Pedro Benítez (ALN).- El XXIV Encuentro del Foro de Sao Paulo dejó clara su política y su estrategia. Daniel Ortega y Nicolás Maduro deben resistir a todo evento en el poder mientras cambian las circunstancias internacionales. Como dijo este último en el foro: “Bastante sabe Cuba de este combate”. Hay una política y un propósito muy claros: que el castrismo sobreviva en Cuba. Todo lo demás está supeditado a eso. En La Habana saben que una caída de Ortega puede tener un efecto dominó en Venezuela.
El recién estrenado presidente del Consejo de Estado de Cuba y del Consejo de Ministros, Miguel Díaz-Canel, llevó la voz cantante en el XXIV Encuentro del Foro de Sao Paulo, celebrado del 15 al 17 de julio en La Habana.
En su intervención resumió perfectamente las prioridades, la retórica justificadora de esa internacional que agrupa a gobiernos, partidos y movimientos de izquierda de América Latina y España, y enunció una estrategia:
“Apoyar incondicionalmente y ofrecer firme respaldo al gobierno bolivariano y chavista, a la unión-cívico militar del pueblo venezolano y a su gobierno legítimo y democrático bajo la conducción de Nicolás Maduro Moros”. En el caso del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, señaló: “Exigir el cese de la injerencia de la OEA y las amenazas que enfrenta el gobierno sandinista”.
Al repasar la historia del Foro de Sao Paulo es fácil percibir que lo anterior no son sólo palabras. Es una política con un propósito muy claro: que el castrismo sobreviva en Cuba. Todo está supeditado a eso. Ya lo dijo el propio Maduro en su intervención: “Bastante sabe Cuba de este combate”.
El Foro de Sao Paulo tiene una política y un propósito muy claro: que el castrismo sobreviva en Cuba
Creado en 1990 por los expresidentes Luiz Inacio Lula da Silva y Fidel Castro, en realidad fue una iniciativa de este último, que ante el desplome del campo socialista en Europa Oriental en 1989 y el fin de la Guerra Fría calculó correctamente que para que su dictadura comunista sobreviviera tenía que rodearse de nuevos aliados.
Desde el viaje del expresidente soviético Mijail Gorbachov a Cuba ese año animando a un renuente Fidel Castro a emprender su propia Perestroika, este sabía perfectamente que no podría contar por mucho tiempo con quien había sido su único respaldo para sostener su proyecto político.
Daniel Ortega perdió sorpresivamente las elecciones de 1990 y, a excepción de Colombia, en toda Latinoamérica los grupos de subversivos de izquierda habían sido derrotados o habían abandonado la lucha armada.
Así, Castro comenzó a armar un nuevo proyecto de poder continental. No tenía dinero, pero sí el prestigio del mito de la revolución cubana sembrado en la mente de muchos latinoamericanos.
El comunismo se venía abajo en todo el mundo, pero como recordó en una ocasión Raúl Castro: “La principal característica de Fidel es que nunca se rinde”.
Su primera apuesta era el gigante Brasil. El dirigente sindical Lula (por entonces con una retórica muy marxista) ya tenía una campaña electoral a cuestas. Hizo tres intentos hasta conquistar el poder en 2002.
Luego, en 1994, aterrizaría en el aeropuerto José Martí su segundo candidato. Un teniente coronel venezolano que se había hecho famoso por intentar un golpe de Estado militar en febrero de 1992 contra el presidente Carlos Andrés Pérez, hasta entonces “un amigo de Castro”.
En sus palabras en la Universidad de La Habana, Hugo Chávez le prometió al dictador cubano que regresaría “en nuevas condiciones”. Y agregó: “No para tender la mano, sino para apoyar a la revolución cubana”.
Como recordó en una ocasión Raúl Castro: “La principal característica de Fidel es que nunca se rinde”
Con la llegada de Chávez a la Presidencia de Venezuela en 1999, la Cuba castrista pudo empezar a respirar financieramente. A partir de ese momento, un país tras otro fue entrando en la órbita de gobiernos afines al Foro de Sao Paulo y, por tanto, aliados de Castro.
El castrismo sobrevivió solo, contra todo pronóstico, al Periodo Especial (1991-1999). Ahora, 20 años después puede cruzar un nuevo desierto, pero acompañado. Allí todavía tiene a Venezuela, Bolivia y Nicaragua firmemente comprometidas. Los cambios políticos en México y Brasil le pueden favorecer.
Lo que sostiene a Ortega y Maduro
No fue casualidad que Díaz-Canel haya expresado el apoyo incondicional a la unión-cívico militar en Venezuela. Los mandatarios cubanos son perfectamente conscientes de que en Venezuela el poder viene hoy de la boca del fusil. Tampoco que el caso de Nicaragua haya puesto su énfasis en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Maestros en el manejo de las percepciones y de la opinión pública internacional, la dirigencia cubana sabe que Daniel Ortega la tiene en contra. Pero para eso hay remedio.
El cinismo y el uso de la neo lengua son dos instrumentos que aprendieron de sus camaradas rusos.
Decir una cosa mientras que al mismo tiempo se afirma exactamente lo contrario. Así, por ejemplo, el Foro de Sao Paulo condena en sus resoluciones la injerencia externa en los asuntos de los países de la región mientras que en el mismo texto califica “de barbarie y violación a los derechos humanos” las acciones de protesta de los estudiantes nicaragüenses.
Los denomina como “derecha golpista y terrorista”, “hordas criminales de grupos fascistas al servicio del imperialismo norteamericano” y “lacayos del imperio” (Ver más: Esta es la extrema izquierda latinoamericana que arropó a Ortega en La Habana).
Esa es la operación que viene ahora para defender a Ortega: descalificar a los manifestantes y presentarlos como terroristas. Eso también afecta a los obispos, a quienes el dictador nicaragüense tildó este jueves de golpistas. Exactamente lo mismo que se hizo para apoyar a Maduro con la ola de protestas en Venezuela en 2017.
No importa que lo que ocurre en Nicaragua sea similar, pero a mayor escala, a la tristemente célebre caravana de muerte que aplicó la dictadura militar chilena las semanas y meses que siguieron al golpe de Estado de septiembre de 1973. Para el régimen cubano lo que importa es la percepción y la justificación de la causa. El Foro de Sao Paulo es muy útil en ese propósito.
El Foro tampoco olvida a los aliados que han perdido el poder político, y en otra declaración exigió “el fin de la persecución contra los expresidentes Cristina Fernández, Lula da Silva y Rafael Correa, expresión de la judicialización de la política como arma de la derecha” (Leer más: Al expresidente Rafael Correa se le multiplican los problemas con la Justicia).
Con la llegada de Chávez al poder en 1999, la Cuba castrista pudo empezar a respirar financieramente
Así como Cuba ganó sorprendentemente muchos aliados en la primera década del siglo, en los últimos años la ola política de la región se puso en contra. Ahora apuesta por sostener a Nicolás Maduro en el poder el tiempo suficiente mientras llegan nuevos apoyos y avanza en su lenta reforma interna. Sus mandatarios saben que una caída de Daniel Ortega puede tener un efecto dominó en la crítica Venezuela.
Este razonamiento no debe sorprender, puesto que los estrategas cubanos tienen 60 años manejando la política como un asunto global. No es que Venezuela o Nicaragua sean simples satélites de La Habana. No. Son su línea de defensa. Mientras la comunidad democrática de la región tiene los ojos puestos en esos países, no se ocupará de la dictadura cubana.
Van a jugar duro para que ninguno de esos dos gobiernos caiga, aunque el precio sea que a Cuba ya no se le vea con la misma indulgencia de otros tiempos, sino como una amenaza muy concreta a las democracias de Latinoamérica.
No obstante, y pese a todo lo anterior, paralelamente a la realización del Foro las páginas del diario Granma informaron del anteproyecto de nueva Constitución para Cuba que discute el Buró Político del Partido Comunista:
“… se añade el reconocimiento del papel del mercado y de nuevas formas de propiedad, entre ellas la privada, en correspondencia con la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano”.
Para que no quede duda de la inspiración en el modelo chino a donde se pretende dirigir ese país bajo la conducción de Díaz-Canel en los próximos años, mientras que en el discurso se dice otra cosa.