Pedro Benítez (ALN).- Todas las declaraciones que den actores políticos en Colombia sobre Venezuela tienen un común denominador que no hay que perder de vista: se acerca un nuevo ciclo electoral en ese país. Esta afirmación es aplicable, obviamente, al resto de los países donde el tema venezolano se usa como arma arrojadiza de un sector contra el otro, pero en este caso en concreto resulta ser determinante por razones bastante conocidas, que por cuestiones de espacio no recapitularemos hoy aquí.
Baste decir que si el actual ambiente de la opinión pública colombiana se mantiene hasta las elecciones generales del 2026, puede que en ese año se repita el mismo fenómeno de los comicios de 2018, donde el entonces candidato de la izquierda, Gustavo Petro, pasó muchos meses encabezado todos los sondeos de opinión pública, para perder en la recta final con el desconocido candidato del uribismo Iván Duque que, viniendo de atrás, se impuso en la segunda vuelta.
El factor determinante fue la crisis venezolana; con el país vecino sumido entonces una catastrófica hiperinflación, un tema obligado eran los miles de personas que cruzaban todos los días el Puente Simón Bolívar hacia Cúcuta. Con ese telón de fondo la alianza que respaldó a Duque explotó el temor a que Petro fuera el Chávez colombiano. Como suele ocurrir en todas las campañas electorales el voto del miedo fue determinante. En resumidas cuentas, la Venezuela chavista es una pesada loza para la izquierda colombiana.
Sin embargo, ese no es el principal problema de Colombia ni el centro de todo su debate público; ni ahora, ni lo será el próximo año. De aquí para allá las preferencias electorales consistirán en evaluar el gobierno de Gustavo Petro. A estas alturas del partido queda bastante claro que no pasará a la historia como el mejor presidente colombiano. Su gestión ha resultado ser mediocre, acumulando más fracasos que éxitos.
No logró pacificar al ELN ni a las disidencias de las Farc; la seguridad pública se ha seguido deteriorando en buena parte del territorio nacional; varias de sus ambiciosas reformas se han trabado en el Congreso, donde perdió la súper mayoría parlamentaria con que arrancó en 2022; y la intervención de dos de las más importantes entidades promotoras de Salud privadas han resultado ser controvertidas e impopulares. Pero, por otro lado, Petro no ha sido la catástrofe que pronosticaron sus adversarios, y nada indica que el país esté al borde la ruptura institucional.
Sondeos de opinión pública
Los sondeos de opinión pública señalan que esa es la apreciación entre los colombianos; a lo largo de los últimos doce meses la desaprobación del presidente se ha mantenido en torno al 60%, mientras la aprobación que no ha bajado del 30%, que parece ser el lecho rocoso del petrismo, recuperándose hasta el 39,9 en el pasado mes de diciembre.
No por casualidad, ese 30% es el número que las encuestas le otorgan al Pacto Histórico, la coalición de izquierda hoy en trámite para transformarse en un partido político. Este es el dato clave de cara a la próxima carrera presidencial porque, de consolidarse esa cifra, la izquierda colombiana, hoy gobierno, tendría asegurado su pase a la segunda vuelta presidencial. Su aspirante a suceder a Petro en 2026 sería el candidato a derrotar por una derecha que, aunque luce como la primera opción, se encuentra hoy (como en 2022) dividida y con sus partidos venidos a menos.
De modo que, si las cosas siguen como van, el gran logro de Petro consistiría en consolidar un gran partido colombiano en la izquierda.
El candidato adecuado
El problema (uno de varios) es conseguir al candidato adecuado. Entre los más nombrados han destacado el ex senador Gustavo Bolívar, actual el director del Departamento para la Prosperidad Social del gobierno de Petro, muy criticado su posición ambivalente ante el gobierno de Nicolas Maduro; y Claudia López, la polémica ex alcaldesa de Bogotá con una gestión bastante cuestionada en ese despacho y con pocas simpatías en el propio Pacto Histórico.
En cuanto a la vicepresidenta Francia Márquez, sus actitudes personales, y su negativa gestión al frente del Ministerio de Igualdad, la han hundido en la estimación pública y distanciado notoriamente de Petro.
No obstante, una figura empieza despuntar por su continua presencia en los medios: el canciller Luis Gilberto Murillo. Paradójicamente, el tema de las relaciones con Venezuela lo han posicionado en la opinión pública como un crítico de Maduro, pero cuidándose de no pelearse con su jefe. Es decir, practica el arte del equilibrismo, al mejor estilo del ex presidente Juan Manuel Santos.
Ingeniero, ex gobernador de Chocó (1998-1999), ex ministro de Medio Ambiente en el gobierno de Santos (2016-2018), y embajador en Estados Unidos (2022-2024), Murillo podría ser lo que con picardía el ex presidente Álvaro Uribe ha bautizado como el “petrosantismo”. Y no es que no tenga la razón, después de todo a Santos se le atribuye haber apoyado desde la trastienda a Petro y varios de sus ex funcionarios de confianza lo son del actual gobierno. Murillo es un buen ejemplo.
Es más, esa es precisamente su ventaja más notoria frente a otros posibles aspirantes como la senadora María José Pizarro, hija de Carlos Pizarro, uno de los principales cabecillas del grupo insurgente Movimiento 19 de abril (M-19) y malogrado candidato presidencial.
Además, por sus características personales y trayectoria política, tiene las credenciales para dar la pelea, cuesta arriba, pero darla, el año que viene. Puede arrancar votos más allá de la izquierda. Por eso es que al igual que Santos hizo con su ex jefe Uribe en 2010, Murillo espera que Petro (impedido legalmente de reelegirse) le abra la puerta otorgándole su capital electoral.
Simulando que no aspira, el actual canciller busca las maneras de sortear con el espinoso tema de las relaciones con Caracas, en las que cualquier paso en falso le puede costar la carrera política.
Comentamos esto dejando de lado las mal disimuladas simpatías que por el chavismo anidan en el propio Pacto Histórico. Debilidad emocional de la que sus adversarios ser agarran para insistir en equiparar al petrismo con el chavismo.