Pedro Benítez (ALN).- Los últimos cien años de la historia de Venezuela se pueden resumir así: el país pasó de poseer una de las tres o cuatro monedas más sólidas y estables del mundo a tener las más inestables y efímeras de la economía mundial. Y así como le fue a su signo monetario le fue al país.
Hasta febrero de 1983 el bolívar tuvo una reputación similar al franco suizo. No es de extrañar pues este país caribeño e hispanoparlante fue entre 1948 y bien avanzados los años sesenta del siglo pasado el primer exportador mundial de petróleo, y el tercer productor sólo por detrás de Estados Unidos y la Unión Soviética. Se dice fácil. Para darnos una mejor perspectiva digamos que Venezuela ocupó durante largo tiempo el mismo espacio que hoy tiene Arabia Saudita en el mercado internacional de los hidrocarburos.
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Además, el país se fue dotando de una institucionalidad cada vez más estable y previsible con gobiernos que, por regla general, eran bastante prudentes en materia fiscal. En los cincuenta años que van de 1933 a 1983 la moneda nacional venezolana (el auténtico bolívar fuerte) se devaluó una sola vez, en 1961 durante el gobierno de Rómulo Betancourt cuando el tipo de cambio pasó de 3,35 por dólar americano a 4,70. Posteriormente, en la primera administración de Rafael Caldera experimentó una revaluación que lo llevó al recordado 4,30 símbolo de la denostada Venezuela saudita.
Cuando el bolívar era estable
En ese mismo lapso de tiempo el país no sólo contó con una tasa de cambio estable y totalmente libre, sino también (y por el mismo motivo) con una de las inflaciones más bajas del mundo en un contexto suramericano en el cual países como Brasil, Uruguay, Chile, Perú, Bolivia o Argentina padecían inflaciones crónicamente elevadas y recurrentes crisis cambiarias. Venezuela era un país estable, en constante crecimiento cuyos gobernantes pagaban puntualmente sus deudas.
Pese a ese buen historial, durante los siguientes 30 años la moneda venezolana siguió el mismo destino de otras latinoamericanas. Y de 2013 a esta parte en términos de inflación y estabilidad entró (o descendió) a otra liga: Zimbabue y Sudán del Sur.
Los nefastos controles de cambio
Una de las decisiones que más daño (desde todo punto de vista) se le ha hecho a Venezuela fue la adopción de los nefastos controles de cambio, una medida que siempre se tomó para intentar paliar las consecuencias del problema y no para atacar su origen. El resultado siempre ha sido el de acelerar el mal.
Desde el 18 de febrero de 1983 Venezuela parece haber quedado fatalmente atrapada en el péndulo de controles de cambios para restringir la salida de divisas y ensayos nunca muy extendidos en el tiempo de libre convertibilidad de la moneda.
Las medidas de febrero de 1983 pusieron fin a 22 años seguidos de estabilidad y libre cambio del bolívar. Desde entonces hemos tenido (hasta ahora) 23 años de controles cambiarios: 1983-1989, 1994-1996 y 2003-2018 (el más extendido). Versus 12 años de tipo de cambio libre: 1989-1994 y 1996-2003.
Adivinen en cuáles períodos se devaluó más el bolívar.
Pero como no estamos solos en el mundo, las comparaciones pueden ser útiles, puesto que nuestro primer “viernes negro” fue parte de la crisis económica latinoamericana de los años ochenta.
El bolívar y otras monedas, víctimas colaterales
Resumiendo la historia se podría afirmar que todo empezó cuando a fines de 1979 la Reserva Federal de los E.E.U.U comenzó a aplicar políticas monetarias restrictivas al dólar, a fin de frenar la creciente inflación de ese país por esa época, lo que a su vez provocó un incremento inmediato de las tasas de interés en dólares y sumergió a esa economía en una profunda recesión.
Las víctimas colaterales de esa política fueron los países latinoamericanos.
Todos venían de endeudarse fuertemente en dólares durante la década de los sesenta, y casi de la noche a la mañana vieron dispararse el servicio de sus deudas, mientras que el valor de sus productos de exportaciones descendía.
Las consecuencias en todos los casos fueron muy similares (aunque en distintas magnitudes): enormes devaluaciones de las respectivas monedas nacionales, inflaciones fuera de control, caída de la actividad económica, malestar social y conflictos políticos.
Cae Brasil, sigue Argentina
El primero en caer fue Brasil en 1980. Le siguió la Argentina en 1981 y lo mejor que se le ocurrió a la Junta Militar para desviar la atención fue invadir las islas Malvinas.
Luego le tocó el turno a México en 1982, cuyo gobierno impuso un control de cambios y suspendió el pago de la deuda externa.
Casi ningún país de la región escapó a la tormenta: Chile, Perú, Bolivia, Ecuador…De modo que visto así las cosas no es de extrañar que Venezuela hiciera crisis en febrero de 1983. Aquello fue el inició de lo que luego se denominaría como “la década perdida”.
Lo particular del caso venezolano es que fue el último país en caer en crisis y por lo visto, junto con Argentina, hasta ahora no ha salido.
Políticas prudentes
Porque durante los siguientes cuarenta años nuestros vecinos padecieron brutales crisis económicas, enormes devaluaciones, hiperinflaciones y sucesivos ajustes económicos. Todos reestructuraron sus economías, las abrieron a los mercados mundiales, se recuperaron, volvieron a caer, para luego volverse a recuperar. Se cayeron dictaduras militares, gobiernos autocráticos accedieron a aperturas democráticas. Fueron electos gobiernos civiles y gobiernos civiles fueron derrocados.
La tercera década del siglo XXI toma a América Latina en su conjunto en condiciones económicas bastante distintas a las de hace cuatro décadas. La razón fundamental, más allá de los años de las vacas gordas en se incrementó el valor de los productos de exportación latinoamericanos en los mercados mundiales, han sido las políticas macroeconómicas más prudentes, mayor estabilidad y mejor ambiente para la inversión privada. El resultado es que en estos mismos momentos uno de los problemas económicos de países como Chile, Brasil o México es, paradójicamente, la revaluación de sus monedas con respecto al dólar. Justo cuando la Reserva Federal ha subido sus tasas para contener la inflación en Estados Unidos. Exactamente lo contrario a 1983. Colombia, Perú podrían estar hoy lidiando con el mismo inconveniente, pero no es así por las circunstancias que están atravesando actualmente.
Argentina y Venezuela
Por cierto, ninguno de los mencionados anteriormente aplica hoy control de cambio.
¿Cuáles son las notables excepciones entre los grandes países latinoamericanos?: Argentina y Venezuela. Curiosamente los dos países más ricos en recursos naturales de la región.
En los dos sus respectivos gobernantes hicieron papilla la institucionalidad de sus bancos centrales con las mismas fatales consecuencias, solo que en el caso venezolano elevado a la enésima potencia por aquella catastrófica determinación de acabar con la precaria autonomía del BCV (solicitando y presionando por “el millardito”) con la asesoría, por cierto, de Tobías Nobrega, y por tanto con el valor de la moneda nacional sobre la que se sostiene el valor de los salarios de los trabajadores venezolanos, razón por la cual Venezuela ha sido desde el 2009 el país con la inflación más alta de América y desde 2014 la más alta del mundo destruyendo en el camino tres signos monetarios.
La bomba que explotó en Venezuela y afectó al bolívar
Como está suficientemente estudiado el proceso inflacionario a quien afecta es a los más pobres y beneficia a las rentas más altas, y si hasta octubre de 2012 eso no se vio reflejado en los datos fue como consecuencia de un tipo de cambio sobrevalorado (por medio del control cambiario) con el que el INE estimaba sus estadísticas. En su día, cuando muchos advirtieron sobre las funestas consecuencias de esa decisión no faltaron los defensores y defensoras de la misma.
Esa fue la bomba que explotó a partir de febrero de 2013 y cuyas consecuencias son suficientemente conocidas: 75% del PIB destruido y más de siete millones de emigrados.
Una de las decisiones más catastróficas, quizás la más, fue la de someter al BCV a la voluntad y caprichos de Miraflores.
Ahora, que se demanda con toda justicia la recuperación del salario real de los trabajadores venezolanos hay que entender que eso no ocurrirá sin una moneda estable y confiable. La misma que tuvo la hoy añorada Venezuela del pasado.