Pedro Benítez (ALN).- Donald Trump ha desempolvado una tradición casi olvidada en el Partido Republicano de los Estados Unidos, la inclinación al aislamiento de los asuntos mundiales. O, al menos, por desentenderse de los mismos. América primero.
El magnate inmobiliario hoy reelegido presidente ha tocado una fibra en el subconsciente de la mayoría de sus conciudadanos que rechazan enviar a sus hijos a pelear guerras en tierras lejanas, desean que se protejan sus industrias de la competencia extranjera y claman por cerrar las fronteras a la inmigración ilegal. Concentrarse en los problemas del país.
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Esos sentimientos no son nada nuevos en la trayectoria de la gran república del norte. De hecho, hace cien años eran la tendencia dominante. Venía el mundo de esa gran catástrofe que fue la I Guerra Mundial que dejó, al menos, 10 millones de fallecidos en combate, siendo en su momento el conflicto más mortífero de la historia de la humanidad. Entre sus muchas consecuencias provocó los colapsos de los imperios alemán, austrohúngaro, turco y ruso; así como la revolución y la guerra civil en este último país.
«El regreso a la normalidad”
Por si fuera poco, los movimientos masivos de tropas facilitaron al final de la conflagración la difusión de la pandemia de gripe de 1918 (mal llamada gripe española), que afectó a alrededor de un tercio de la población mundial, o aproximadamente 500 millones de personas que fueron infectadas en cuatro oleadas sucesivas a lo largo de los siguientes años. Con estimaciones de muertes que varían de entre 17 millones a 50 millones, y posiblemente hasta los 100 millones, fue proporcionalmente más letal que la Covid-19 de un siglo después.
Otra de sus muchas consecuencias fue el lanzamiento involuntario de Estados Unidos al primer plano del poder mundial, país se vio arrastrado al conflicto en contra el sentimiento mayoría de su población.
De modo que no fue nada extraño que en la campaña presidencial de 1920 el eslogan del candidato republicano, Warren G. Harding, fuera “el regreso a la normalidad”. Con ello recogió el rechazó generalizado en la sociedad al idealismo del presidente Woodrow Wilson, que había dirigido la participación del país durante la guerra y que, después, pretendió usar el nuevo poder nacional en aras de un mundo donde impusiera la paz y la democracia.
Recesión posguerra
Casados y temerosos de los asuntos externos, la mayoría de los electores le otorgaron a Harding una holgada victoria. 60,4% del voto popular y la mayoría a su partido en las dos cámaras del Congreso.
Ese presidente republicano llevó adelante un programa que incluyó la reducción de los impuestos sobre la renta (aumentados durante la guerra), y una desregulación masiva de la actividad económica, que fue acompañada de importantes recortes del gasto federal, que como porcentaje del PIB cayó del 6,5% al 3,5% durante esa década.
Luego de la fuerte recesión que siguió a la posguerra, a fines de 1922 la economía comenzó a recuperarse. El desempleo se redujo de su máximo de 1921 del 12% a un promedio al 3,3%, mientras que el índice de miseria tuvo su caída más pronunciada en la historia de ese país desde que se llevaban estadísticas. Los salarios, las ganancias y la productividad experimentaron importantes avances que se reflejaron en el crecimiento del PIB, que durante la década de 1920 superó en promedio el 5%.
Protección a los locales
Por supuesto, ese desempeño también se explica también en la acelerada modernización que experimentó Estados Unidos con la difusión del uso de la electricidad, que hizo cada vez más común, y en la producción en masa de vehículos motorizados que reemplazaron a los caballos y a las mulas en las ciudades y en el campo.
Muchos historiadores coinciden en que aquellos fueron buenos años para la mayoría de los habitantes de ese país.
Sin embargo, no han faltado los que vieron en las políticas aplicadas entonces como las semillas de los desastres que sobrevendrían luego. Por ejemplo, en septiembre de 1922 Harding firmó la Ley de Aranceles Fordney-McCumber, previamente sancionada por el Congreso. Esa había sido otra promesa a los electores. Con la misma se pretendía proteger a los fabricantes y agricultores estadounidenses de competencia extranjera mediante un importante incremento de los aranceles sobre los productos importados.
Guerra comercial
No obstante, esa medida causó estragos en el comercio internacional y dificultó el pago de las deudas contraídas durante la guerra, desencadenando una guerra comercial contra otros países europeos que comerciaban con Estados Unidos. A medida que los aranceles estadounidenses aumentaban, los de otros países siguieron su ejemplo, lo que costó millones de dólares en pérdidas para los fabricantes y agricultores, acarreando un incremento en el costo de la vida para los consumidores.
Pero por lo visto eso no fue suficiente. Al inicio de la Gran Depresión un Congreso que seguía siendo dominado por los republicanos aprobó en 1930 otra subida de los aranceles con la Ley Smoot-Hawley. Esto implicó políticas comerciales todavía más proteccionistas que incrementaron las tarifas sobre más de 20.000 productos importados. Fueron los segundos más altos en la historia de los Estados Unidos y lógicamente provocaron más represalias por parte de muchos otros países, con la consiguiente reducción de las exportaciones e importaciones estadounidenses en un devastador 67%.
La impresión de la época y, posteriormente, de la mayoría de los historiadores económicos, fue que la aprobación de esa legislación empeoró los efectos de la crisis económica mundial y abonó el terreno para la Segunda Guerra Mundial. Aunque esta conclusión no ha estado al margen de la controversia, lo cierto del caso es que esa guerra comercial atemorizó a los gobiernos de las principales economías del mundo durante décadas, razón por la cual buscaron evitar que se repitiera.
Restringir la inmigración
A todo lo anterior hay que agregar la desconfianza generalizada del público norteamericano hacia los inmigrantes, especialmente hacia aquellos que pudieran ser socialistas o comunistas. Recordemos, en octubre de 1917 los bolcheviques tomaron el poder en lo que quedaba del imperio ruso; ese acontecimiento desató conatos revolucionarios en muchas partes de Europa y su eco se hizo sentir en los propios Estados Unidos.
En virtud de ello, el Congreso aprobó en 1921 una legislación que restringía drásticamente la inmigración. La ley redujo el número de inmigrantes legales que podía ingresar al 3% de los de un país determinado que ya vivían en Norteamérica según el censo de 1910. En la práctica, esto no restringiría la inmigración desde Irlanda y Alemania, pero excluiría a muchos italianos y judíos de Europa del Este.
El siguiente presidente republicano, Calvin Coolidge, firmó la Ley de Inmigración de 1924, que restringió todavía más la inmigración, impidiendo la proveniente de Asia y estableciendo cuotas en el número de inmigrantes de Europa del Este y del Sur.
Deportar a los ilegales
En esos años también hubo una campaña para deportar a los inmigrantes ilegales y se puso en marcha una campaña que afectó a los mexicano-estadounidenses que vivían en el sur de California.
Si todo lo anterior le suena al amable lector, no es casualidad. Es casi copiado al pie de la letra del programa del reelecto presidente Trump. Bajar impuestos, desregular la economía, subir aranceles para proteger a la industria nacional y cerrar las fronteras a la inmigración ilegal o no deseada. Una muestra de cómo ciertos ciclos se pueden repetir en las sociedades humanas.
Aunque (toquemos madera) el desarrollo y las consecuencias no tienen que ser las mismas.
Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial y el fin de la Guerra Fría en 1991, demostrarían que Estados Unidos ha sido demasiado grande como para evadirse de los problemas mundiales.
@PedroBenitezf.
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