Leopoldo Martínez Nucete (ALN).- Trump pretende capitalizar la buena situación económica que dejó Barack Obama (atribuyéndosela); y, al mismo tiempo, atizar los miedos y la ansiedad social promovidos por el discurso polarizador, xenófobo y divisivo.
Las encuestas coindicen en confirmar dos cosas: primero, la aceptación de Donald Trump es históricamente baja (40%), comparada con cualquier otro presidente de Estados Unidos; y segundo, el Partido Demócrata lleva importante ventaja para lograr un conjunto de victorias electorales en las elecciones legislativas de mitad de período (previstas para el 6 de noviembre), y para tomar el control, al menos, de la Cámara de Representantes.
Pero, por otro lado, también es cierto que la economía trae buen desempeño. El consenso de los expertos es que estos casi dos años de Trump cabalgan sobre la constante recuperación que traía la economía en los últimos seis años de Barack Obama; sin embargo, también es cierto que el recorte de impuestos a los sectores de mayor riqueza y a las grandes corporaciones se ha traducido hasta ahora en un crecimiento sostenido de los valores bursátiles en los mercados, en gran medida porque toda esa liquidez ha ido a parar allí, al sector bursátil. Muy especialmente, a los programas de recompra de valores de las tesorerías de las empresas emisoras de esas acciones, que se han fortalecido.
Por tanto, la estrategia electoral de Trump y sus asesores es capitalizar esa situación económica (atribuyéndosela); y, al mismo tiempo, atizar los miedos y la ansiedad social promovidos por el discurso polarizador, xenófobo, divisivo, brutalmente complaciente con los peores factores de poder del ecosistema republicano, como la Asociación Nacional del Rifle (que postula un libertinaje sin control en el porte de todo tipo de armas), y los grupos reaccionarios y regresivos que quisieran ver el sistema judicial poblado de jueces cristianos y muy conservadores.
Trump quiere mantener al “voto duro” muy movilizado. También confía en un nivel estratégico de abstención que lo favorece
En otras palabras, Trump quiere mantener al “voto duro” muy movilizado y apuesta a que lo económico le acarreará votos. También confía en un nivel estratégico de abstención que lo favorece, debido a que mucha gente, en este escenario económico, no se vería animada a producir un cambio. Piensa además su equipo que en los distritos electorales manipulados por el‘Gerrymandering’, la matemática electoral traerá los mismos dividendos políticos de 2016. Esa es la estrategia, que no vacilamos en calificar de irresponsable.
Hace tres décadas, el asesor político demócrata de Bill Clinton, James Carville, acuñó aquella célebre frase: “It’s the economy, stupid” (“Es la economía, estúpido”), cuestionando a los estrategas que ponían las expectativas en algo distinto para buscar votos. Pero resulta que las narrativas económicas son complicadas de entender para el grueso del electorado; por tanto, a lo que apunta Carville es a que, si hay malestar económico, enfoca tu discurso allí, proponiendo un cambio, criticando las políticas que abonan ese malestar. Lo que nunca propone es llevar la retórica política a un complejo y racional discurso económico.
En síntesis, en el actual escenario los políticos perderían el tiempo racionalizando que la economía en líneas generales está desempeñándose bien por la inercia de las políticas de Obama y no por las de Trump. Y más complicado sería explicar que los efectos de mediano y largo plazo de los recortes de impuestos o de la guerra arancelaria serán muy negativos para la economía: difícil que el común del electorado vote para castigar una política por efectos hipotéticos de su ejecución.
Siguiendo la lógica Carville habría que ver si ese positivo desempeño económico es percibido igual por todos los estratos sociales, y si los “beneficios” están percolando por igual a todas las clases sociales. He allí un primer error de estrategia de Trump: los beneficios no están llegando a todos por igual. ¿Por qué? Por la cuestión salarial, por el peso del endeudamiento familiar (sobre todo, por el costo de la educación superior) y los ya negativos efectos de las reformas administrativas para desmontar la reforma sanitaria de Obama.
Ese ángulo del problema, bien manejado comunicacionalmente por los demócratas, tendrá un efecto favorable a su fórmula electoral. Y, de paso, pierde peso la perspectiva según la cual los problemas de empleo o económicos tienen correlación con la inmigración, porque sigue habiendo pleno empleo (ayer cuestionado por Trump y los republicanos ante las cifras oficiales, pero hoy utilizado como parte de la narrativa del supuesto éxito económico atribuido a su gestión).
Una estrategia irresponsable y equivocada
Es por eso que Trump, de nuevo irresponsablemente, ha procurado el aplauso de la base radicalizada dándole visibilidad a las recientes e inhumanas deportaciones -con las consecuentes separaciones de familias- y agitando con vehemencia la retórica de guerra comercial con Europa, Canadá, México y China. Son acciones que hacen mucho daño a la imagen de Estados Unidos a nivel global y a la Presidencia ante la gran audiencia nacional.
Trump ha procurado el aplauso de la base radicalizada dándole visibilidad a las recientes e inhumanas deportaciones
Por si esto fuera poco, las iniciativas de Trump en materia económica tendrán consecuencias muy negativas en un par de años, pero entre tanto agita a su base y genera un “constructo” que en esas audiencias puede llevar a la falaz correlación de indicadores de desempleo bajos y crecimiento económico, con las deportaciones y la guerra comercial internacional.
Entonces, no siempre es recomendable acotar la batalla al terreno de las percepciones económicas, como sugiere Carville. De hecho, la más reciente encuesta Gallup nos trae un dato muy relevante y particular en esta elección (que viene a acentuar una tendencia de varios años): sólo 14% de la población menciona lo económico como el principal problema en estas elecciones; y apenas 8% piensa que la inmigración es realmente un problema.
Lo que sí ha crecido en la percepción pública como problema prioritario, según Gallup, es la percepción en mujeres, jóvenes, personas blancas con mayor nivel de educación y ciudadanos de color de que la retórica de Trump le hace mucho daño a la cohesión social americana y al liderazgo internacional y democrático de los EEUU. Por otro lado, la retórica contraria al libre comercio tiene muchos enemigos en la base moderada del Partido Republicano, desmovilizándolos para esta elección.
Como siempre en política, llegará la verdadera y gran encuesta: las elecciones. También es cierto que los promedios nacionales no suelen explicar bien el comportamiento de los electores cuando se les agrupa por distritos electorales o estados, como ocurre en unas elecciones legislativas, y mucha más distorsión puede resultar del ‘Gerrymandering’ de los distritos. Pero vistas las cosas a la luz de las recientes encuestas, la estrategia de Trump no sólo es irresponsable. También equivocada.