Rafael Alba (ALN).- David Bowie fue el primer artista que aprovechó el flujo constante de sus ingresos por derechos de autor para cerrar una operación financiera de éxito. Ahora, Hipgnosis Songs, el fondo de Merck Mercuriadis y Nile Rodgers supera con éxito su primer ejercicio completo de cotización en la Bolsa de Londres.
Para muchos especialistas en el análisis de la industria musical global que intentan entender las últimas, y siempre cambiantes, tendencias del negocio, la única certeza que aún se mantienen en pie en el competitivo mundo del pop actual está incluida en una famosa frase que casi tres generaciones de managers, artistas, productores, promotores y demás fauna propia de este volátil ecosistema han repetido como un mantra, tanto en los momentos buenos, como en los malos, durante cuatro décadas: “Una buena canción te llevará lejos”.
Esperanzadora sentencia que formaba parte, por cierto, de una tonada que consiguió hacerse muy popular en el último tramo del siglo XX. Quizá mis lectores más veteranos la recuerden, se llamaba The Road, y había sido escrito por Danny O’Keefe, un cantautor del estado de Washington, algunas de cuyas composiciones más notables se convirtieron en éxitos interpretadas por terceros. Circunstancia que le proporcionaría con el tiempo su principal fuente de ingresos.
Ese descubrimiento fue cosa de otro gran visionario. De un tal David Bowie. Un tipo revolucionario en todo lo que hizo, tanto en la música como en cualquier otra disciplina relacionada con las bellas artes. O en la moda. O en la industria financiera. Allá por 1997, al bello David se le ocurrió aprovechar la tendencia de moda en el momento. Los llamados bonos colateralizados basados en titularizaciones. Una primera manifestación de la sofisticada ingeniería financiera que generaría luego las tristemente famosas emisiones de hipotecas basura que originaron la última gran crisis financiera global.
En el caso de The Road, el cómplice necesario para el buen fin de aquella operación artística (y financiera) fue un tal Jackson Browne. Otro reputado autor de hits. Era 1977 y el fino artista californiano incluyó aquella interesante viñeta melódica de O’Keefe en el álbum Running on Empty, un lp multivendedor que se mantuvo más de 65 semanas en las listas de éxitos de EEUU, donde llegó a ocupar el número 3 de la lista de Billboard, y que tuvo una gran acogida de crítica y público en medio mundo, España incluida.
Aunque por ser justos, el triunfo de aquel LP, se debió sobre todo a otro versión bien escogida y resuelta. La interpretación inolvidable que Browne y su banda hicieron de Stay, una canción escrita por Maurice Williams a finales de la década de los 50 que ya había acreditado su condición de caballo ganador antes de revivir casi dos décadas después para completar aquella nueva hazaña. Stay, una verdadera delicia minimalista que en su versión original apenas duraba poco más de minuto y medio, fue número uno por primera vez en 1960, en la fascinante versión de The Zodiacs, una potente banda de Doo-Woop, capaz de producir unos fascinantes juegos vocales, que lideraba entonces el propio Williams.
Pero la cosa no quedaría ahí. Luego repitió éxito en 1963 gracias a The Hollies y The Four Seasons y en 1968, por culpa de The Dave Clark Five. Después llegó la versión de Jackson Browne. Y todavía le quedaba recorrido porque 13 años más tarde el tema original de The Zodiacs repetiría posición en la parte noble de las listas de éxitos mundiales en 1990 gracias a su inclusión en la banda sonora de la película Dirty Dancing. Con menos éxito de ventas, pero siempre disponible para que cada nueva edición generará ingresos por derechos de autor, Stay ha conocido otras muchas versiones. Entre otras, las realizadas por Jan & Dean, Cindy Lauper y Bruce Springteen, según la información sobre el tema recopilada en varios portales de Internet especializados. Así que, al menos en este caso, si que habría confirmado ser muy cierto aquello que les contábamos antes de que era posible llegar muy lejos a lomos de una canción, si esta era verdaderamente memorable.
Equipos de compositores de hits como Holland, Dozier, Holland o Ashford & Simpson también probaron suerte en los mercados de deuda
Y, como ha quedado demostrado, durante muchísimo tiempo además. Aunque no es muy probable que ninguno de los dos artistas que hemos mencionado al principio de este artículo, pensará en aquel momento, que entre los lugares inesperados y remotos a los que un afortunado cantante podía llegar gracias al impacto que un tema podía alcanzar entre el público, además de las discotecas, los auditorios, los teatros, los salones de baile o los estadios de medio mundo, se encontraban otros emplazamientos tales como Wall Street o el London Stock Exchange, nombre en inglés de la mismísima Bolsa de Londres.
Ese descubrimiento fue cosa de otro gran visionario. De un tal David Bowie. Un tipo revolucionario en todo lo que hizo, tanto en la música como en cualquier otra disciplina relacionada con las bellas artes. O en la moda. O en la industria financiera. Allá por 1997, al bello David se le ocurrió aprovechar la tendencia de moda en el momento. Los llamados bonos colateralizados basados en titularizaciones. Una primera manifestación de la sofisticada ingeniería financiera que generaría luego las tristemente famosas emisiones de hipotecas basura que originaron la última gran crisis financiera global.
Obviamente, los bonos colocados por Bowie, no eran tan tóxicos. Aunque no estaban exentos de peligro. Eran unas emisiones de deuda avaladas por la probabilidad de ingresos futuros recurrentes que manaban alrededor de determinados activos. En este caso concreto, los derechos de autor del catálogo de canciones del ídolo británico. La titularización fue diseñada por David Pullman, un tiburón especializado en convertir las melodías en dinero contante y sonante, del que nos comprometemos a hablar muy pronto en este espacio. La transacción se cerró con éxito, alcanzó un volumen de 55 millones de dólares (49,73 millones de euros) y aportó una rentabilidad media anual del 7,9% durante una década, a los clientes de la aseguradora Prudential Financial que corrieron el riesgo de invertir en este instrumento financiero tan poco usual. Y que quizá porque su amortización llegó justo antes de la debacle dejo un buen sabor de boca en el mercado.
La buena acogida de los Bonos Bowie propició otras titularizaciones similares que aportaron liquidez a equipos de compositores de éxitos como Holland, Dozier, Holland y Ashford & Simpson (escritores de la plantilla de la Tamla Motown, con un buen puñado de números uno a sus espaldas), o James Brown. Pero aquello sólo fue el primer paso. Una forma como otra cualquiera de establecer una ruta en el mapa que necesitada ser explorada por otros espíritus aventureros. Y que, además, no tuvo una continuidad inmediata porque, como ya saben, el inicio del siglo XXI sumergió a ambas industrias, la musical y la financiera, en dos crisis paralelas y coincidentes, severas que hicieron imposibles los experimentos relacionados con la diversificación de los excedentes dinerarios. Hasta que hace un par de años, Wall Street volvió a confiar en la industria de la música y las posibilidades de inventar nuevos modelos de gestión de los ingresos futuros relacionados con la propiedad intelectual volvieron a estar sobre la mesa.
Internet, el cine y la industria publicitaria han aportado nuevas vías de rentabilizar en el presente los éxitos del pasado
Y de nuevo el poder de las viejas canciones con capacidad para volver a escalar las listas de éxito cada vez que alguien vuelve a conseguir situarlas en el centro del escenario despertó el apetito de los tiburones de las finanzas. Sobre todo porque gracias a Internet, el streaming, la industria publicitaria y el cine han aparecido nuevas vías para la explotación de los viejos hits. Algunas tan inesperadas como los litigios judiciales relacionados con posibles plagios que se han extendido mucho en una época en la que la edición y el corta y pega directo forman parte del proceso creativo de más de un constructor de hits flamantes.
A veces, se gana un buen dinero sin necesidad de que el asunto llegue a dirimirse ante un juez. Basta un apretón de manos y un reconocimiento de autoría compartida para convertir en rentable esa bendita apropiación indebida de cualquier secuencia de notas viejuna, repentinamente rescatada del olvido por un autor descuidado con memoria de pez o por un compositor con alma de buitre pillado en pleno vuelo sobre las partituras ajenas.
Así que, en este contexto, los propietarios de una cartera adecuada de canciones, capaces de hacer una gestión activa de esas melodías inolvidables, cuentan con muchas posibilidades de volver a exprimir los catálogos hasta hacer brotar de ellos de nuevo un flujo de beneficios recurrentes. Y también de llamar la atención de los bancos de inversión, siempre ávidos de comisiones, y decidirse a llamar a la puertas de las principales bolsas de valores del mundo.
Justo el terreno abonado para que naciera Hipgnosis Songs, el fondo impulsado por el mánager canadiense Merck Mercuriadis (que ha trabajado con Beyoncé, Elton John, Iron Maiden y Guns N’ Roses, entre otros), junto al guitarrista y productor Nile Rodgers, líder de Chic, una de las grandes bandas de funk de la década los setenta, que acaba de cumplir en este mes de julio con éxito moderado su primer año de cotización en la Bolsa de Londres.
La revalorización de los títulos ha sido escasa, porque su precio de salida fue de una libra (1,09 euros) y ha cerrado el primer ejercicio completo a sólo 1,055 libras (1,156 euros). Pero su rentabilidad prevista puede acercarse al 6% porque ha repartido, de momento, un dividendo de 0,0125 libras por acción (0,0137 euros) que se multiplicará por tres en lo que queda de año, según lo previsto, y ha cerrado nuevas adquisiciones de temas y catálogos hasta sumar un total de 5.891 canciones bajo gestión. Y subiendo.
En la cartera de Hipgnosis Songs hay un puñado de temas con mucho potencial escritos por músicos del calibre del citado Nile Rodgers, The Dream, GiorgioTuinfort,Starrah, Nick Jarjour, David A. Stewart, Bill Leibowitz, Ian Montone o Jason Flom. Profesionales de largo recorrido que han suministrado temas a estrellas del estilo de Santana, David Guetta, Beyoncé, Justin Beaver, Camila Cabello o Celine Dion, por citar sólo a unos cuantos clientes de la empresa más o menos conocidos. Además, según la información detallada por la compañía, en su catálogo hay ahora 1.505 canciones que han conseguido figurar entre los diez primeros números de las listas de éxitos globales y 911 de ellas han logrado llegar a las dos primeras posiciones. También hay 10 que han logrado ganar un Grammy. Entre junio de 2018 y marzo de 2019, periodo comprendido en sus primeras cuentas públicas, estas melodías ganadoras consiguieron unos ingresos totales de 7, 2 millones de libras (7,8 millones de euros). Una cantidad discreta, pero que Mercuriadis promete multiplicar exponencialmente a medio plazo con una gestión intensiva de cada tema destinada a colocar los producto de la casa en anuncios, películas, vìdeo juegos, playlists de plaformas de streaming, actuaciones en directo y ytambién a impulsar la grabación y de nuevas versiones de los temas más clásicos en las voces de los últimos ídolos juveniles disponibles. Según él, los tiempos han cambiado y ya no basta con resultar efectivo a la hora de recaudar. Ahora hay que ir de pueblo en pueblo enseñando la mercancía. Lo que siempre hicieron los juglares, al fin y al cabo. ¿No les parece?