Pedro Benítez (ALN).- A siete años del anuncio del fallecimiento de Hugo Chávez la gran pregunta es cómo ha sido posible que Nicolás Maduro no haya caído del poder. La respuesta probablemente sea muy sencilla: se le ha subestimado. A él en lo personal y a las fuerzas que lo han sostenido.
En marzo de 2013 se anunciaba el fallecimiento oficial de Hugo Chávez; por entonces muchos dentro y fuera de Venezuela pensaban que un chavismo sin Chávez no era posible. Muerto el autor se acababa el proyecto. Han pasado siete años y contra todo pronóstico su sucesor y heredero, escogido en algún momento de 2012 en La Habana, ha sobrevivido en el poder.
Eso pese a la peor gestión que recuerde Latinoamérica. El caso de Nicolás Maduro como gobernante sólo guarda algún parecido con el paso de la familia Duvalier por Haití, aunque no las proporciones.
Bajo Maduro el principal exportador de petróleo del continente americano se ha hundido en la miseria. La economía es un tercio de lo que era en 2012, más de cinco millones de venezolanos han emigrado, el 60% de la población cayó en pobreza extrema (hambre) y casi el 90% está por debajo de la línea de pobreza general. Venezuela es el único miembro de la OPEP donde se ha desatado una hiperinflación, algo que los economistas nunca creyeron posible. El salario mínimo es hoy menos de 6 dólares diarios.
Ciertamente Maduro heredó junto con el poder una súper bomba de tiempo en términos macroeconómicos. El régimen chavista incurrió durante 2011 y 2012 en déficits fiscales de 18 puntos del PIB y en un endeudamiento externo masivo para crear la sensación de bonanza consumista que le asegurara la reelección a un hombre que se sabía no podría culminar su mandato presidencial. En su megalomanía Chávez se quería ir invicto al otro mundo.
Todo el petro-Estado venezolano se movió en la campaña electoral de 2012 contra el candidato de la unidad opositora Henrique Capriles. Fue el mayor ejercicio de populismo jamás realizado en la región del mundo caracterizada precisamente por su populismo.
Ya entonces la cotización de 100 dólares del barril de petróleo venezolano en el mercado mundial no alcanzaba para cubrir los subsidios masivos de alimentos, gasolina y servicios públicos, así como la entrega sin compensación ni esfuerzo personal de apartamentos, autos, artículos de línea blanca, dólares baratos, etc.
De hecho, según los datos que por esos días se podían consultar en las páginas web del Banco Central (BCV) y del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) todos los indicadores económicos y sociales se empezaron a deteriorar rápidamente desde octubre de 2012, mes de la reelección de Chávez.
En febrero de 2013 Maduro autorizó como presidente encargado su primera devaluación del bolívar. Evidentemente se le venía una crisis colosal. De pasó los precios mundiales del petróleo se desplomaron entre 2015 y 2017. Pero nada de eso puede explicar el nivel de destrucción que ha padecido Venezuela bajó su poder.
Y sin embargo, pese a todo lo anterior, Maduro lleva la mitad del tiempo que su antecesor en el despacho presidencial del Palacio de Miraflores. Por mucho menos de lo que ha ocurrido en este espacio de tiempo cualquier otro gobierno venezolano, no digamos ya de América Latina, hace rato hubiera caído.
No obstante, Maduro sigue allí. ¿Cómo se explica eso?
La respuesta probablemente sea la más sencilla: a Maduro se le ha subestimado. Se le subestimó de la misma manera que se subestimó a Chávez en 1998 con el argumento de que era un “militar bruto” que no duraría mucho en la Presidencia. Un error clásico en la política que se repite una y otra vez.
De Maduro en 2013 se hizo un juicio similar según el cual era un autobusero sin mayores luces que no duraría mucho en el poder; caería cuando se demostrara con alguna partida de nacimiento que había nacido en Cúcuta.
Con este tipo de afirmaciones se pretendía pasar por alto (por simple ignorancia o necedad) la magnitud de las fuerzas que estaban detrás del régimen chavista.
Pero además, en estos años Maduro ha puesto de manifiesto una serie de características personales que no se le conocían:
Determinación.
Insensibilidad.
Crueldad.
Tres condiciones necesarias en todo aspirante al ejercicio del poder despótico. En cualquier otra época de la historia hubiera sido el tirano perfecto.
No se le recordará como un administrador eficaz o por su visión de Estado, pero ha hecho lo que tenía que hacer para aferrarse al poder.
Ha engañado y simulado cuando tenía que hacerlo.
Ha maniobrado entre las distintas facciones civiles y militares dentro del régimen.
Ha repartido negocios.
Ha repartido espacios de poder.
Ha repartido las respectivas cuotas de represión contra sus adversarios fuera del chavismo.
Ha reprimido a factores puertas adentro del chavismo.
Ha reprimido a chavistas civiles y en particular a militares.
No ha bajado la guardia.
Su régimen es un fracaso absoluto, con esa sola excepción: sigue en el poder.
También ha tenido suerte y la suerte es fundamental en política.
Pero esa subestimación no sólo ha sido desde el campo del antichavismo. En la misma también se ha incurrido dentro del propio régimen. Rafael Ramírez, Miguel Rodríguez Torres y Diosdado Cabello también pensaron que Maduro no podría durar en Miraflores mucho tiempo. Que caería por su propio peso y entonces ellos a su vez heredarían el mando. También se equivocaron.
Esta ha consistido en que en varias ocasiones desde la oposición se la han emitido actas de defunción política por adelantado. Con lo cual los aspirantes a desplazarlo han gastado un tiempo y una energía preciosos en anularse mutuamente justo en los momentos en los cuales él ha estado más débil: 2013, 2016 y 2019. En cada ocasión Maduro aprovechó el tiempo para tomar un segundo aire luego de lo que lucía como un nocaut técnico.
Así por ejemplo, en la elección presidencial de abril de 2013 apenas superó por unos pocos miles de votos (si es que realmente ganó) al candidato de la unidad opositora Henrique Capriles, quien alcanzó una inesperada votación a los pocos meses de la amplia relección del comandante-presidente. Ese resultado tomó por sorpresa a los jerarcas del régimen. En el chavismo de base cundía el desaliento por lo que se apreciaba como la debacle de la “revolución”. Entre los jefes militares, las dudas (en julio de ese año Maduro reemplazó al almirante Diego Molero del Ministerio de la Defensa por ese motivo). Abundaban los reproches por la corrupción y por lo que se decía era la falta de liderazgo de Maduro. No calzaba los zapatos de su antecesor.
Pero la oposición no tenía una estrategia para rematarlo y este se escapó de su primer gran brete.
En 2016, luego de la abrumadora victoria opositora en las elecciones parlamentarias que igualmente tomó al chavismo por sorpresa, también se dio a Maduro por liquidado. Pero en esa ocasión lo salvó la campana porque el liderazgo opositor nuevamente carecía de un plan para desalojarlo de la oficina presidencial.
A inicios de 2019 se repitió la historia pero desde la Casa Blanca y el Palacio de Nariño. Maduro estaba caído. El descontento militar lo iba a sacar esta vez. Nuevo error fundamentado en la subestimación. Las amenazas de gente como Marco Rubio o John Bolton sólo contribuyeron a que el alto mando militar se cohesionara en torno a Maduro. Después de todo, un sector importante de oficiales del Ejército venezolano no quiere a Maduro pero se sigue identificando con el mensaje nacionalista de Chávez.
Pero esa subestimación no sólo ha sido desde el campo del antichavismo. En la misma también se ha incurrido dentro del propio régimen. Rafael Ramírez, Miguel Rodríguez Torres y Diosdado Cabello también pensaron que Maduro no podría durar en Miraflores mucho tiempo. Que caería por su propio peso y entonces ellos a su vez heredarían el mando. También se equivocaron.
Así se convirtió Nicolás Maduro en dictador
Ya no son dos sino tres los eventos que hacen dictador a Nicolás Maduro. Dos son pecados originales.
Ramírez aún no termina de asimilar que una persona con el nivel intelectual de Maduro le haya ganado la partida a él que se cree la reencarnación del padre de la OPEP, de Juan Pablo Pérez Alfonzo. Además, si alguien les podía garantizar el suministro de petróleo a los cubanos era él. Este sigue siendo uno de los argumentos en su plan conspirativo.
Ahora escondido en el exilio al menos le va mejor que al general Miguel Rodríguez Torres, quien después de haber sido el jefe de inteligencia de confianza de Chávez y del propio Maduro, y con todo y ser uno de los miembros más destacados de la logia militar del 4 de febrero, Maduro lo dejó correr hasta apresarlo justo en el momento para anular su influencia en la Fuerza Armada (FAN).
Por su parte aún sobrevive Diosdado Cabello, el enemigo al acecho. Si nos atenemos al anterior relato, Maduro está esperando el momento indicado para proceder contra él de la manera implacable que le caracteriza. En una dictadura hay una cabeza, no dos.
La única diferencia fundamental entre el Maduro de 2013 y el de este 2020 es que ya se le puede conocer. Claro, si es que alguien está dispuesto a aprender algo de los viejos errores.