Daniel Gómez (ALN).- La capacidad de supervivencia del régimen venezolano parece no tener límites. Toda la comunidad internacional les repudia, pero ellos aguantan en su trinchera. También saben que no les queda otra. Si el gobierno de Nicolás Maduro cae, la siguiente parada es la cárcel. En ello coinciden los analistas consultados por ALnavío.
Toda la artillería diplomática dispara al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Los tiros llegan desde Washington, Nueva York, Ginebra y Bruselas. Desde los mercados financieros. Desde los organismos multilaterales. Y también, desde buena parte de los países latinoamericanos.
Pero el régimen de Maduro aguanta. Su trinchera es una retórica disuasoria y el apoyo de contados aliados. ¿Con eso les basta? Parece que sí. Pero, ¿tiene sentido seguir aguantando? Otra vez sí. Eso afirman a ALnavío los expertos. Argumentan que al régimen no le queda otra. Si abandona el poder, Maduro y los suyos caen. Y caer significa terminar entre rejas.
“El problema para el régimen no es el bienestar de los venezolanos, sino la supervivencia de Maduro y su oligarquía. La alternativa que va a tener no es perder el poder. Es la cárcel. Por corrupción, represión y los múltiples crímenes a los derechos humanos”, dice Javier Nart, vicepresidente del Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa del Parlamento Europeo.
“Esto es pura supervivencia. La única solución es acabar en la cárcel o salir corriendo. Es muy difícil que este gobierno, con niveles de corrupción tan grandes, pueda pasar a una posición normal si cae”, apunta Anna Ayuso, investigadora senior para Latinoamérica del Barcelona Centre for International Affairs (Cidob)
“Maduro tiene la obligación de seguir. Si pierde el poder, tanto él como sus colaboradores inmediatos terminarán presos. Eso es un incentivo muy fuerte para seguir gobernando”, matiza Carlos Malamud, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano.
Mientras, el régimen venezolano actúa como si con ellos no fuera la cosa. Niegan el éxodo, la crisis política, el colapso económico y las violaciones a los derechos humanos. Ajustan la realidad a su antojo porque saben que lo único que podría destronarles es una revuelta civil.
“Descartada de momento cualquier opción de una intervención extranjera, la única manera de salir de este impasse es a través de un estallido social”, dice Malamud.
“Venezuela no es Cuba. Es mucho peor que Cuba. Es un país riquísimo que tiene petróleo y una capacidad de renta descomunal. Van a aguantar hasta que se produzca una situación social como consecuencia de que ya ni siquiera marcharse sea la solución. Puede ser una explosión civil, una explosión militar, una explosión civil que arrastre a una explosión militar”, comenta Nart.
En este sentido, Nart añade que los militares venezolanos están cercados por la seguridad cubana, “un cuerpo muy profesional” que limita cualquier intento de sublevación. “Pero el pueblo tiene un límite”, advierte.
¿Cuál es ese límite? Aquí entra en juego lo económico. Venezuela tiene petróleo y eso es sinónimo de riqueza. Pero el Gobierno ha conseguido que los hidrocarburos tengan cada vez menos peso en el ingreso nacional. De ahí que requieran préstamos de aliados como China.
“El límite lo pone el aguante económico. Estados Unidos está apretando las tuercas de su relación comercial. Lo que quedan son cálculos difíciles de precisar. Hasta cuánto China podrá seguir prestando dinero. Hasta cuánto el petróleo seguirá dando dinero. Lo único cierto es que la capacidad de resistencia del Gobierno es poca”, añade la investigadora del Cidob.
Este miércoles en la noche (hora de Venezuela), Maduro viajó a China para reunirse con el presidente, Xi Jinping. Vuelve al país después de su visita oficial en 2015.
En Pekín también le espera la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, quien partió a principios de semana y anunció acuerdos con su homónimo chino, Wang Qishan, “para la construcción de un mundo pluripolar”. También se reunió con el presidente ejecutivo del Banco de Desarrollo de China, Zheng Jizhe, para presentarle el plan de recuperación económica del Gobierno.
Ahora las conversaciones se elevan hasta la más alta instancia política y las preguntas están claras: ¿Convencerá Maduro a Xi Jinping con su nuevo plan económico? ¿China volverá a prestar dinero a Venezuela? Recuerden: el último crédito chino al país latinoamericano data de 2016.
La presión internacional aumenta
Con todo, el Gobierno sigue resistiendo. Por eso la comunidad internacional dispara su artillería diplomática. La última carga tuvo lugar este lunes (Leer más: De polo a polo aumenta la presión internacional contra el régimen de Maduro).
En Nueva York se celebró el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ahí Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante la ONU, presidió una sesión sobre la crisis venezolana que ella misma convocó.
La embajadora cargó contra Maduro y también contra el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, a quien llamó “ladrón y narcotraficante”. Lo cual es insólito en una alta instancia diplomática.
En paralelo se celebró en Ginebra el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, donde debutó como alta comisionada Michelle Bachelet. La expresidenta de Chile, socialista declarada, no tuvo reparos ideológicos y condenó la crisis migratoria, las detenciones arbitrarias y las violaciones a los derechos humanos en un discurso publicado en la web de las Naciones Unidas.
La semana pasada, 13 países latinoamericanos (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Costa Rica, Colombia, Chile, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay) se reunieron en Quito para abordar la crisis del éxodo. Salvo Bolivia y República Dominicana, los países se comprometieron a presionar a Maduro para que facilite documentos de viaje a los ciudadanos.
La Organización de los Estados Americanos (OEA) también sigue presionando ahora que el éxodo de venezolanos se agudiza. Los estudios de la ONU dicen que hasta junio de este año, 2,3 millones de personas han huido del país
“Lamentablemente, por las condiciones del gobierno dictatorial que sufre Venezuela y su completa disociación de los problemas de su gente, está mostrando su incapacidad absoluta para asegurar la satisfacción de las necesidades básicas de la mayor parte de su población”, dijo la semana pasada el secretario general de la OEA, Luis Almagro.
Almagro, quien lleva año definiendo como “dictadura” al gobierno de Maduro, pidió a la Corte Penal Internacional, con sede en La Haya, investigar delitos de lesa humanidad en Venezuela. Lo hizo en mayo de 2018. La OEA también ha elaborado informes en los que prueba las torturas y violaciones cometidas por el régimen de Maduro.
Un año atrás, cuando el presidente de Colombia, Iván Duque, aún era senador -junto a otros senadores colombianos y chilenos- también denunció ante La Haya los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen de Maduro.
Hoy Duque es uno de los defensores de la línea dura contra Maduro. Y lo demostró hace dos semanas cuando anunció la retirada de Colombia de Unasur. Entre otras cuestiones, acusó al organismo de ser cómplice de la dictadura en Venezuela.
Otros defensores de la línea dura contra Maduro son los presidentes de Chile, Sebastián Piñera, y de Argentina, Mauricio Macri. El caso de este último es particular pues rompió con 12 años de kirchnerismo y es algo que usa para ganar crédito electoral.
“La euforia que generamos con el cambio, la euforia de frenar el camino de ser Venezuela nos ayudó a convencer a quienes nos daban la plata para arreglar nuestros problemas estructurales en dos años”, dijo Macri en un reciente discurso.
Macri dice que salvó a Argentina de convertirse en otra Venezuela, y el presidente de EEUU, Donald Trump, le compra el argumento. No quiere tal reconversión y por eso le apoya (Leer más: Trump tampoco quiere que Argentina sea otra Venezuela).
Y respecto a Venezuela, Trump también presiona al régimen sancionando y congelando las cuentas de muchos funcionaros chavistas. Cosa que ya se hacía durante el gobierno de Barack Obama.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos ha castigado en la última década a 70 funcionarios chavistas relacionados con delitos de drogas, lavado de dinero y tráfico de armas. Esta tendencia, la de las sanciones, se ha agudizado en el último año ya que la Unión Europea y Canadá también presionan.
Por otro lado, tal como publicó el sábado The New York Times, el gobierno de Trump sopesó la opción militar en Venezuela. Miembros de la Administración se reunieron con militares venezolanos para dar un golpe de Estado a Maduro. Eso, según dijeron al periódico funcionarios estadounidenses y un excomandante militar venezolano presentes en las conversaciones.
Al final, EEUU decidió no apoyar a los conspiradores, y el plan del golpe se estancó. “No obstante, la disposición del gobierno de Trump de reunirse varias veces con oficiales rebeldes que pretenden derrocar a un mandatario de este hemisferio podría resultar políticamente contraproducente”, precisa The New York Times.
España también echa el cerco al régimen venezolano. Es cierto que el gobierno de Pedro Sánchez no es uno de los defensores de la línea dura en Bruselas, pero el presidente dijo en una entrevista a El Mercurio de Chile que lo de Maduro “no es una democracia”.
Por último, están los mercados internacionales. Siempre se habla del default, pero nunca llega. El régimen siempre consigue cómo escaparse. Pero los inversores cada vez están más temerosos de que la situación del país, de verdad, estalle.
¿Sirve de algo tanta presión?
Con toda la comunidad internacional movilizada, pareciera que ni las sanciones, ni los pronunciamientos de la ONU y de la OEA, ni el de los países latinoamericanos, sirvieran para algo. “Aguantan, aguantan y aguantan. Jamás nadie pensó que Venezuela llegaría a estos límites”, dice Nart. Pero, si algo tienen claro los analistas, es que estos esfuerzos no serán en vano.
Nart: “Aguantan, aguantan y aguantan. Jamás nadie pensó que Venezuela llegaría a estos límites”
“Con la presión internacional, el Gobierno venezolano va perdiendo capacidad de reacción y aliados. Esto va haciendo mella porque políticamente no pueden reafirmarse. La Unasur ya no tiene voz y en la OEA, aunque sigan anulando las iniciativas, cada vez cuentan con menos apoyos”, dice Anna Ayuso.
Por su parte, Malamud da tres razones de por qué la presión internacional es importante. “Primero, sirve para que el régimen deje de seguir justificándose en la manera que lo venía haciendo. Segundo, para que legitimar su actuación ante los suyos tampoco sea algo sencillo. Y tercero, esto le pone la cosa cada vez más difícil”.
En este sentido, agrega que “ni la comunidad internacional ni la presión internacional van a hacer caer al gobierno de Maduro. Eso sí, su situación es cada vez más débil. Sobre todo, cuando vemos a los países de su entorno tomando caminos totalmente diferenciados de lo que está haciendo Venezuela”.