Pedro Benítez (ALN).- La negociación para empezar la transición en Venezuela puede haber empezado fuera de nuestras fronteras. Las grandes democracias latinoamericanas, España e incluso Cuba, van apuntando hacia el mismo destino. Un proceso negociador que tendrá un claro e inevitable desenlace, si se aborda con seriedad: la salida del poder de Nicolás Maduro.
Según el testimonio de todos los testigos presenciales, la madrugada del 12 de abril del 2002 Hugo Chávez les pidió a sus camaradas de armas un avión para irse con su familia a Cuba (ese era el consejo que le dio Fidel Castro), a cambio de firmar la renuncia a la Presidencia. En medio de la indignación producida por los asesinatos ocurridos la tarde previa del 11 de abril en el centro de Caracas, los generales insubordinados, empezando por Néstor González González, se opusieron a esa solicitud.
Esa madrugada Chávez planteó una negociación. Desde La Habana, Castro (al que le parecía inútil repetir el desenlace de Salvador Allende) estaba dispuesto a enviarle uno o dos aviones para sacarlo de Venezuela. Sin embargo, los jefes militares reunidos en la Comandancia del Ejército en Caracas se negaron. Esa negativa se fundamentó, en parte, en el temor de que los acusaran de traidores al dejar en la impunidad las acciones del mandatario caído. Lo demás es historia conocida pues a Chávez solo lo sacó del poder su enfermedad.
Quince años después una historia parecida puede estar repitiéndose con su sucesor, solo que a una escala mucho mayor, porque la magnitud de la crisis es de unas dimensiones tales que nadie en abril de 2002 podía imaginar.
Hoy Nicolás Maduro está contra las cuerdas luego de 101 días de protestas que han abarcado todo el país y que su aparato de represión no ha logrado apagar
La crisis político-militar de la noche-madrugada del 11 al 12 de abril la provocó la criminal represión contra una inmensa movilización ciudadana hacia el centro de Caracas. Hoy Nicolás Maduro (pese a lo que quiera aparentar con la ficción de la Constituyente) está contra las cuerdas luego de 101 días de protestas que han abarcado todo el país y que su aparato de represión no ha logrado apagar.
La medida de casa por cárcel en favor de Leopoldo López, ha sido valorada en los medios y gobiernos del extranjero (desde donde las cosas se suelen ver con más claridad) como el posible punto de quiebre.
Una señal positiva, aunque insuficiente, en el camino indicado hacia lo que en palabras del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, debe ser: “una solución democrática, pacífica y negociada que pasa por la liberación de todos los presos políticos y la convocatoria de unas elecciones libres y democráticas”.
Toda la comunidad internacional se ha ido alineando detrás de las que han sido las demandas de la opositora MUD y a la que se agrega una adicional, que acaba de destacar el presidente colombiano Juan Manuel Santos: desmontar la Constituyente para que haya una solución negociada.
Para todos los gobiernos del mundo el reconocimiento internacional es fundamental, por eso gastan tanto dinero en ello. Ese es un frente que Maduro terminó de perder con el último asalto a la Asamblea Nacional y que para sus propósitos de continuar en el poder era vital. Sin reconocimiento internacional no hay financiamiento externo y la Constituyente en realidad no le resolverá ese, ni ninguno de sus problemas.
Hasta los cubanos están en desacuerdo con el proceso constituyente; realistas primero que nada, no les conviene una crisis que los puede arrastrar fatalmente.
Desenlace inevitable
Luego del fracaso del diálogo el año pasado, nadie se llama a engaño sobre las auténticas intenciones de Nicolás Maduro hacia un proceso negociador que tendrá un claro e inevitable desenlace, si se hace con seriedad: su salida del poder. Por el contrario, buscará una vez más ganar tiempo.
Chávez no quería negociar la entrega del poder. Maduro tampoco quiere hoy negociar la entrega del poder. Pero los hechos, son los hechos. A los ojos de la comunidad internacional en 2002 Chávez (justa o injustamente, esa es otra cuestión) quedó como la víctima. Hoy Maduro queda como el victimario.
Por supuesto que intentará zafarse de la actual situación a toda costa, tal como lo hizo su antecesor; pero como en el caso anterior eso en buena medida depende de si sus adversarios le regalan la oportunidad.
Explicarles a las madres de los muchachos asesinados, encarcelados y torturados por los funcionarios policiales y militares, justificar ante una sociedad asqueada por la injusticia, que una transacción política es el mejor arreglo para facilitar una transición del poder, tiene un alto costo político. Pero no hacerlo tendrá un costo todavía mayor.