Pedro Benítez (ALN).- Si, como afirma algún estudio de opinión pública, más de la mitad de los venezolanos (54% aproximadamente) tienen un recuerdo positivo del expresidente Hugo Chávez, es decir, entre otras cosas, asocian a su persona al último gran boom petrolero nacional, precedente inmediato del apocalipsis económico y social que ha acontecido bajo el poder de Nicolás Maduro. Cabe preguntarse la razón por la cuál los principales candidatos a cargos de elección popular del partido que fundó, el oficialista PSUV, no hacen campaña ni con su imagen, ni con los símbolos y colores asociados al proyecto político que instauró.
Es más, ese mismo estudio señala que todavía hoy el liderazgo del fallecido mandatario superaría de lejos el de cualquier otro líder político activo en el país. Sean sus herederos o sus opositores.
Sin embargo, de cara al proceso electoral regional y municipal del próximo 21 de noviembre, los dos candidatos más emblemáticos del PSUV, los gobernadores Héctor Rodríguez y Rafael Lacava, de Miranda y Carabobo, respectivamente, están realizando proselitismo en el intento por reelegirse en sus cargos con una simbología diferente a la que ha caracterizado al chavismo. Incluso, cualquier observador desprevenido y ajeno a la realidad política venezolana podría creer que perfectamente se trata de aspirantes opositores.
Maduro: Un fardo pesado
Se podría entender que pretendan disociarse de la imagen de Maduro. Lógicamente, este es un fardo muy pesado, incluso en las condiciones de competencia electoral que siempre juegan a favor del oficialismo.
Pero, si tal y como se afirma, una porción nada de despreciable de venezolanos conservan un recuerdo positivo del anterior jefe del Estado, lo lógico sería que sus herederos sigan explotando su imagen, tal como el peronismo aún hoy en día sigue exprimiendo las de Juan Domingo y Eva Perón en Argentina, como en sus buenos tiempos hizo el PRI del mito de la Revolución Mexicana o como casi todos los gobiernos venezolanos desde siglo XIX han hecho con la de Simón Bolívar.
Usar una figura histórica con propósitos políticos/electorales es el pan nuestro de cada día, incluso en las democracias mejor establecidas. En particular si el personaje en cuestión fue el protagonista de un profundo cambio político y social que la población valora como positivo. En ese sentido, el chavismo fue desde 1998 el mayor realineamiento político ocurrido en Venezuela desde 1946.
Además, fue la aparición de una identidad política en la que millones de venezolanos se asumían como «chavistas». A eso hay que agregar los enormes recursos que se gastaron en crear o imponer su hegemonía cultural en el país, algo propio de este tipo de regímenes.
Sin «popularidad presidencial»
No obstante, y a la luz de los hechos, todo indica que atrás quedaron aquellos años en los que era suficiente aparecer en un afiche junto al ex comandante/presidente para que un desconocido tuviera asegurada la elección para cualquier cargo de elección popular. El mejor ejemplo fue el propio Maduro.
La popularidad presidencial aportaba una sólida base de votos de arranque. El resto lo hacía la maquinaria electoral del partido oficial que se apoyaba en el uso indiscriminado, masivo y ventajista de los recursos del Estado.
Pero, al parecer, solo va quedando lo segundo y poco de lo primero. Ya en 2018 Maduro y su círculo más cercano intentaron poner en marcha una marca electoral distinta al PSUV. De modo que los herederos de Chávez tienen algún tiempo distanciándose de imagen de quién los llevó al poder.
Compleja realidad política
Este es un aspecto de la realidad política venezolana en la que vale la pena detenerse a reflexionar, y que una buena parte de la oposición no intenta siquiera apreciar, siempre aferrada al dogma de que todos los procesos electores en el país son totalmente fraudulentos, dónde solo se asignan cargos en una simulación carente de todo margen de competencia real. Pero no es así. Como suele ocurrir, los hechos son más complejos.
Si en algo los dirigentes chavistas han demostrado destreza ha sido en el manejo político. Sus decisiones y actuaciones al frente del Estado venezolano han sido una sucesión de catástrofes, menos en el crucial manejo del poder. Por lo tanto, algo están leyendo en la conducta política del venezolano promedio que consideran digno de tomar en cuenta en su esfuerzo permanente por sostenerse en ese poder.
Ese algo lo podrían estar señalando otros estudios de opinión en estos momentos: la aparición de bloque mayoritario de potenciales electores que no se identifican con el chavismo, pero tampoco con la oposición, vamos a llamarla así, tradicional.
¿El momento de los independientes?
En el primer caso por la abrumadora impopularidad de Maduro. En el segundo por no haber cumplido con la expectativa de sacarlo del poder. La consecuencia sería la aparición de un bloque mayoritario de independientes del alrededor del 60%. Sin embargo, esto está por verse y la cita comicial del 21 de noviembre podría ser una señal en ese sentido.
Pero, en cualquier caso, ese dato explicaría la aparición de candidaturas opositoras que apuntan a ese electorado desafiando el status quo de la propia oposición. Y también la estrategia proselitista de dirigentes chavistas como Rafael Lacava o Héctor Rodríguez.
Del lado opositor ese proceso se ha visto perturbado por las maniobras de Maduro orientadas a dividir a la oposición judicializando a sus partidos políticos. Pero reducir el desafío de candidaturas disidentes de la propia oposición una cuestión de traiciones o «colaboracionismo» con el régimen autoritario es no ver el cambio que va ocurriendo en la sociedad. Porque incluso, en su actual estado de postración, la sociedad venezolana también va cambiando.
La adaptación del chavismo
Este es otro aspecto en donde se puede constatar el proceso de mutación que se ha venido dando en el chavismo. No ha cambiado a la realidad, la realidad lo está cambiando (o se está adaptando a ella) y no como que se supone haría una revolución.
Porque lo cierto del caso es que en la Venezuela chavista no hubo tal revolución. El país es hoy la peor versión de si mismo. Al final del día el régimen chavista no aportó ningún cambio positivo que fuera sostenible para la sociedad venezolana. Por el contrario, ha hundido en la miseria a los mismos pobres que prometió redimir, la exclusión social ha llegado a niveles de emigración masiva, todos los problemas que la nación tenía en 1998 se han multiplicado y a esos se han agregado otros nuevos.
Probablemente, con la excepción de Haití, no hay hoy un sociedad latinoamericana más excluyente que la venezolana. Son millones los excluidos del acceso a la educación, a la salud o a servicios básicos como el agua potable.
Golpe con la realidad
El socialismo del siglo XXI, junto con sus promesas, se ha estrellado contra la realidad. Señales claras son la progresiva adopción de la moneda del odiado imperio y la tregua al sector privado de la economía nacional. El modelo ya no es Cuba, sino Rusia o Singapur. Ahora Maduro y su grupo hacen el viejo juego de vender la necesidad como virtud.
Eso tiene su inevitable reflejo en la política. Si como dice la narrativa oficial Venezuela es un país sometido al cruel bloqueo económico estadounidense, con su pueblo dando muestras de heroica resistencia, está elección sería una oportunidad para exhibir ese espíritu revolucionario de combate en las urnas electorales.
Sus líderes deberían estar efectuado ese llamado a la lucha en calles y plazas de todo el territorio nacional. Pero nada de eso se ve. Por el contrario, sus candidatos más emblemáticos exhiben la típica campaña electoral de una decadente democracia occidental. Pan y circo.
Y por otra parte, usando el lenguaje marxista, la dirigencia chavista se ha “aburguesado”. Su preocupación central consiste en retener el poder y disfrutar de sus privilegios, junto con las riquezas que el saqueo del país le ha permitido.
Los comunistas, disidentes
El sector más ideológicamente izquierdista del chavismo que se congrega en torno al hoy disidente Partido Comunista de Venezuela (PCV) profiere contra el gobierno de Maduro la vieja acusación de derechización. No obstante, los camaradas venezolanos olvidan que no es la primera vez que tal fenómeno se da en un pretendido proceso revolucionario, y que tampoco es nuevo en el chavismo. Su desarrollo precede al actual ocupante del Palacio de Miraflores.
De modo que, fin de cuentas, el chavismo ha emulado a Lenin (tomando y conservando el poder) y no a Gramsci (instaurando un hegemonía cultural).
A veces la realidad es lo que aparenta ser. El chavismo es básicamente una oligarquía que se aferra al poder y a sus privilegios, dispuesta a mudar de piel para que todo siga igual.