfrentó y acabó caudillos–. Yo diría que ustedes ganaron las 32 revoluciones que en Colombia perdió Aureliano Buendía.
La frase en cursivas mereció el llamado en primera página del diario El Nacional del lunes 12 de abril de 1971.
En un país donde la lucha armada estaba derrotada, era consecuente con el momento donar el dinero con el objeto de adquirir una imprenta y no armas para hacer la revolución
Rafael Caldera no le era desconocido. A la caída de Marcos Pérez Jiménez si no lo conoció en la intimidad, debió abordarlo y tenerlo cerca cuando ejercía de reportero en esos días de turbulencia decisiva. Además, en el reportaje La generación de los perseguidos, Caldera es uno de los cuatro protagonistas. En las elecciones de 1958, las primeras de la democracia, las ganadas por Rómulo Betancourt, Caldera también era candidato y Gabo secretario de Redacción de Venezuela Gráfica. De modo que le correspondió estar al frente de una edición histórica, y en sentido alguno habría que descartar que durante ese proceso electoral no se hayan producido contactos de diversa naturaleza en los mítines, en las conferencias de prensa, en los encuentros informales que suelen darse entre fuente y periodista.
En el reportaje La generación de los perseguidos, define a Caldera como el «benjamín» de los cuatro dirigentes que han hecho posible el retorno de la democracia. Hizo un inventario de la carrera política de Betancourt, Gustavo Machado, Jóvito Villalba y, por supuesto, de Caldera. El texto han debido leerlo ellos. Y habrían preguntado, ¿quién es ese García Márquez? De Betancourt, se recuerda que exiliado en Barranquilla, «los domingos organizaba manifestaciones contra Juan Vicente Gómez. Su clientela más entusiasta eran los choferes de taxis, ociosos, del Paseo Bolívar». En Barranquilla, Betancourt va a producir algunos de los documentos fundacionales del partido Acción Democrática. Gabo termina el reportaje señalando que el 23 de enero de 1958 los cuatro declararon la tregua partidista, sellada con «el abrazo de mutua felicitación», el cual era a su vez, «el abrazo del pueblo venezolano… Ahora están reincorporados de nuevo a su patria, a sus partidos, a sus hogares, unidos en el mismo ideal. De esa unidad depende la consolidación de la democracia en Venezuela. Esta vez, después de tantas azarosas experiencias, el retorno de los cuatro líderes puede ser definitivo». Y fue definitivo.
El proceso político iniciado en 1958 estuvo vigente hasta 1998 con la llegada de Hugo Chávez al poder. Los cuatro murieron en su tierra. Caldera, que era el benjamín, murió el 24 de diciembre de 2009; había nacido en 1916. Gobernó en dos oportunidades. Antes de ganar la presidencia en 1968, había sido candidato por el partido Copei en 1947 contra Rómulo Gallegos; en 1959 contra Betancourt, en 1962 contra Raúl Leoni y en 1968 contra Gonzalo Barrios, a quien finalmente derrotó por apenas 30 mil votos. Repitió en 1998, aprovechando la ola populista abierta por el intento de golpe de Hugo Chávez –4 de febrero de 1992– contra Carlos Andrés Pérez, y sin escatimar cálculos a la hora de sacrificar a su propio partido y al sistema que ayudó a fundar. Es en esta ocasión en la que Petkoff y el MAS, apoyando a Caldera, alcanzaron el poder.
La entrevista con Caldera es significativa en el cronograma de las relaciones de Gabo con el poder. Siguiendo la biografía escrita por Gerard Martin se puede afirmar que su primer encuentro con un presidente se remonta a los tiempos de bachillerato en Zipaquirá cuando junto a dos condiscípulos y el rector del colegio, asistió, con el fin de «solicitar recursos», a una audiencia concedida por el presidente Alberto Lleras Camargo, quien después estuvo en el acto de graduación del que Gabo era el encargado de pronunciar las palabras. «De lo que no cabe duda es que dieciocho años –señala Martin– fue una edad prematura para mantener audiencia con un presidente y acceder por primera vez a la sede del gobierno». La segunda vez puede ubicarse en enero de 1958, en Caracas. La caída de la dictadura. Los cuatro líderes. Los jefes militares. El Palacio de Miraflores. Wolfgang Larrazábal como jefe de la asonada. La inspiración por el poder. La tercera vez, Rómulo Betancourt, victorioso en las elecciones de 1959, cuya imagen ilustró la portada de la Venezuela Gráfica de la que Gabo era jefe. La quinta vez, el encuentro fugaz con el líder de la revolución cubana, Fidel Castro en el aeropuerto de Camagüey en diciembre de 1960. Como Gabo trabajaba en Prensa Latina, había viajado a Cuba (su destino final era La Habana), pero el mal tiempo lo retuvo en Camagüey cuando de pronto apareció Castro, causando un revuelo instantáneo. Narra Martin: «García Márquez se acercó a Celia Sánchez y le explicó quién era y lo que estaba haciendo en Cuba. Castro volvió, saludó a García Márquez y después siguió departiendo» y metido en lo suyo. La sexta vez, sería con Caldera. La séptima vez, Carlos Andrés Pérez. Cierto que Pérez no era aún presidente aunque estaba a punto de serlo. Y el encuentro ocurrió en la semana en la que recogió el Premio en Caracas. La octava vez, el primer ministro de Portugal, Vasco Goncalvez en junio de 1975, con El otoño del Patriarca en vitrina. La novena vez con Omar Torrijos, también en 1975, a quien entrevistó en Panamá, y quien, según Martin, le comentó que este «es tu mejor libro. Somos así como tú dices». La décima vez, Castro de verdad. Luego de varias diligencias se concretó el encuentro en marzo de 1976. Ya se sabe lo que ocurrió después: nació una relación que solo la muerte pudo separar. Es también, por esa época, que, siguiendo la pista de Martin, Gabo conoce a Felipe González y a otros líderes de la Internacional Socialista. En 1977 se firman los tratados del Canal entre Panamá y Estados Unidos, en cuyo logro, Carlos Andrés Pérez era pieza fundamental. En el acto de los acuerdos, Gabo acompañaba a la delegación panameña. Luego, en 1978, gana Luis Herrera Campins las elecciones en Venezuela, a quien Gabo ya conocía desde 1957. En Colombia, Alfonso López Michelsen le ponía punto final al período presidencial, 1974-1978. Y en 1993, Ramón J. Velásquez –quien leyó los originales de El Coronel no tiene quien le escriba– asume la Presidencia para terminar el período del defenestrado Carlos Andrés Pérez.
La entrevista con Caldera habría de ser reproducida en la columna MiniForo, del periodista Emilio Santana en El Nacional. Por lo que revela Santana se concluye que la iniciativa partió del jefe del Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), Alfredo Tarre Murzi, a quien el reportero identifica como Sanín, que era el seudónimo que usaba en sus artículos. Era un polemista de primera línea. A Carlos Andrés Pérez no le daría tregua en el período siguiente. Además de los artículos de prensa, escribió varios libros contra Pérez, entre otros, Venezuela saudita y Gracias a ti. Es autor también de una biografía sobre Rómulo Betancourt. Hay que imaginarse que Caldera habría comprado de inmediato la idea de Sanín. Visto como un hombre de derecha, reunirse con Gabo lo mostraría amplio y tolerante. De hecho, venía de ponerle punto final al proceso de pacificación -el fin de la guerrilla- del que surgió el MAS. Y también de arremeter contra la dirigencia del partido en respuesta al que quizá fue el primer afiche, marzo de 1971, que distribuyó el MAS en todo el país, cuya imagen mostraba a Caldera con la bandera de los Estados Unidos detrás y un globo que encerraba el blablablaba de los habladores. «No le creas», rezaba la propaganda. El Gobierno consideró ofensivo el cartel, más por la conexión que se intentaba establecer entre el presidente y los intereses de los Estados Unidos.
En la conversación ambos personajes despliegan humor, amplio y preciso. Es Caldera quien introduce a Pedro Tinoco, su ministro de Hacienda, banquero, hijo de quien fuera uno de los ministros más poderosos de Juan Vicente Gómez. Tinoco estaba a punto de romper con Caldera. Este nunca le perdonaría su acercamiento progresivo a Carlos Andrés Pérez que entonces era el jefe de la Fracción Parlamentaria de Acción Democrática, el principal partido de oposición. Tinoco era líder de un movimiento, el Desarrollista, que pregonaba el estado eficaz; el antecedente más lejano del neoliberalismo en Venezuela. Era el abogado de las petroleras y de la familia Rockefeller, lo que no le impedirá ser uno de los artífices de la nacionalización del petróleo en 1975. Era también asesor, socio, y mentor del Grupo Cisneros y Gustavo Cisneros. Resultaría ser el banquero de mayor poder e influencia en más de medio siglo, hasta que Caldera, en su segunda presidencia, en 1994, haga lo posible por borrar del mapa su legado y el de Pérez, sentenciando el derrumbe definitivo del Banco Latino. Curiosamente, su esposa, Carmen Montilla, artista plástico, se acerca a Cuba y a Fidel Castro –con quien mantiene un romance–, instalándose por temporadas con casa y taller en La Habana.
En la entrevista hace referencia a La casa verde de Vargas Llosa porque su partido, Copei, se identifica con el color verde mientras los adecos con el blanco y el MAS con el naranja. Gabo no se queda atrás al conectar con el distribuidor «Ciempiés», un tramo de autopista inaugurado por Caldera, y las «cien mil casas», el número que el gobierno se había comprometido a construir cada año.
La evocación de Carlos Gardel no es gratuita, en tanto que en Caldera destacaba el estilo estricto en el vestir y el peinado con gomina. A lo mejor también pensó, y no lo dijo, en el presidente Mariano Ospina Pérez, de quien escribió, a partir de una fotografía, en su columna diaria, La Jirafa, 1950, que era un hombre bien vestido, bien peinado, bien afeitado; en fin, un mandatario con tiempo para acudir todos los días al barbero. Por supuesto, el tema electoral no podía faltar. El Lorenzo que mencionan los dos es Lorenzo Fernández, ministro de Interior del gobierno de Caldera, y ya para entonces, candidato presidencial. Lorenzo perdería ante Pérez las elecciones de 1973, y de esa derrota no se recuperaría jamás: una depresión lo llevó a la tumba. Sin más preámbulo, leamos a Santana. Leamos a Caldera y a Gabo. Un documento que los biógrafos de Gabo no han tomado en cuenta.
«El autor de Cien años de soledad estuvo en Miraflores. Fue un encuentro interesante entre el novelista que acababa de donar el monto del premio Rómulo Gallegos al MAS y el Presidente de los venezolanos. Los dos hablaron en forma amplia y cordial. Fue un éxito de la coexistencia pacífica y según apuntan los especialistas en la paz y la guerra, se ha anotado nuevos puntos la política de la pacificación. Antes de compartir su mesa con el escritor galardonado y otros distinguidos intelectuales, el Presidente lo invitó a un salón donde conversaron solo en presencia de Sanín, Tarre Murzi. Se trataba de una conversación intima. Sanín me entregó un resumen del diálogo con la condición que no lo publicara.
PRESIDENTE: Bueno, García Márquez, me parece que tu presencia en Miraflores demuestra que yo soy un gobernante amplio.
GARCÍA MÁRQUEZ: Por cierto que también demuestra que yo soy un escritor amplio.
PRESIDENTE: Definitivamente, no estamos en la misma tienda. Pero siempre he aceptado de buen agrado ese refrán que expresa que «Lo cortés no quita lo valiente».
GARCÍA MÁRQUEZ: Por eso precisamente preferí hacer mi donativo al MAS antes de esta entrevista. Actuar de otra manera hubiera sido inelegante.
PRESIDENTE: Después de todo esa plata era tuya y tenías derecho a invertirla en cualquier cosa.
GARCÍA MÁRQUEZ: Muchas gracias, Presidente. Mucha gente me dijo que usted podría sentirse desairado.
PRESIDENTE: Lo he tomado en una forma deportiva. El que se ha disgustado un poco es Pedro Tinoco.
GARCÍA MÁRQUEZ: ¿El desarrollista?
PRESIDENTE: Sí, no le gustó que le dieras esa plata a los del MAS.
GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Y eso por qué?
PRESIDENTE: Tinoco considera que has debido entregársela a los desarrollistas. Parece ser que ese movimiento está más necesitado.
GARCÍA MÁRQUEZ: Lo tomaré en cuenta para el próximo premio.
PRESIDENTE: Perdona que insista en el tema, pero, ¿te has puesto a pensar lo que significan cien mil bolívares en pesos colombianos?
GARCÍA MÁRQUEZ: En ningún momento saqué cuentas en pesos. Si lo hago, seguro que desisto de la idea de la donación.
PRESIDENTE: ¿Y de dónde salieron todos esos comentarios en el sentido de que ibas a comprar un barco?
GARCÍA MÁRQUEZ: Se presentó la confusión porque yo dije que pensaba «embarcar» a unos cuantos con el premio.
PRESIDENTE: Entonces, desde un primer momento habías decidido entregárselo al MAS.
GARCÍA MÁRQUEZ: Por supuesto. Es mi partido.
PRESIDENTE: ¿Se te olvidó el peine?
GARCÍA MÁRQUEZ: Ahora no se usa el peine tanto como antes. Yo estoy a la moda con mi pelo alborotado. En cambio, usted con ese pelo súper peinado me recuerda a Rodolfo Valentino o a Carlos Gardel.
PRESIDENTE: ¿Por qué no llevas corbata?
GARCÍA MÁRQUEZ: Porque la corbata no hace al monje.
PRESIDENTE: ¿Es cierto que pensabas inscribirte en el MAS?
GARCÍA MÁRQUEZ: Traté de hacerlo. Pero no me lo permiten porque soy un indocumentado.
PRESIDENTE: ¿Qué opinó Vargas Llosa sobre el destino de los cien mil bolívares?
GARCIA MÁRQUEZ: Primero se sintió preocupado. Pensó que la gente iba a comparar la actitud de él con la mía. Ahora está más tranquilo.
PRESIDENTE: Después de todo, cuando Vargas Llosa se ganó el Premio, todavía no habían fundado al MAS.
GARCIA MÁRQUEZ: En todo caso poco importa el destino que el ganador le dé a su plata. Cada quien hace de su camisa un saco.
PRESIDENTE: A mí me gustaría mucho que el próximo Concurso lo ganara un venezolano, preferiblemente un copeyano.
GARCÍA MÁRQUEZ: Quién sabe, a lo mejor lo gana un adeco.
PRESIDENTE: A los adecos les resulta un poco difícil ganar concursos de novela. Se especializan en el cuento.
GARCÍA MÁRQUEZ: Hasta ahora no he conocido a ningún escritor que viva de los cuentos. Los únicos que viven del cuento son los políticos. Y ahí no veo muchas diferencias de colores.
PRESIDENTE: ¿Te gustaría ser presidente de la República?
GARCÍA MÁRQUEZ: ¿De cuál República?
PRESIDENTE: De Colombia.
GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Y a usted le gustaría ser ganador del premio Rómulo Gallegos?
PRESIDENTE: No es mala idea. Sin embargo, Vargas Llosa se ganó el premio con La casa verde.
GARCÍA MÁRQUEZ: Usted puede aprovechar el boom de los «Cien». A lo mejor le sale un buen libro titulado «Cien pies Años de Soledad» o «Las Cien Mil Casas Verdes por Año».
PRESIDENTE: Según las normas creo que tú formarías parte del jurado en el próximo Concurso. ¿Votarías por mí?
GARCÍA MÁRQUEZ: Puede contar con mi voto. Y ahora dígame algo Presidente, ¿qué destino le daría a los cien mil bolívares en caso de que gane el Premio?
PRESIDENTE: Creo que también lo donaré.
GARCÍA MÁRQUEZ: ¿No me diga? ¿Lo donaría al MAS?
PRESIDENTE: Pienso que es «más mejor» donarlo a la campaña de Lorenzo.
GARCÍA MÁRQUEZ: Pero en esa época Lorenzo ya será presidente, si es que gana Copei, como ustedes dicen.
PRESIDENTE: No se me había ocurrido. Entonces, ¿si Lorenzo será el Presidente quién seré yo?
GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Usted? Imagino que será el expresidente.
PRESIDENTE: Yo como que no compito en ese concurso. Las malas lenguas dicen que solo son premiados los extremistas.
GARCÍA MÁRQUEZ: De todas maneras le queda la posibilidad de participar en un Concurso Nacional de Nutrición.
PRESIDENTE: No te voy a negar que he engordado unos pocos kilos desde que estoy en el poder, pero francamente no tengo ninguna posibilidad de ganarle ese concurso a Lossada Rondón. (Este era el periodista de El Nacional que cubría la fuente de Palacio, y era gordo, enorme).
GARCÍA MÁRQUEZ: Y ya que hablamos de comida, ¿cómo está el menú para hoy?
PRESIDENTE: Todavía no sé muy bien lo que vamos a comer. Parece que no podremos comer carne porque subieron los precios.
GARCÍA MÁRQUEZ: ¿Subieron?
PRESIDENTE: Mejor cambiemos de tema.
GARCÍA MÁRQUEZ: Y yo que tenía la esperanza de comerme un bistecito…
PRESIDENTE: Si los precios de la carne han bajado para cuando visites de nuevo a Venezuela, a lo mejor te hago servir un churrasco. ¿Y por qué has puesto esa cara de tristeza?
GARCÍA MÁRQUEZ: Es que tengo ganas de llorar.
PRESIDENTE: ¿Y por qué no lo haces?
GARCÍA MÁRQUEZ: Es que «cuando quiero llorar no lloro»
PRESIDENTE: ¿Qué quieres decir con eso?
GARCÍA MÁRQUEZ: Que Miguel Otero me invitó hoy a comer un lomito en su casa y yo no acepté porque me dijeron que la comida en Miraflores era mejor. Mi única satisfacción es que tanto Miguel como María Teresa (su esposa) me acompañarán ahora en esta «huelga de hambre».
PRESIDENTE: Vamos, Gabriel, no se ponga triste, en estas comiditas nosotros siempre tenemos nuestros platicos especiales para la gente del partido.
GARCÍA MÁRQUEZ: ¡Viva Lorenzo!
PRESIDENTE: ¿Lorenzo Fernández?
GARCÍA MÁRQUEZ: No, Lorenzo Parachoques…».
El día que salió publicada la transcripción de la entrevista ya estaba en Barranquilla y allí ofreció unas declaraciones en las que definía a Caldera como un «hombre impecable», según reseñó la agencia española EFE. En Caracas, la ciudad que lo vio madurar como reportero, los periodistas le volvieron a preguntar sobre el dinero donado al MAS. Dijo que «todo lo que hice fue devolver ese dinero a sus dueños legítimos, los venezolanos, a través de una gente que merece toda la confianza como es la del MAS». Menos mal, porque el comentario que la Cadena Capriles –en la que había trabajado en 1958- sumó a la reproducción en el diario El Mundo de uno de sus reportajes de 1958, Nivel de vida: Cero, lo señalaba de haberle entregado el dinero a «la extrema izquierda venezolana».