Pedro Benítez (ALN).- La táctica de aparentar que se negocia mientras no se cede en nada importante no engaña a la comunidad democrática internacional con respecto a las intenciones de Nicolás Maduro con Venezuela. Como presidente de la Asamblea Nacional electa el pasado 6 de diciembre, Jorge Rodríguez viene desplegando su estrategia para obtener el “reconocimiento” que la propia elección no le dio. Ese propósito ha tenido un doble tropiezo importante: las sanciones personales de la Unión Europea a 19 funcionarios venezolanos y la retaliación de Maduro como respuesta.
El denominado principio de Hanlon dice que nunca debe atribuirse a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez. ¿Qué sentido tiene para sus propios propósitos que Nicolás Maduro se pelee con la Unión Europea (UE)? La respuesta es muy sencilla: ninguno.
El plan de Maduro y Jorge Rodríguez, su segundo de abordo, para que la Asamblea Nacional (AN) electa el pasado 6 de diciembre sea reconocida por la comunidad internacional no va bien. Y no va bien, porque los métodos que le funcionan para imponerse dentro de Venezuela no les son útiles con el resto del mundo.
Sin algún tipo de reconocimiento por parte de las autoridades de Estados Unidos y la UE, y por consiguiente de los organismos multilaterales, esa AN queda sin capacidad alguna de autorizar financiamiento externo, aprobar contratos, o sancionar legislación que dé garantías a los inversionistas extranjeros. Por este camino terminará siendo tan inútil (para Maduro) como la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que se reunía entre 2017 y 2020.
Aquella fue una asamblea de militantes, y algunos aliados, del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Pero sus resoluciones quedaron todas en el aire. Las democracias del mundo no reconocieron nunca su elección. En la práctica sus aliados de China y Rusia tampoco. No le dieron ni un yuan o un rublo en créditos. El amor son hechos y no buenas razones.
De modo que Maduro no dejó funcionar a la Asamblea Nacional electa en 2015, pero tampoco la ha podido reemplazar por otra.
Expulsar a la embajadora de la UE en Caracas, Isabel Brilhante Pedrosa, como retaliación a la lista de sancionados por las autoridades comunitarias europeas, no contribuye en nada a su plan inicial. Sólo ratifica el carácter arbitrario de su régimen. Es la segunda vez que Maduro ordena la expulsión de esa embajadora. En la primera ocasión dio marcha atrás.
A diferencia de lo que afirma insistentemente la versión oficial, no es que en esta oportunidad la UE “se equivocó” al sancionar a 19 funcionarios venezolanos, alegando violaciones a los derechos humanos y por haber participado en lo que la comunidad democrática de Europa y América califica de fraude electoral. El que se ha equivocado es Maduro. El que necesita negociar con ellos a cambio de reconocimiento es él. Eso no lo va a obtener por las malas. Esa relación de poder es distinta.
Se le advirtió, de todas las maneras posibles, por todos los canales formales e informales existentes, que la cuestionada elección parlamentaria del 6 de diciembre de 2020 no sería reconocida en la forma que se pretendía efectuar. No sólo eso; además, el alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE, Josep Borrell, le hizo saber que la judicialización de partidos opositores, la ampliación del número de diputados a elegir y la supresión del voto indígena, todas ellas violaciones flagrantes a la Constitución venezolana, pero que le garantizaban a Maduro una supermayoría parlamentaria, tendrían una respuesta.
La nueva lista de sanciones personales fue la consecuencia, no la causa.
El choque con España
Por otro lado, a Maduro y a sus funcionarios también se les hizo saber, oportunamente, que la política de Estados Unidos hacia Venezuela era bipartidista. Que más allá de las fanfarronerías del expresidente Donald Trump, en el fondo se mantendría.
La nueva administración ha ratificado lo que será su política hacia Venezuela. Lo dijo Joe Biden cuando fue candidato y ahora lo repite su secretario de Estado, Antony Blinken. Pero al parecer alguien, o algunos, dentro del Palacio de Miraflores, sede del poder en Venezuela, se creyeron su propio discurso según el cual, derrotado Trump, el nuevo presidente de Estados Unidos olvidaría lo dicho y lo hecho.
Pero o no se escucha, o no se quiere escuchar. Maduro y Rodríguez tendrán que ceder en cosas más importantes si quieren algo a cambio. La táctica de aparentar que se negocia mientras no se cede en nada no engaña a la comunidad democrática internacional.
Sin embargo, no conforme con empeorar sus relaciones con Europa Maduro caza una pelea con el gobierno de España. Algo muy curioso, tratándose de un gobierno de izquierda. Una coalición entre el partido socialista del presidente Pedro Sánchez y Podemos, este último dirigido por quienes han sido por años amigos del chavismo.
El canciller de Maduro, Jorge Arreaza, ha calificado de “puesta en escena” la visita que la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, hizo a la ciudad de Cúcuta, en el principal paso fronterizo entre Colombia y Venezuela.
Maduro consideró como una “agresión” el respaldo que González Laya ha expresado con esa visita al Estatuto Temporal de Protección para Inmigrantes Venezolanos que el gobierno de Colombia ha aprobado para enfrentar la masiva migración venezolana a ese país.
Suficiente motivo para revisar “toda la relación” con España. En este punto vale la pena preguntarse qué es, o qué espera, Maduro con esa actitud.
El punto débil de la estrategia de Maduro y Jorge Rodríguez es que no se puede pretender engañar a todo el mundo todo el tiempo, y esperar que eso no tenga consecuencias.