Rogelio Núñez (ALN).- Este martes 25 de febrero ha nacido en Nicaragua la opositora Coalición Nacional, a la que dan forma siete fuerzas entre movimientos cívicos y partidos políticos. El primer resultado es que han puesto nervioso al gobierno de Daniel Ortega. Un nerviosismo que además se explica por las dificultades que atraviesa la economía nicaragüense tras dos años de crisis (2018-19) y un quinquenio (2020-24) que se perfila como de estancamiento.
Daniel Ortega quiere ir a la reelección para eternizarse en el poder. No es oficial pero en Nicaragua nadie lo duda. Tras superar y aplastar la oleada de protestas de 2018, ahora enfila sus baterías para volver a concurrir a unos comicios, los de 2021. Es el mandatario más longevo de la región (13 años seguidos en el poder y en política desde 1979) tras haber construido un régimen personalista (orteguista más que sandinista).
En los últimos 36 años, Ortega ha sido el único candidato presidencial del partido sandinista: lo fue en las siete elecciones presidenciales que ha habido en Nicaragua (1984, 1990, 1996, 2001, 2006, 2011 y 2016). Pese a sus rumoreados problemas de salud y a su edad (74 años) continúa al pie del cañón, ha construido un régimen autoritario y se halla rodeado de su propia corte, que encabeza su esposa y también vicepresidenta, Rosario Murillo.
Como apunta Salvador Martí en El Periódico, “hoy ni Ortega ni el FSLN representan lo mismo que en los 80… Desde entonces Nicaragua ha experimentado un acelerado proceso de desinstitucionalización y de involución democrática, fenómeno al que se le ha sumado el manejo arbitrario de recursos económicos en beneficio de los familiares y allegados del presidente. En un inicio parecía que la vuelta del FSLN daría cuenta de la clásica frase que Marx acuñó en su obra Dieciocho Brumario que dice ‘la historia se repite dos veces: una vez como tragedia y otra como farsa’. Muchos pensaban que la vuelta de Ortega, del brazo de su mujer, con consignas esotéricas y estandartes color rosa chicle tenía visos de farsa. Sin embargo, desde mediados de abril, se ha visto que no: vuelve a asomarse la tragedia en el país”.
Los movimientos para esa eternización ya han comenzado. Ejemplo gráfico de ello es la nueva propaganda de Daniel Ortega aparecida en edificios públicos como el Ministerio de Economía Familiar, Comunitaria, Cooperativa y Asociativa (Mefcca), donde se podía leer en una pared: “Todos con Daniel”. En 2019, en la inauguración de una obra pública, la gorra de uno de los escoltas de Ortega Tenía la expresión: “Daniel 2021”.
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El talón de Aquiles de la oposición a Ortega (2006-2020)
Ante esas aspiraciones de perpetuación, la oposición tampoco se está quieta. Primero fueron los ‘piquetes express’, o protestas callejeras contra el presidente Daniel Ortega, que han regresado a Nicaragua. Al menos dos grupos juveniles salieron a las calles para protestar contra Ortega en Nicaragua, con el método conocido como ‘piquete express’, consistente en alzar la bandera nacional o cantar el himno del país durante no más de dos minutos, para evitar ser arrestados, y luego compartir el vídeo de lo ocurrido en redes sociales.
Pero el gran objetivo del anti-orteguismo pasa por acabar con sus viejas divisiones internas e ir unidos a las elecciones presidenciales de 2021. Son conscientes de que si los opositores van por separado las posibilidades del continuismo son elevadas. Daniel Ortega podría quedarse en el poder en el proceso electoral del año que viene si la oposición no forma un solo bloque. La Constitución establece que se alcanza la reelección sólo con obtener la mayoría de los votos: sumando un mínimo del 35% de los votos válidos y superando al resto de candidatos por una diferencia mínima de cinco puntos porcentuales.
Si a las elecciones de 2021 la oposición acude dividida, el escenario más probable es que Ortega se perpetúe en el poder por otros cinco años. Se repetiría la historia de 2006 cuando el actual mandatario se enfrentó a una oposición fracturada, que facilitó su retorno al poder, tras 16 años de travesía en el desierto. Hace 14 años la oposición acudió fraccionada: presentó a Eduardo Montealegre de la Alianza Liberal Nicaragüense, que obtuvo 29% de los votos, y a José Rizo, candidato por el Partido Liberal Constitucionalista (PLC), con 26,21%. Si ambas fuerzas se hubiesen unido habrían sumado más del 50% de los votos y Ortega habría salido derrotado por cuarta ocasión. Pero la división de la centroderecha favoreció al candidato sandinista: sacó el 38% de los votos, casi 11 de diferencia sobre el segundo y eso le convirtió en presidente.
La unidad opositora llega en 2020
Para evitar que esta historia de fracasos se repita, este martes 25 de febrero ha nacido Coalición Nacional, a la que dan forma siete fuerzas entre movimientos cívicos (la Alianza Cívica y la Unidad Nacional Azul y Blanco –UNAB-) y partidos políticos: el Partido Restauración Democrática (PRD), el Movimiento Campesino, el Partido Liberal Constitucionalista (PLC), Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN), y el partido indígena (Yatama).
Un proyecto, el de la Coalición Nacional, que aspira a ser mucho más que una simple alianza con vistas a los comicios de 2021. No es casualidad, sino todo un símbolo de esta aspiración, que los opositores escogiesen el 25 de febrero para presentar su proyecto: ese día se cumplía el 30 aniversario del triunfo de la expresidenta Violeta Barrios de Chamorro, quien liderando a la Unión Nacional Opositora (UNO), logró derrotar a Daniel Ortega en 1990 y emprender la democratización de Nicaragua en los 90. Ese es el referente e inspiración de la nueva Coalición.
De hecho, Juan Sebastián Chamorro, de la Alianza Cívica, explicó durante la presentación de la Coalición Nacional que esta no tiene un fin únicamente electoral: “El fin de la Coalición es democratizar Nicaragua pero no debe quedarse en una condición electoral nada más. Eso es parte importante, pero ahora se trata de la liberación de los presos políticos, ejercer presión para la devolución de las libertades públicas, para que se pueda marchar en el país, para que podamos reunirnos al aire libre. Para empujar reformas electorales, presentar una opción electoral para gobernar bajo los designios de un plan de nación”.
El principal hándicap de este bloque opositor es que no tiene un claro liderazgo interno ni una figura con fuerza y carisma. Hallarlo es su gran reto a partir de ahora una vez lograda la unidad.
Los principales promotores de esta Coalición son la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia y la Unidad Nacional Azul y Blanco (UNAB), dos plataformas opositoras surgidas de las protestas antigubernamentales de 2018.
La Alianza Cívica y la Unidad Nacional Azul y Blanco que trabajaron en una doble dirección: “por unas reformas electorales profundas” con el fin de que los próximos comicios sean libres, creíbles y transparentes y, en segundo lugar, en la conformación de una coalición lo más amplia posible, que incluya a todos los sectores políticos, económicos y sociales antisandinistas.
En 2018, nació la Unidad Nacional Azul y Blanco que reunía a 43 organizaciones sociales de Nicaragua. La Unidad, liderada por Azahalea Solís, está compuesta por movimientos y asociaciones estudiantiles, políticas, académicas, profesionales, feministas. En palabras de su fundadora tiene un claro objetivo: “Debemos tener un solo bloque de oposición que acabe con la dictadura”.
Por su lado, la Alianza Cívica nació también durante las protestas de 2018. Entre otras organizaciones que le dan forma están las cámaras empresariales, la organización estudiantil AUN, el movimiento campesino, el Movimiento de Mujeres María Elena Cuadra, el Frente Amplio por la Democracia (FAD), y la Unidad Médica.
El orteguismo, atrapado entre dos frentes
El primer resultado de todos estos movimientos opositores es que han puesto nervioso al gobierno. Un Ejecutivo que se está encastillando en sí mismo: Ortega acaba de prorrogar al general Julio César Avilés como jefe del Ejército de Nicaragua este 21 de febrero, por cinco años más. Como le señaló al diario El Confidencial una experta en temas de seguridad, “la segunda prórroga de Avilés envía dos mensajes: Ortega mantiene comprometida a la institución militar a su proyecto político personal: trata de asegurar la lealtad en especial de la jefatura militar hacia él”.
De forma paralela la vicepresidenta de Nicaragua, Rosario Murillo, ha mostrado ese nerviosismo arremetiendo contra los opositores a los que ha tildado de “forajidos”, “malévolos” y “ridículos diablos”: “Los forajidos se agazaparon en los cruces de camino, incapaces de buscar rumbos buenos… en las encrucijadas, o ante las dificultades de la vida, saludaban, con una mano, y enterraban cuchillos con la otra”.
Un nerviosismo que además se explica por las dificultades que atraviesa la economía nicaragüense tras dos años de crisis (2018-19) y un quinquenio (2020-24) que se perfila como de estancamiento.
El régimen ha pasado de ser un modelo de control de la inflación y crecimiento a convertirse en el país con las peores cifras de la región, sólo superado por la colapsada Venezuela. Hasta el estallido social contra Ortega la economía nicaragüense crecía en más de 4 % anual y mantenía una sólida alianza con el sector empresarial.
Ahora, el FMI acaba de señalar que la inflación subió a 6,1% a fines de 2019, frente a 3,9% de 2018. El PIB real acumula un trienio en números negativos: sufrió una contracción el año pasado de 5,7%, tras la caída de 3,8% de 2018 y se espera que en 2020 caiga 1,2%. Además, el Consejo Superior de la Empresa Privada, el Cosep, la principal patronal de Nicaragua, ha roto con el régimen –con el que tenía una fluida relación-, al que acusa de haber creado cuatro empresas para manejar el petróleo local que tienen como objetivo evadir impuestos y crearán competencia desleal.
El economista Néstor Avendaño en una entrevista en el programa Esta Semana, señaló cómo el país ha perdido gran parte del terreno ganado en lo social durante los años de bonanza: “Estamos tan pobres como en 2014, el último año en que hubo encuesta de pobreza en Nicaragua. Toda la pobreza que se había reducido creciendo a un ritmo promedio anual de 5% desapareció. Estamos hablando de 28% a 30% de la población nicaragüense”.
Un informe de febrero de The Economist Intelligence Unit (EIU), que edita el grupo británico The Economist adelanta un quinquenio de recesión debido a que el régimen se ha transformado en el principal obstáculo para la recuperación: “La ausencia de una solución real al conflicto político de Nicaragua mantendrá la confianza empresarial moderada durante todo el período de pronóstico; la alianza anterior a la crisis que existía entre la comunidad empresarial y el gobierno de Daniel Ortega es poco probable que se reconstruya de manera significativa”.
Este deterioro puede tener un reflejo directo en las urnas en cuanto a pérdida de apoyo para un oficialismo lastrado por el rostro represivo que mostró en 2018 y el actual mal manejo de la economía. Después de todo, el final de la bonanza se ha llevado por delante a muchos gobiernos de la región que parecían sólidamente asentados: desde el lulismo brasileño al macrismo argentino o el frenteamplismo uruguayo.
Ese espectro, el de la pérdida del poder, es el que ahora se levanta ante el viejo caudillo nicaragüense.