Pedro Benítez (ALN).- La abstención electoral y el apoyo a las sanciones comerciales son dos errores que, por lo visto, nunca se admitirán en la oposición venezolana. El primero es una reincidencia de 2005 de cuyas desastrosas secuelas se tenían suficientes evidencias. La segunda es una versión ampliada e internacionalizada del paro de diciembre-enero 2002-2003. Las dos “estrategias” tuvieron como resultado exactamente todo lo contrario de lo que buscaban y la política, al final del día, se mide por sus resultados. No contribuyeron, para nada, en la redemocratización del país, sino que por el contrario facilitaron la deriva autoritaria del chavismo.
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Antes de proseguir hagamos la aclaratoria de rigor; no nos estamos refiriendo a las sanciones personales que desde Estados Unidos y la Unión Europea se han dictado contra funcionarios o ex funcionarios del gobierno venezolano (chavista o madurista según el gusto), asunto exclusivamente personal de los involucrados que deberán resolver por medio de sus abogados, pese a que pretendan confundir sus intereses individuales con los de la nación al extremo de insinuar que ellos son la patria. Insistamos, eso es problema de cada uno de ellos, porque ellos no son el país.
Las medidas de Trump
Nos estamos refiriendo a las sanciones comerciales aplicadas contra la industria petrolera venezolana por parte de la administración de Donald Trump desde marzo de 2019, concebidas en su momento como el puntillazo definitivo que llevaría a la (se creía entonces inminente) caída de Nicolás Maduro del poder.
Cuatro años después se ha vuelto ritual que los dirigentes opositores más destacados (y legítimos) dentro del país (gobernadores y alcaldes) se sumen a la demanda de cesar las mencionadas sanciones comerciales, mientras que de manera bastante desleal con sus compañeros de causa, por cierto, todavía hay quienes desde el exterior aseguran que harán “todo lo que esté a su alcance para solicitarle a senadores de EE.UU. mantener la política de sanciones hacia Venezuela”.
Las sanciones, inútiles para los venezolanos
Eso, pese a que la historia enseñaba entonces, y la reciente experiencia venezolana ha ratificado, que ese tipo de estrategias de presión económica siempre han tenido como resultado cohesionar al régimen autoritario que se quiere remover, debilitar a la sociedad civil que dentro del país le resiste y dividir a la oposición. Es lo que ha pasado en Cuba a lo largo de seis terribles décadas, es lo que ha pasado en Venezuela en los últimos años.
Como ya se sabe, y nunca está demás repetirlo, un pueblo hambriento no tumba gobiernos. Aspecto éste que el ex Secretario de Estado Mike Pompeo no parece admitir en su reciente libro de autopromoción electoral de cara a las primarias republicanas de los Estados Unidos del año que viene, donde se muestra muy orgulloso de una estrategia que no sólo no funcionó sino que empujó, todavía más, a Venezuela hacia eje de los enemigos de Estados Unidos, Rusia e Irán, bajo regímenes expertos en evadir sanciones. Brillante.
Sin embargo, lo perverso y absurdo a la vez de la cuestión es que siguen siendo útiles para mucha gente, pero no para los venezolanos y tampoco, por supuesto, para los fines inicialmente anunciados. Personajes y personalidades que han hecho del radicalismo opositor de cartón piedra una forma de vida, que necesitan llamar la atención de los grandes medios y redes sociales, por razones políticas o pecuniarias, razón por cual insisten en defender las posiciones más radicales pero inútiles. De eso hay una larga experiencia en Venezuela a lo largo del último cuarto de siglo.
Sin urgencias por levantar las sanciones
Pero desde el otro lado de la talanquera se es parte del mismo juego. El gobierno venezolano, o en un sector importante dentro del mismo, no parece tener mucho interés o urgencia en levantar las mentadas “medidas coercitivas y unilaterales”, también llamadas “bloqueo criminal” por parte de la propaganda oficial y oficiosa, y dirigidas a “donde causen más dolor”. En cambio, se prefiere, por lo visto, regodearse en el dramatismo del mensaje que da más réditos que en resolver el tema de fondo.
Si a los voceros oficialistas les angustiara tanto el sufrimiento de los venezolanos causado por las sanciones estarían proponiendo algo concreto al respecto como, por ejemplo, liberar a todos los presos políticos o convocar elecciones monitoreadas por la comunidad democrática internacional a fin de cambiar la imagen del Gobierno en el exterior y demoler el argumento que las sostiene. Pero como sabemos, en realidad lo que ha habido (y hay) es una estrategia de perpetuación en el ejercicio del poder político, a la que lo más destacado de la tradicional dirigencia opositora venezolana contribuyó, de manera irresponsable y estúpida, llevando agua a ese molino. Prefirieron ser importantes (en las efímeras encuestas) y no útiles.
Como buen movimiento populista, al chavismo siempre se ha buscado un enemigo al que confrontar, que en el manual fundamentalmente son tres: el enemigo anterior (los ya lejanos gobierno adecos y copeyanos) el enemigo interior (la burguesía lacaya) y el enemigo exterior (el imperialismo estadounidense). En ese sentido, el ex presidente y magnate inmobiliario le cayó como anillo al dedo.
Las sanciones a PDVSA
Cuando las temidas sanciones contra los intercambios comerciales de PDVSA entraron en vigencia en marzo de 2019 la producción petrolera venezolana había caído de los 3.5 millones de barriles día en los primeros años del siglo a 2.5 en 2013 y, de ahí, a 1.1 millones a finales de 2018 según cifras de la OPEP. Pero tal como ocurrió en abril de 2002 con el ex presidente Hugo Chávez, justo cuando Maduro estaba en su peor momento, y su base de sustentación financiera se desmoronaba a causa de su propio ineptitud, llegó un estratega opositor a salvarlo, incapaz, al mismo tiempo, de darle el jaque mate definitivo.
Para el gobierno venezolano ha resultado muy útil echarle la culpa de todo cuanto va mal dentro del país a las sanciones. Cuadra perfectamente con su coartada. Muy fácil y, además, para muchos un buen negocio. No olvidemos este último y pequeño detalle.
Así pues, tenemos que desde el oficialismo claman y se rasgan las vestiduras en contra de la sanciones estadounidenses mientras exhiben, al mismo tiempo, una ausencia absoluta de rigor en la denuncia demostrando la mala fe de los denunciantes a los que tiene sin cuidado las sanciones pero sí les interesa su uso político como arma arrojadiza. Pueden dar cualquier fecha sobre el inicio de las mismas y lanzar las más disparatadas cifras sin base alguna.
Estilo de vida burgués
Pero no es sólo eso lo que exhiben. También un acomodado estilo de vida burgués, alejado de los sufrimientos impuestos al pueblo por “el bloqueo”; pueblo que resiste mientras ellos se permiten, por ejemplo, mostrar sin pudor alguno costosos retoques estéticos personales o inaugurar el nuevo, y “majestuoso”, estadio para la próxima edición de la Serie del Caribe, “el más grande de Latinoamérica y el Caribe certificado por grandes ligas”. Para ese tipo de cosas no hay sanciones ni bloqueos.
Ese es el auto destructivo y perverso juego en el que está metida Venezuela y que cualquier movimiento civil comprometido con la democracia y el cambio político en el país debe intentar desmontar. Cuestión, por supuesto, difícil puesto que la oposición venezolana no tiene ni arte ni parte en la aplicación o retiro de las medidas comerciales coercitivas. Eso depende de la Casa Blanca que tiene línea directa con Miraflores.
Esto nos lleva, por cierto, a otro aspecto del tema: la responsabilidad del Gobierno de que Venezuela esté sancionada hoy. Porque, después de todo, fueron sus decisiones las que llevaron al país a esta situación, por más equivocados e irresponsables que hayan sido sus adversarios. Un error no justifica otro error.