Rafael Alba (ALN).- La acción conjunta de Apple, Universal Music y un par de veteranos managers de colmillo retorcido allanó el camino de esta gran diva adolescente. La nueva sensación del pop global tendrá que disputar el trono con otras divas millennials que llegaron antes que ella como Lorde o Lana del Rey.
Con sólo 17 años, Billie Eilish ha convertido sus cánticos confusos que evocan las obsesiones tormentosas de la adolescencia, en una mina de oro para la industria de la música global, que desde hace unos cuantos meses aclama de modo unánime a la nueva estrella. Ella parece ser la elegida, la verdadera representante de ese nuevo estilo de forjar artistas de éxito que ya ancla sus raíces profundas en las plataformas de streaming, el uso de las redes sociales, los contenidos virales que conquistan el planeta desde plataformas masivas como YouTube o de nichos especializados como SoundCloud. Un camino imperial que ya había iniciado mucho antes del lanzamiento de su primer álbum, titulado When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, que apareció el pasado 29 de marzo, publicado por Darkroom/Interscope, un sello que forma parte del imperio de Universal Music Group, la mayor discográfica del planeta, pero que, en teoría, mantiene criterios de gestión independientes para apoyar el desarrollo de nuevos talentos.
El disco de Eilish es una colección de 14 canciones que dura 42 minutos. Un LP como los de antes. Y un producto que, aparentemente, habría resucitado este formato que agonizaba en la era digital y que habría abierto posibilidades flamantes para la promoción de los artistas emergentes. De esos protagonistas de los cuentos de hadas en los que se basan siempre los buenos vendedores de humo de este negocio. Ya saben, aquello de la chica o el chico humilde y sin contactos, que graba unas canciones y unos vídeos en su cuarto y alcanza la cima sin moverse de casa gracias al poder de las tecnologías del siglo XXI, a su personalidad y a sus canciones, capaces de conmover a los adolescentes de todo el planeta. Y, aunque no seré yo quien ponga en duda la calidad de la música fabricada por la enésima ocupante del trono que se niega a abandonar Madonna, sí me toca la dura tarea de abrirles los ojos. Sí, amiguetes, el éxito de Eilish nos demuestra cómo se hacen las cosas ahora en la industria. Y la respuesta es la misma de siempre. Engrasando la escalera que conduce al cielo con pasta, contactos y una sonrisa angelical.
Obviamente, también hace falta cantar bien, tener un repertorio apañadito y bien producido y una imagen en consonancia con los tiempos, que la industria textil y las compañías fabricantes de cosméticos puedan aprovechar para vender sus productos. Y una piel dura, capaz de soportar los picotazos letales de los mosquitos venenosos que habitan en la jungla del oropel y las lentejuelas. Unas características que parece poseer nuestra adolescente. Aunque todavía habrá que dejar pasar un tiempo antes de apostar por ella del todo, en una carrera en la que también participan otras divas atormentadas con tirón como Lorde o Lana del Rey. Jóvenes leonas con pedigrí, sonrisas lánguidas y ese aire que evoca el glam de los 70, el look siniestro de los góticos ochenteros y el desencanto emo del principio de este siglo. Porque, según consta en el manual de instrucciones que siguen al pie de la letra las aspirantes a divas de la edad millennial, ahora se lleva más el lado oscuro que el luminoso. Son tiempos de angustia y desconfianza en el futuro, muy alejados de las celebraciones vitales de las décadas luminosas.
El sonido de Eilish
Pero empecemos a contar la historia desde el principio y demos el crédito que se merece a uno de los personajes fundamentales de esta trama. Se trata de Finneas O’Conell, y es el hermano mayor de Billie. Un joven profesional de sólo 21 años con gran habilidad y buen gusto a la hora de elaborar trajes sonoros a la medida, que ha compuesto y producido el álbum junto a ella y es el responsable de haber dado el primer impulso a esta conspiración pop que ha terminado de momento en un éxito clamoroso. Finneas fue el encargado de grabar los primeros gorgoritos de su hermana en el estudio que tenía montado en la casa familiar de dos plantas y cuatro habitaciones en la que ambos viven con sus padres. Un actor y una actriz de reparto que ahora también forman parte del equipo que rodea a su hija. La mamá, Maggie Baird, es la road manager y el papá, Patrick O’Conell, es el encargado de la iluminación de los conciertos de la niña.
¿Les suena de algo? Casi se parece más a los ejércitos familiares que solían rodear a las grandes artistas de la copla y el flamenco español de la década de los 50 que a los equipos profesionales con los que trabajan las estrellas de hoy. Pero eso no es estrictamente cierto. La tropa de Eilish se parece mucho a la de otras artistas de este tiempo, cercanas a ella en edad, como la española Rosalía, por ejemplo, con quien por cierto la californiana ha trabajado ya en, al menos, un tema conjunto, que quizá conozcamos después del verano, cuando la gira multitudinaria en la que Billie está sumergida ahora pase por España. ¿Suena entrañable? Tal vez lo sea. Pero más allá de este entorno cercano, en el equipo de Billie hay otros puntales de mucho más peso en el entorno de la industria, sin cuya participación la campaña, probablemente, no hubiera alcanzado nunca su actual grado de desarrollo. Dos veteranos de colmillo retorcido, curtidos en mil batallas, que se encargaron de ese complicado trabajo sucio y esas negociaciones que, como diría ahora Pablo Iglesias, líder de Podemos, deben desarrollarse con discreción, sin luz ni taquígrafos y entre bambalinas.
Se trata de Danny Rukasin y Brandon Goodman los dos copropietarios de Hard 8 Working Group, la agencia de management con la que trabajaba como productor y compositor el hermano de Billie. Una fructífera asociación de cuatro años que sirvió para que los gorgoritos de la chica encontraran por primera vez en el camino unos oídos profesionales con una idea clara de la estrategia a seguir para conquistar el mundo. Billie tenía 14 años entonces, y gracias al trabajo de sus nuevos padrinos se integró en Platoon, una promotora de talento joven que también fue vital para la llegada al estrellato de la gran Jorja Smith. Lo primero que hicieron fue convertir en viral uno de aquellos temas, gracias al circuito digital de disc jockeys, que Rukasin y Goodman conocían bien. La canción elegida, Ocean Eyes, explotó casi a las primeras de cambio en SoundCloud, y ya sonaba antes que el celebrado vídeo de YouTube de este tema que acumula ya más de 100 millones de visitas.
Apple Music quería adelantarse a Spotify
El siguiente paso fue firmar con Dakrooom, la incubadora de Universal, e integrarse en el sello Interscope, una de las filiales de la misma multi, con cuyo apoyo se lanzaron los siguientes singles y vídeos. Lógicamente, para conseguirlo, Billie tuvo que ceder parte de sus derechos a la major y se comprometió como compositora con Universal Music Publishing, que tiene que compartir el tesoro con Kobalt, la editorial que gestiona el repertorio de su hermano. Pero el entramado de corporaciones e intereses creados en el que se apoya esta supuesta diva independiente surgida de la nada no termina aquí. Hay otra empresa que ha jugado un papel determinante en los últimos y definitivos compases de este despliegue ganador. Se trata de Apple, la mayor tecnológica del mundo, con sede en Cupertino, que es uno de los grandes nombres del imperial Wall Street. La firma presidida por Tim Cook necesitaba una punta de velocidad para anotarse algún tanto ganador en la carrera por dominar el negocio del streaming musical, donde tiene que hacer frente a la dura competencia de Spotify. Y la estrategia diseñada para Billie por Rukasin y Goodman era justo lo que estaba buscando, porque les permitía poner en valor como la plataforma más adecuada para lanzar el trabajo de un artista nuevo un servicio en el que todos los subscriptores son de pago. Y reivindicar el álbum como formato por encima de las omnipresentes playlists en las que se diluye la personalidad de los artistas, los compositores y los productores, y donde resulta casi imposible consolidar una marca personal.
El contacto con Apple se produjo gracias a Platoon, uno de cuyos socios fundadores es Denzyl Feigelson, que trabajó en la firma de la manzana más de 15 años. Así que el golpe de suerte de Eilish se fraguó a lo largo de un montón de reuniones celebradas en oscuros despachos que poco tienen que ver con el famoso cuento de hadas del artista solitario que lo logra todo gracias a la fuerza de sus canciones, del que hablábamos antes. El pacto final fue suscrito entre Steve Berman, de Interscope, en representación de Universal, y Oliver Schusser, el hombre de confianza de Tim Cook en Apple Music. Una vez cerrado el acuerdo y puesto negro sobre blanco cada porcentaje en el reparto del tesoro, Billie fue una de las estrellas de los show-cases de la plataforma de streaming en el festival South by Southwest de Austin (Texas) en 2017. Después, en septiembre de ese mismo año fue nombrada artista Up Next de Apple, lo que le abrió las puertas de la poderosa emisora especializada Beats 1, que terminó de poner los cimientos del edificio. Todo muy casual e independiente como ven.
Pero faltaba la guinda del pastel. El lanzamiento de ese álbum del que hablábamos al principio de este artículo que ha batido todos los récords. Un disco que, además, los millenials han escuchado de principio a fin, dejando claro que cuando algo les interesa, y la música de Billie Eilish parece entrar en esta categoría, son capaces de prestar tanta atención como el que más. Ya saben que el disco tiene todos los galardones y todos los números 1 de ventas disponibles en el circuito. Incluido el premio gordo. El liderazgo del Billboard 200, el principal hit parade del mundo. Lo que quizá no sepan, es que en las semanas previas al lanzamiento de esta magna obra Apple Music puso patas arriba su cartera de subscriptores de pago y jugó fuerte la carta del análisis de big data y la publicidad personalizada a través de un sistema previo de inscripciones de preescucha en el que se anotaron más de 900.000 personas ansiosas por oír el disco completo de una diva que, además, ya había visitado medio mundo en una gira de promoción con presupuesto multimillonario para generar expectativa. Así que ya ven. Insisto en que es posible que la muchacha y su música formen un tándem maravilloso de alta calidad y fuerte potencialidad comercial. Y hasta puedo admitir que lo mismo el tiempo demuestra que estamos ante una artista de dimensiones históricas. Veremos. De momento, lo que está sobre la mesa es, sin embargo, algo bien distinto. Lo mismo es cierto aquello de que nunca hay nada nuevo bajo el sol. ¿No les parece?