Leopoldo Martínez Nucete (ALN).- La caravana de migrantes centroamericanos, que va cruzando fronteras desde Honduras en dirección a los Estados Unidos, ocurre a pocas semanas de las elecciones de mitad de período, ofreciendo a Donald Trump una oportunidad para retomar la retórica antiinmigrante que moviliza su base de apoyo electoral, y tiene un impacto muy especial en distritos electorales de comportamiento pendular (donde las diferencias son siempre estrechas), así como en estados fronterizos con México.
La movilización de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos abona la construcción de una narrativa, en medios conservadores y redes sociales, que caracteriza a estas familias como “gente peligrosa” (lo cual ha afirmado varias veces el propio Donald Trump). No menos lesiva es la percepción de que se trata de una movilización motivada por razones económicas, tesis para cuyo fortalecimiento se han incluido entrevistas capciosas a muchos de los migrantes con el fin de insistir en la necesidad de proteger los puestos de trabajo de los ciudadanos estadounidenses.
Con esa narrativa se intenta encubrir la situación de violencia que amenaza la integridad de miles de familias en el Triángulo Norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala), fundamento de las peticiones de asilo hechas por los migrantes de esta región al poner pie en territorio estadounidense. Y se trata también de distraer la atención de la violación legal y de derechos humanos en que ha incurrido la Administración de Trump con la cruel separación de familias que han solicitado asilo en la frontera.
La movilización de migrantes centroamericanos hacia Estados Unidos abona la construcción de una narrativa que caracteriza a estas familias como “gente peligrosa”
La oportunidad y el manejo de todo esto son tan convenientes a Trump que muchos comenzaban a ver que detrás del doloroso estado de necesidad de estas familias podría haber factores interesados en financiar y estimular este proceso para producir un impacto electoral, sin importar la tragedia humanitaria. Algunos voceros republicanos, incluyendo la embajadora saliente ante la ONU, Nikki Haley, se han apresurado a denunciar, sin prueba alguna, que esto podría estar financiado por sectores de izquierda. Y Haley ha dicho más, señalando que se trata de las dictaduras socialistas de Venezuela y Cuba, para debilitar al Gobierno de Honduras, y al presidente Juan Orlando Hernández, del Partido Nacional, una formación partidista de derecha. El vicepresidente de EEUU, Mike Pence, se hizo eco de esta denuncia, afirmando haber recibido una llamada del presidente de Honduras al respecto, en medio de una reunión con el propio Trump, quien en tono irónico e irresponsable dijo: “Quién sabe si los mismos demócratas están financiando esto”.
Este argumento, además de carecer de pruebas, es ilógico y luce como un ejercicio desesperado de proyección psicológica. Puesto que, cuando se piensa en la hipótesis de una manipulación, habría que preguntarse quién resulta beneficiado electoralmente con este incidente, y su caracterización mediática hasta el momento… Bueno, todo apuntaría a Trump y sus candidatos como los favorecidos electoralmente. De hecho, en sus últimas visitas a estados en campaña electoral, Trump mostró la carta xenofóbica que tanto moviliza a sus más radicales apoyos.
Más allá de lo electoral, lo cierto es que el movimiento migratorio es consecuencia de la terrible combinación de violencia y crisis económica que atraviesa el Triángulo Norte de América Central. Situación que se ha agravado, entre otras cosas, porque la Administración Trump ha retenido y congelado, sin ofrecer explicación ni alternativa, la ejecución de los presupuestos de cooperación para el desarrollo en la subregión, concebidos desde la Administración de Barack Obama. En ese sentido, esta semana el diputado demócrata de Nueva York, Eliot Engel, miembro del Comité de Política Exterior de la Cámara Baja, denunció la ilegalidad de retener estos fondos, que debieron ser ejecutados por el Ejecutivo en la presidencia de Trump, y que seguramente habrían ayudado a evitar esta crisis humanitaria. La bien documentada y responsable posición de Engel contrasta con las audaces -y hasta sospechosas- declaraciones de congresistas republicanos, incluida la propia embajadora Haley, así como con lo afirmado por el vicepresidente Pence.
Retórica binaria y xenófoba
Centroamérica está azotada por la violencia de los cárteles y las bandas criminales, y la corrupción del narcotráfico socava su capacidad de respuesta institucional. Adicionalmente, el ciclo económico de toda Latinoamérica está en fase de desaceleración y es particularmente difícil en Honduras, El Salvador y Guatemala, afectados por la caída de los precios de varios productos agrícolas, muy particularmente del café.
La realidad es muy distinta de lo que dice Trump. La experiencia demuestra que la inmigración de la gran mayoría de estas personas dista mucho de ser un problema social para los Estados Unidos, cuya economía tiene probada capacidad de absorción de esta mano de obra. La migración proveniente de México y Centroamérica se ha incorporado mayoritariamente al mercado de trabajo; y se ha convertido en una contribución a la sociedad estadounidense, entre otras cosas, porque los inmigrantes asumen trabajos que muchos americanos desdeñan.
Más allá de lo electoral, lo cierto es que el movimiento migratorio es consecuencia de la terrible combinación de violencia y crisis económica que atraviesa Centroamérica
En este caso, lo que busca la Administración Trump es descaracterizar esto como un problema de derechos humanos -que lo es- y presentarlo como una cuestión de migración estrictamente económica. Si se admite eso, ya no aplica la opción del asilo, previsto para proteger víctimas de violaciones de derechos humanos y políticos. Los problemas económicos no abren la puerta al asilo. Lo otro es que buscan resaltar la posibilidad de que exista algún infiltrado o elemento oportunista ajeno a la mayoría, que siempre es posible en una situación como esta, para presentar las excepciones como regla. Y, encima, afirmar sin pruebas que las caravanas de migrantes vienen infestadas de terroristas, invención que en el imaginario del americano que escucha a Trump (y le cree) funciona como estratagema electoral.
Es obvio que el gobierno de Trump no tiene claridad acerca de cuál debe ser la política exterior y de cooperación con Centroamérica. Y en su negligencia repite una vez más su perversa estrategia: agrava problemas a los que luego pretende sacar provecho con una retórica binaria y xenófoba, haciendo ver que los migrantes constituyen una amenaza para los Estados Unidos.