Pedro Benítez (ALN).- Todo indica que Nicaragua va a tropezar nuevamente contra la misma piedra. Ayer fue el dictador Anastasio Somoza, hoy es Daniel Ortega quien está construyendo el mismo tipo de régimen autocrático, personalista y familiar que la revolución sandinista combatió en 1979. En noviembre pasado Daniel Ortega fue reelecto para su cuarto mandato presidencial y el tercero continuo, con lo que el actual presidente de Nicaragua, e histórico líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), es el individuo que más tiempo ha ejercido el cargo en ese país (1985-1990 y de 2006 hasta ahora). Supera al dictador Anastasio Somoza Debayle (Tachito), quien dominó por más de una década (1967-1972; 1974-1979), y solo queda por detrás del padre de éste, el también dictador Anastasio Somoza García, quien gobernó entre 1937 y 1956, en el ejercicio directo de la primera magistratura o a través de personas interpuestas.
No incluimos el periodo durante el cual Ortega fue coordinador de un gobierno colegiado, el de la Junta de Reconstrucción Nacional, entre 1979 y 1985. En total son casi cuarenta años el tiempo en el cual su figura ha gravitado sobre la vida política nicaragüense, bien desde el poder, bien como principal jefe opositor.
Luego de la sorpresiva derrota del sandinismo en las elecciones de 1990 ante Violeta Barrios de Chamorro, Ortega se las arregló para mantener el control del FSLN pese a las tres derrotas electorales que sucesivamente acumuló en la disputa por la Presidencia contra doña Violeta, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños.
Daniel Ortega ha gobernado más tiempo Nicaragua que Anastasio Somoza
Como una disposición legal establecía que solo se podía ser elegido presidente de Nicaragua con al menos el 50% de los votos, se pensaba que Ortega, atado a la base sandinista de alrededor de un 40% de las preferencias del electorado, pero con el rechazo mayoritario por el recuerdo negativo del periodo revolucionario de 1979 a 1990, nunca podría ser elegido. Pero gracias a un pacto político con su rival, el expresidente Alemán (investigado por graves casos de corrupción durante su administración), se reformó la ley electoral en el Parlamento y Ortega regresó al poder con casi el 38% de los votos en noviembre de 2006.
A partir de ese momento el líder sandinista empezó una serie de maniobras que le permitieron reinterpretar el artículo 147 de la Constitución Política de Nicaragua, que prohíbe la reelección a quien “hubiere ejercido por dos períodos presidenciales”.
Ortega se declara sandinista pero traiciona el legado de Augusto Sandino / Wikimedia Commons
Muy en la onda de los presidentes latinoamericanos que por entonces reformaban sus respectivos textos constitucionales para eliminar esta restricción, Ortega no solo consigue reelegirse en 2011, sino que además dio una vuelta de tuerca en la siguiente elección de 2016, donde se presentó en fórmula con su esposa Rosario Murillo y de paso inhabilitó, también por medio de maniobras muy cuestionables, a la oposición. Con lo que ahora el control institucional que ejerce sobre su país es absoluto.
Así la serpiente se muerde nuevamente la cola, porque Ortega y su pareja amenazan con instaurar en Nicaragua una nueva dinastía familiar en el poder, exactamente lo que combatió con éxito la revolución sandinista en 1979.
El pragmatismo de Ortega
Pero, ¿cómo ha sido posible esto?
En primer lugar Ortega impuso su dictadura personal dentro de su propio partido. El FSLN sin lugar a dudas sigue siendo una referencia histórica para los nicaragüenses y la primera organización política de ese país. Sin embargo, en los 16 años que estuvo en la oposición, Ortega y su grupo impidieron cualquier tipo de renovación dentro del sandinismo y purgaron a todos sus críticos internos. Contrariando las esperanzas de dirigentes como Sergio Ramírez, vicepresidente de Ortega en los años de la revolución, el Frente no se democratizó internamente ni se renovó ideológicamente, acercándose por ejemplo a posturas socialdemócratas. Todo lo contrario, involucionó hacia el cuestionado estilo de los caudillismos latinoamericanos; sus cambios fueron guiados por el más puro pragmatismo y con una fuerte carga populista.
El objetivo del FSLN era uno solo: que Daniel volviera a ser presidente. Una vez que eso se logró, continuó el pragmatismo.
Desde que retornó al poder en enero de 2007, Daniel Ortega no ha tocado los fundamentos económicos instaurados en Nicaragua desde 1990. Al contrario, ha sido el gobernante que más se ha beneficiado de ello. Pese a haber sido un feroz crítico del tratado de libre comercio que el gobierno que le antecedió firmó con Estados Unidos (el viejo enemigo) en 2006, y pese a que no ha abandonado su tradicional retórica antimperialista, el dirigente sandinista no ha hecho nada para revertirlo. Tampoco con la libre circulación de dólares junto con la moneda nacional.
Además, ha mantenido muy buenas relaciones con el sector empresarial, que en la etapa previa a 1990 lo enfrentó.
Ese pragmatismo, combinado con el auge económico latinoamericano de los últimos años y el subsidio petrolero venezolano, le dio una nueva popularidad.
Nicaragua regresa a la lamentable tradición política de los regímenes caudillistas y familiares
Ortega, junto con mandatarios de la región como Rafael Correa o Evo Morales, han puesto de moda nuevamente lo que el político e intelectual venezolano Teodoro Petkoff denominó en una ocasión (refiriéndose a los gobiernos del PRI en México) “el arte mexicano de hacer política”. Donde los hechos no se corresponden con los discursos.
Estos gobernantes tienen una fuerte retórica antimperialista y anticapitalista, pero en los hechos mantienen las políticas de libre mercado y la prudencia fiscal.
Pedro Benítez es historiador y profesor de la Universidad Central de Venezuela.
Y ese pragmatismo no se ha detenido allí. Se han aprovechado de la buena coyuntura económica para avanzar en el control de las instituciones públicas de sus respectivos países e instaurar un nuevo tipo de autocracia. En ese sentido Daniel Ortega es el que más ha avanzado (luego del chavismo en Venezuela).
Así, Nicaragua regresa, por otros medios, a la lamentable tradición política de los regímenes caudillistas y familiares que se creía en vías de definitiva superación. Hasta ahora solo quedaba uno, el notable caso de Cuba, donde los miembros de la misma familia han ejercido el poder supremo durante 58 años.