Zenaida Amador (ALN).- Recientemente se conoció la noticia de que Caracas es la ciudad más barata del mundo, información que generó sorpresa y extrañeza entre los caraqueños. La Encuesta sobre el costo de vida de The Economist Intelligence Unit sostiene que Caracas es más barata que otras capitales que han sido arrasadas por la guerra, como Damasco, en Siria. La publicación llegó a esta conclusión tras medir los precios de 160 productos y servicios pagados en dólares y ese es el punto donde entran en conflicto los datos estadísticos en frío y la realidad cotidiana de los caraqueños, quienes padecen una inflación diaria de 4% y se ven limitados para cubrir sus necesidades básicas, lo que va desde no contar con agua potable ni electricidad hasta no poder acceder a alimentos ni medicinas.
Aunque se habla de que Venezuela está dolarizada, la verdad es que los billetes verdes no están en manos del grueso de los venezolanos. El dólar es usado como referencia porque la moneda local ha sido destruida por año y medio de hiperinflación, lo que hace que los precios salten vertiginosamente. Pero la mayoría de los venezolanos percibe ingresos en bolívares y esa es una de las principales razones por las cuales cerca de 90% de la población vive en condiciones de pobreza.
La Encuesta sobre el costo de vida de The Economist Intelligence Unit sostiene que Caracas es más barata que otras capitales que han sido arrasadas por la guerra, como Damasco, en Siria. La publicación llegó a esta conclusión tras medir los precios de 160 productos y servicios pagados en dólares y ese es el punto donde entran en conflicto los datos estadísticos en frío y la realidad cotidiana de los caraqueños
El salario mínimo establecido por ley en Venezuela es de 18.000 bolívares, monto que equivale a unos 5,5 dólares al mes. Sin embargo, un caraqueño requiere de esos 5,5 dólares para comprar un kilo de harina de maíz precocida, un kilo de lentejas y un kilo de pasta, lo que obviamente no le alcanza para alimentarse un mes. Si quiere comprar un champú necesita 6 dólares, 3,5 dólares para cuatro rollos de papel higiénico y 4,5 dólares para medio kilo de café.
En enero, la canasta alimentaria ascendió a 360.115 bolívares, según estimaciones del Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda), es decir, unos 110 dólares.
De acuerdo con un estudio de la firma Datos, efectuado en enero pasado, apenas 3% de los venezolanos puede adquirir con su ingreso más de los bienes que necesita y sólo un 6% dice poder cubrir por completo sus necesidades, el resto descarta alrededor de 60% de los bienes y servicios que requiere porque no puede costearlos.
El esfuerzo de sobrevivencia se concentra en la comida. Según este mismo estudio, para 98% de los venezolanos la prioridad está en comprar alimentos.
Y esto responde a dos factores clave: la hiperinflación y la escasez. El desabastecimiento de bienes básicos es una constante, lo cual es altamente alarmante en cuanto a alimentos y medicinas, cuya producción local está prácticamente paralizada tras cinco años continuos de recesión en los cuales se destruyó más de la mitad de la economía. La dependencia de las importaciones es extrema, pero el país carece de divisas para encarar estas compras.
Tener dólares
Algunas empresas en Venezuela, bien sea porque tienen un brazo corporativo fuera del país, porque realizan exportaciones o porque en su actividad generan ingresos en divisas por alguna vía, complementan el pago en bolívares a su personal con una porción en dólares. Otros profesionales, por su perfil de trabajo, logran prestar servicios a empresas que operan fuera de Venezuela, lo que les garantiza un ingreso en dólares.
También hay una porción, de alrededor de 30% de la población, que recibe algún tipo de aporte de sus familiares en el exterior a través de remesas que, según estimaciones de la firma Ecoanalítica, se ubican en 90 dólares promedio al mes.
El hijo de Yesenia Torres emigró a Perú en agosto de 2018 en un largo viaje por tierra. Es uno de los más de 5 millones de venezolanos que han salido de Venezuela en los últimos años en la búsqueda de mejores condiciones de vida y que en lo que va de año le ha enviado dinero a su mamá en sólo dos ocasiones. El monto total en tres meses: 60 dólares. “Es todo lo que puede mandar, porque ha sido duro para él conseguir trabajo”, argumenta Torres, quien trabaja para una compañía que presta servicios de limpieza de oficinas en Caracas que le paga salario mínimo. Las remesas de su hijo hacen la diferencia. Sin embargo, su dieta diaria se basa en arepa con margarina, y arroz o pasta que mezcla con granos, los cuales prepara con agua y sal porque “los aliños están muy caros”.
Sin embargo, quienes tienen algún ingreso en dólares, incluyendo a la señora Torres, constituyen el segmento de la población que de mejor manera enfrenta los embates de la crisis. Y, en definitiva, son quienes pueden comprar con más facilidad algunos productos escasos que sólo están disponibles en el mercado negro “en dólares”.
¿Servicios regalados?
En el estudio de The Economist se toman en cuenta los precios de los servicios medidos en dólares. Muchos de estos servicios públicos se ofrecen prácticamente gratis ya sea porque están en manos del Estado o porque tienen tarifas reguladas, por lo que resulta risible el ejercicio de tratar de comparar su costo en dólares con el que tienen en otras capitales del mundo. Este hecho impacta en los resultados y puede generar la ilusión de que Caracas es una ciudad baratísima.
Es la ciudad de las calles rotas, sin alcantarillas, sin alumbrado público y con los semáforos inoperativos, donde miles de caraqueños se desplazan a pie o montados de cualquier forma en camiones porque el transporte público ha colapsado, y se resguardan temprano en casa debido a la desolación que se adueña de Caracas en cuanto cae el sol por la inseguridad y la casi inexistente actividad cultural y nocturna. En síntesis, una costosa ciudad en términos de calidad de vida, aunque barata a los efectos de los ejercicios estadísticos
En Venezuela los servicios públicos apenas funcionan dada la política de precios impuesta por la “revolución bolivariana”, que a lo largo de los años ha generado severas distorsiones en la economía, destruyendo la capacidad productiva y empleadora del país, así como el ingreso de la población.
Ser la capital del país le permite a Caracas gozar de algunos beneficios que el resto de los estados han perdido desde hace mucho, porque el régimen de Nicolás Maduro trata de mantener las operaciones de ciertos servicios públicos en zonas estratégicas de la ciudad para minimizar la exposición de la crisis venezolana.
Pero la precariedad es extrema y el más reciente apagón nacional, de unas 100 horas de duración, es una clara muestra de ello. De allí que dentro de la propia Caracas haya zonas donde es normal carecer del servicio eléctrico por varios días continuos, pasar meses sin recibir agua potable o gas doméstico, afectando hospitales y escuelas. Así, por ejemplo, la Universidad Simón Bolívar, una de las principales del país, ha suspendido sus actividades académicas porque no recibe agua desde el 4 de marzo.
Sin garantías
Algo similar pasa con la gasolina, la más barata del mundo, que en la actualidad cada usuario paga según el efectivo del que disponga porque el precio del producto no tiene expresión en el cono monetario vigente. Esta gratuidad del combustible es una de las razones que inciden en los severos problemas que enfrenta la industria petrolera nacional, cuya capacidad de producción está prácticamente en el suelo y, en consecuencia, su potencial para generarle ingresos a la nación.
El deterioro es tal que para contar con gasolina el país requiere importarla directamente o comprar en el exterior parte de las mezclas básicas para su elaboración, lo que hace que sean habituales las fallas en la oferta de combustibles. Las colas en las estaciones de servicio son una constante y hay que surtir los vehículos con la mezcla que esté disponible a riesgo del daño que esto pueda generar al motor.
Incluso quien perciba un alto ingreso en dólares tiene que convivir con la precariedad de la ciudad y eso incluye no tener garantías de que a la hora de un accidente o enfermedad podrá contar con los equipos médicos y las medicinas requeridas, ni siquiera ingresando en las mejores clínicas de Caracas.
Lo cierto es que Caracas es la capital de Venezuela, ese convulso país que cuenta con las mayores reservas petroleras del mundo y un vasto potencial gasífero y minero aún por desarrollar, pero que está sumido en una emergencia humanitaria compleja. Es la ciudad de las calles rotas, sin alcantarillas, sin alumbrado público y con los semáforos inoperativos, donde miles de caraqueños se desplazan a pie o montados de cualquier forma en camiones porque el transporte público ha colapsado, y que se resguardan temprano en casa debido a la desolación que se adueña de Caracas en cuanto cae el sol por la inseguridad y la casi inexistente actividad cultural y nocturna. En síntesis, una costosa ciudad en términos de calidad de vida, aunque barata a los efectos de los ejercicios estadísticos.