Ysrrael Camero (ALN).- El dramático suicidio de Alan García es la última expresión de una trágica tradición de suicidios que giran alrededor del poder y la política. En América Latina han sido recurrentes los casos en países como Chile y Cuba, aunque no sean exclusivos. Repasamos algunos de los más connotados.
El dramático suicidio de Alan García es la última expresión de una trágica tradición de suicidios que giran alrededor del poder y la política. Desde el suicidio de Lucrecia que cinco siglos antes de Cristo desencadenó la revolución en Roma, expulsando a los reyes etruscos y dando inicio a la República, hasta la autoinmolación “a lo bonzo” del tunecino Mohamed Bouazizi en 2010 que encendió la Primavera Árabe, hay determinados sacrificios autoinfligidos que impactan de manera trascendente en la dinámica del poder.
América Latina no escapa a este fenómeno, habiendo sido recurrentes los casos en países como Chile y Cuba, aunque no le sean exclusivos. Repasamos algunos de los más connotados.
José Manuel Balmaceda (Chile)
José Manuel Balmaceda había nacido en 1840, convirtiéndose en Presidente de Chile el 18 de septiembre de 1886 con el apoyo de los partidos Nacional, Liberal y de un sector del Partido Radical. Aunque recibió el país en medio de una bonanza económica, que le permitió construir obras públicas y bajar los impuestos, su Presidencia estuvo marcada por un gran conflicto político entre el Presidente y el Congreso.
Pretendiendo unificar las distintas facciones liberales Balmaceda impulsó una reforma a la Constitución en 1890 para dejar atrás el régimen parlamentario y pasar a ser una República presidencialista. El Congreso rechazó el cambio, negando también la instalación de un nuevo gabinete y la aprobación de los Presupuestos de 1891. El 5 de enero de 1891 Balmaceda decidió que el Gobierno se regiría por el Presupuesto aprobado el año anterior. Frente a eso el Parlamento, considerando esa acción inconstitucional y dictatorial, decidió destituir al Presidente.
Ese fue el inicio de una breve guerra civil que dejó alrededor de 10.000 muertos. Las tropas del Congreso derrotaron a los partidarios de Balmaceda, quien, tras entregarle el Gobierno al general Manuel Baquedano el 21 de agosto, tuvo que asilarse en la Legación argentina.
El 18 de septiembre de 1891, día en que terminaba el período constitucional para el que fue electo, José Manuel Balmaceda se vistió elegantemente de negro, se tendió en la cama y se disparó un tiro, no sin antes dejar un testamento político, donde alertaba que “sólo en la organización del Gobierno popular representativo con poderes independientes y responsables y medios fáciles y expeditos para hacer efectiva la responsabilidad habrá partidos con carácter nacional y derivados de la voluntad de los pueblos”, añadiendo que “el régimen parlamentario ha triunfado en los campos de batalla; pero esta victoria no prevalecerá”.
Eduardo Chibás (Cuba)
El segundo caso nos traslada 60 años hacia delante, a la isla de Cuba, donde la naciente democracia avanzaba con mucha dificultad, entre la violencia política de los pistoleros y las denuncias públicas de corrupción. El Presidente, Carlos Prío Socarrás, del Partido Revolucionario Cubano, los auténticos, quien había sido destacado líder estudiantil, se encontraba en su tercer año de gobierno.
Habiendo sido electo en 1948 se enfrentaba a dos frentes que le hacían oposición. De un lado a Fulgencio Batista, militar y hombre fuerte con gran ascendencia en el Ejército, quien manejaba importantes resortes de poder desde la Revolución de 1933, siendo Presidente entre 1940 y 1944. Pero del otro lado emergía con fuerza la voz de Eduardo Chibás, el loco Eddy, quien había fundado el Partido del Pueblo Cubano, los ortodoxos, como una escisión de los auténticos, y denunciaba en sus programas de radio la corrupción de los ministros.
Chibás y Prío habían sido compañeros y juntos habían sostenido a Ramón Grau y fundado el PRC. Pero el partido ortodoxo se levantaba desde 1947 con un discurso moralista contra la corrupción de los auténticos, haciendo de “vergüenza contra dinero” su lema. Eduardo Chibás había nacido en 1907 en Santiago de Cuba. Luego de denunciar manejos turbios en el gobierno de Grau se separa y funda el PPC, en 1948 se postula a la Presidencia de la República, perdiendo frente a Prío. Eddy Chibás sigue en su campaña moral contra la corrupción denunciando a Aureliano Sánchez Arango, ministro de Educación, de haberse robado los fondos de las escuelas públicas. Este último lo reta a que presente las pruebas públicamente. Ante la imposibilidad de obtener las pruebas Chibás cae en depresión.
El 5 de agosto de 1951, ante los micrófonos de la emisora CMQ, Eddy Chibás pronuncia lo que sería su último programa, arengando desde la radio: “¡Por la independencia económica, la libertad política y la justicia social! ¡A barrer a los ladrones del gobierno! ¡Vergüenza contra dinero! ¡Pueblo de Cuba, levántate y anda! ¡Pueblo cubano, despierta! ¡Este es el último aldabonazo!”. Inmediatamente un sonoro disparo tronó en los receptores de los radioescuchas. Chibás se había disparado en el abdomen. Once días después moría en La Habana. Meses después, en marzo de 1952, sin que se pudieran realizar nuevas elecciones, el Gobierno democrático es derrocado por Fulgencio Batista, quien se convierte en dictador. Entre los seguidores de Chibás se encontraba Fidel Castro.
Getulio Vargas (Brasil)
Avancemos ahora escasamente unos tres años y vamos a trasladarnos al gran gigante del Sur, al eterno país del futuro, a Brasil. Getulio Vargas había nacido en 1882, desde joven había participado en la política, siendo uno de los líderes de la Revolución de 1930 que puso fin a la República del “café con leche”, régimen que había dominado Brasil desde 1889. Entre 1930 y 1937 Getulio Vargas había pasado de ser jefe del Gobierno provisional a Presidente constitucional. En 1937 Vargas dio un golpe de Estado desde el Gobierno. Cerró el Congreso y aprobó una nueva Constitución, con claras influencias del fascismo, proclamando el inicio del Estado Novo. Hasta octubre de 1945 dictó los destinos de Brasil bajo un esquema corporativo y autoritario.
Cinco años después, y tras ganar las elecciones, volvió al poder Getulio Vargas, pero en unas condiciones mucho más adversas y con una oposición activa. El 5 de agosto de 1954 hubo un atentado contra el periodista Carlos Lacerda, muriendo su acompañante, un mayor de la Aviación, mientras repelía al pistolero. Las voces acusadoras se desataron contra Getulio Vargas. Las investigaciones empezaron a acercarse al entorno presidencial, apresando a miembros de su guardia personal.
Los rumores de una pronta renuncia del Presidente llenaban los debates en la opinión pública. La búsqueda de una solución pactada fue quedando atrás cuando su propio Vicepresidente se retira de su lado. Había manifestaciones en la calle contra el Presidente. El 24 de agosto de 1954, una reunión del Consejo de Ministros le recomienda al presidente Getulio Vargas su alejamiento del poder, él accede. Al salir de la reunión Vargas reúne a su familia, luego le comunica a su hijo que quería retirarse a descansar. A las 9:35 de la noche sonó una detonación, se había disparado en su lecho.
Dejó una carta, testamento político, donde acusaba a sus enemigos de haberlo conducido a la muerte: “Una vez más las fuerzas y los intereses en contra del pueblo se coordinarán y se desencadenarán sobre mí. No me acusan, me insultan; no me combaten, me calumnian y no me otorgan el derecho a defenderme. Necesitan sofocar mi voz e impedir mi accionar, para que yo no pueda continuar defendiendo como siempre he defendido al pueblo y especialmente a los humildes. Sigo el destino que me he impuesto”. Y agregaba más adelante: “Cada gota de mi sangre será una llama inmortal en vuestra conciencia que mantendrá sagrada vibración para vuestra resistencia. Al odio respondo con el perdón. Y a los que piensan que me han derrotado les respondo con mi victoria. Era esclavo del pueblo y hoy me libero para la vida eterna”, cerrando así: “Les di mi vida. Ahora les ofrezco mi muerte”. Hay quienes señalan que la carta de suicidio de Getulio Vargas fue uno de los grandes factores de trastorno de la vida política brasileña en la década posterior.
Salvador Allende (Chile)
Ahora nos enfrentamos a uno de los episodios más polémicos de la historia contemporánea de América Latina. La muerte del presidente Salvador Allende en Chile durante el golpe de Estado que lo derrocó el 11 de septiembre de 1973. Mucha tinta polémica ha corrido sobre la muerte de Allende, desde quienes sostienen que fue asesinado por los golpistas, por algún guardaespaldas cubano, o por su propia mano. Las últimas investigaciones parecen resolver el trágico dilema.
Ante la certeza de la derrota infligida por los golpistas, y estando cercado en un Palacio de La Moneda bombardeado, Salvador Allende tomó la decisión de quitarse la vida. En su última intervención radiofónica se atisba el fantasma de la muerte: “Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron”, agregando más adelante que “pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza”.
Alan García (Perú)
El suicidio de Alan García puede enmarcarse en esta trágica tradición. Habiendo nacido en Lima en mayo de 1949 llegó a ser uno de los discípulos predilectos del fundador del Partido Aprista Peruano, Víctor Raúl Haya de La Torre. Como dirigente aprista fue diputado constituyente en 1978, formando parte de la transición a la democracia en Perú.
Luego de la muerte de Haya, se convirtió Alan García en la voz cantante del aprismo. Con una oratoria impresionante, que lo caracterizó a lo largo de su vida política, ganó las elecciones presidenciales el 14 de abril de 1985. La victoria de Alan García parecía ser la cúspide de una larga lucha histórica del aprismo para llegar al poder en Perú.
El Partido Aprista es el más antiguo de Perú, y es allí donde un liderazgo polémico como el de Alan García se ubicó por más de tres décadas. Desde la muerte de Haya de la Torre en 1979 había sido García el líder con más continuidad en su exposición, por ende también era quien más enemigos había acumulado, alto rechazo en muchos sectores, pero mucho reconocimiento
Su primer gobierno estuvo caracterizado por la crisis económica, con hiperinflación, y por la violencia terrorista de Sendero Luminoso. Aunque inició la Presidencia con gran popularidad la finalizó con un rechazo generalizado, siendo las acusaciones de corrupción un aspecto dominante del trato que recibió por parte de la opinión pública. Cuando Alberto Fujimori se convierte en dictador, en 1992, intenta apresar a Alan García, quien consigue evadir la persecución. Durante la dictadura fujimorista García se mantiene en el exilio, volviendo a Perú en 2001.
Un líder polémico, con una retórica vibrante y popular, le tocó administrar el legado histórico del APRA. Fue derrotado en las elecciones presidenciales de 2001 por Alejandro Toledo. En el lustro posterior se dedicó a construir vínculos con mayor diversidad de sectores sociales, para conformar el “Frente Social” que, alrededor del Partido Aprista Peruano, lo llevaría a las elecciones de 2006. En la primera vuelta Alan García quedó en segundo lugar, superando por una muy pequeña distancia a Lourdes Flores, y debiendo enfrentarse en segunda vuelta a Ollanta Humala. Las campañas de 2006 fueron particularmente polarizadas, el fantasma del chavismo planeaba como amenaza sobre la política peruana, y García se convirtió en el aglutinador de quienes querían evitar la victoria del chavismo en Perú. En ese marco Alan García se convirtió, por segunda vez, en Presidente.
Su segundo gobierno fue muy distinto al primero. Habiéndose construido un gran consenso político y social alrededor de un modelo económico que se percibía como exitoso, presentando Perú cifras de crecimiento económico sostenido, y un entorno hospitalario para las inversiones privadas, el mandato de García se caracterizó por la continuidad del crecimiento económico y la estabilización de la vida política peruana. Tras finalizar, en 2011, su segundo período de gobierno, parecía cerrar el ciclo en un clima de respeto internacional y moderación política.
Es acá donde el terremoto producido por la corrupción de Odebrecht conmovió la estabilidad de las elites políticas latinoamericanas. Un período de bonanza económica, vinculada a un dilatado ciclo de precios altos de las materias primas en los mercados mundiales, había beneficiado a las economías de América Latina. La clase media había crecido y prosperado en gran parte del continente, oportunidades para el desarrollo de grandes obras de infraestructura pública se generaron desde Argentina hasta México, pasando por el Caribe. La compañía brasileña Odebrecht supo aprovechar las oportunidades generadas, y una cadena de coimas, mordidas, sobornos, empezaron a circular por el continente, a derecha e izquierda.
“Cumplido mi deber en la política y en las obras hechas para el pueblo, alcanzadas las metas que otros países o gobiernos no han logrado, no tengo por qué aceptar vejámenes. He visto a otros desfilar esposados, guardando su miserable existencia. Pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos, por eso le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones, a mis compañeros una señal de orgullo, y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios”, dejó por escrito García
Una vez que se cerró el ciclo de bonanza el crecimiento se desaceleró. Economías como la venezolana, criminalmente saqueada, se vinieron abajo. El continente parece tornar a un ciclo de bajo crecimiento económico y conservadurismo político. La realización de investigaciones, desde las periodísticas hasta las judiciales, empieza a desnudar tramas de corrupción transnacional. El caso Lava Jato se lleva por delante a la elite política de Brasil, desde Lula da Silva hasta Michel Temer, parecen encontrarse implicado.
También a Perú llegaron los escándalos y la apertura de juicios por los negocios de Odebrecht. Ahora todos los expresidentes peruanos se encuentran en manos de la justicia, desde el exdictador Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, quien se mantiene fuera del país, Ollanta Humala, y Pedro Pablo Kuczynski, quien se vio obligado a renunciar para enfrentar el juicio y ahora tiene tres años de prisión preventiva.
A pesar de que la economía peruana ha venido creciendo, ha mejorado la calidad de vida de los ciudadanos, se han fortalecido las instituciones y su inserción en la economía mundial, hay un punto débil en el modelo, y es la debilidad y dispersión del sistema partidista. El Partido Aprista es el más antiguo de Perú, y es allí donde un liderazgo polémico como el de Alan García se ubicó por más de tres décadas. Desde la muerte de Haya en 1979 había sido García el líder con más continuidad en su exposición, por ende también era quien más enemigos había acumulado, alto rechazo en muchos sectores, pero mucho reconocimiento.
Allí ubicamos el último gesto trágico de despedida de Alan García. Acusado de corrupción desde su primer gobierno, la bestia negra para Fujimori en la dictadura, perseguido por adversarios, investigado por la prensa y por los tribunales. Parecía que finalmente podría caer preso… No estaba dispuesto a pasar por la humillación. Al tomar la decisión dejó por escrito su testamento político, allí considera cumplida su misión histórica, frente a Perú y frente al APRA, “Cumplido mi deber en la política y en las obras hechas para el pueblo, alcanzadas las metas que otros países o gobiernos no han logrado, no tengo por qué aceptar vejámenes. He visto a otros desfilar esposados, guardando su miserable existencia. Pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos, por eso le dejo a mis hijos la dignidad de mis decisiones, a mis compañeros una señal de orgullo, y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios”.
Con el suicidio de Alan García se cierra un ciclo en la política peruana, se retira violentamente el último líder histórico de un partido que, habiendo marcado la política del continente, se había venido a menos. Era un líder del siglo XX, y un sobreviviente en el XXI.