Daniel Gómez (ALN).- Un viaje a Nueva York desató la muerte del concejal opositor Fernando Albán. Fue secuestrado el viernes en el aeropuerto Simón Bolívar. Una comisión del Sebin lo detuvo y se lo llevó a su sede en Plaza Venezuela. Al edificio desde el que, según el Gobierno, se lanzó y suicidó. Muchos no lo piensan así. Incluso afirman que murió torturado. Oficialmente falleció el lunes, pero el caso aún sigue dando que hablar. Esta es la cronología de los últimos días en la vida de Albán.
Dinorah Figuera, diputada de la Asamblea Nacional por Primero Justicia, se apresuró a llegar a la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) en la Plaza Venezuela de Caracas. Era lunes, y el fiscal general de Venezuela, Tarek William Saab, anunció que Fernando Albán, concejal del Área Metropolitana de Caracas, había muerto.
– Se suicidó, dijo Saab a la cadena estatal Venezolana de Televisión a las cuatro de la tarde.
El fiscal afirmó que el concejal se lanzó desde un décimo piso. Entró al baño, vio una ventana y se precipitó, muriendo en el acto. Figuera, consternada por la noticia, por la muerte de un compañero de partido, acudió a la morgue de Bello Monte a confirmar lo sucedido.
Cuando entró, la diputada se cruzó con los funcionarios del Ministerio Público que habían presenciado la autopsia. Al toparse en los pasillos de la morgue, salieron disparados hacia los coches. No pararon, no comentaron sus impresiones y apenas saludaron. A Figuera le extrañó esa actitud, pero ella siguió hasta el depósito de cadáveres. No pudo entrar.
– Si lo del suicidio estuviera claro, los fiscales se hubieran quedado a hablar. Pero huyeron, comentó Figuera este martes en un directo publicado en la cuenta de Twitter del político Henrique Capriles, también militante de Primero Justicia.
La muerte de Albán ha conmocionado a la comunidad internacional, que no termina de creerse la versión del Gobierno venezolano. La oposición asegura que no fue un suicidio. Fue un asesinato, dicen convencidos.
Mientras, desde la Unión Europea hasta las Naciones Unidas, piden una investigación rigurosa e independiente para esclarecer lo ocurrido. Y es que los cinco días en los que se enmarca el caso Albán despiertan muchos interrogantes.
El polémico ‘suicido’ que recuerda al mundo la crueldad del régimen de Maduro
No quedó claro cómo murió el concejal Fernando Albán.
Viernes: detención de un hombre de fe
Albán, de 56 años, casado y con dos hijos, era católico. Un cristiano convencido. Creyente y practicante. Un hombre íntegro, de fe, tanto en la Iglesia como en la vida. Por eso luchaba por un mejor futuro para Venezuela. Y con esa convicción viajó a Estados Unidos la semana pasada.
En Nueva York, donde tuvo lugar la Asamblea General de la ONU, Albán se reunió con sus hijos y también con un amigo: Julio Borges, coordinador de Primero Justicia y señalado por el Gobierno venezolano como responsable del supuesto intento de magnicidio contra el presidente Nicolás Maduro el pasado agosto.
– En Nueva York mantuvimos importantes reuniones diplomáticas, declaró Borges en un tuit escrito desde el exilio.
Con la misma buena fe con la que Albán llegó a Nueva York, regresó a Caracas. Era viernes. Aterrizó en el aeropuerto Simón Bolívar, pasó el control de pasaporte sin el menor problema, y pidió un taxi para regresar a casa. Entonces se topó con algo que no esperaba: una comisión del Sebin le esperaba para detenerle.
Albán apenas tuvo tiempo de avisar. Cuando estaba en la cárcel de Plaza Venezuela pudo comunicarse con su familia.
– Estoy preso en el Sebin, avisó a su esposa por teléfono.
Saltaron las alarmas. Otro preso político más. La desconfianza reinaba entre la oposición, quienes advertían por las redes sociales del secuestro. Ya el simple hecho de reunirse con Borges era sinónimo de delito. Albán fue acusado de terrorista, de participar en el supuesto intento de magnicidio. Era otro enemigo de la Revolución.
De haberlo sabido, de sospechar que estaría implicado en un caso así, ¿acaso se hubiera montado en el avión de vuelta? ¿Acaso alguien sería tan estúpido? Por supuesto que no. No sabía que lo que iban a detener. Ni se lo imaginaba. Era un hombre de buena fe que ese día simplemente desapareció.
Sábado: un mensaje de esperanza a su familia
No se supo nada de Albán hasta el sábado. Horas de angustia en las que compañeros de Primero Justicia advirtieron sobre su detención. Entonces apareció Baltazar Porras, cardenal de la Arquidiócesis de Caracas, quien confirmó la detención y dijo que Albán ya había hablado con su abogado, Joel García.
– No me han sometido a ninguna tortura física, dijo Albán a su abogado. Sí psicológica.
Ese fin de semana, el concejal se comunicó con su familia por medio de García. Les pedía tranquilidad. Obviamente estaba preocupado. Aterrado también. Temía por su integridad. Estaba en la cárcel de ‘la tumba’. Un siniestro recinto en el que torturan a los presos, encerrándolos en celdas diminutas, subterráneas, sin luz y apenas oxígeno.
Además, le acompañaban los funcionarios del Sebin. Nada bueno se dice sobre ellos salvo que son unos maestros del terror. Organismos internacionales, como las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos (OEA) advierten en informes sobre sus crueles métodos. Desde palizas con bates de beisbol, hasta presos esposados por la mano a una tubería a presión. Todo con tal de que dijeran lo que ellos querían oír.
– Me pedían que incriminara a Borges con el caso del magnicidio, y así me dejarían libre, reveló Albán al abogado.
El concejal dejó un mensaje a su familia. Es lo último que supieron de él hasta que su cuerpo apareció destrozado en el suelo de Plaza Venezuela.
– Seguiré en la cárcel. No me delataré. Lo que hago es para ayudar a Venezuela, aseveró un estoico Albán. Era un hombre de fe.
Domingo: Albán desapareció
Fue lo último que se supo de Fernando Albán hasta el día del supuesto suicidio. Era domingo, y opositores, amigos y familiares protestaban por su detención. Pedían explicaciones pues no sabían nada. Él les transmitió tranquilidad y confianza. Que estaba luchando por el país, sin saber que le quedaban horas de vida.
Juan Miguel Matheus, diputado de la Asamblea Nacional por Primero Justicia, ofreció una versión sobre lo que ocurrió el domingo. En la noche, Albán fue llevado por policías del Sebin a unas dependencias especiales. Lo iban a torturar. Pero esta vez el daño no iba a ser psicológico.
– Lo torturaron de tres maneras: con asfixia mecánica con una bolsa en la cara, por inmersión en un barril con agua pretendiendo ahogarlo y con electricidad, detalló el diputado Matheus.
La inquebrantable voluntad de Albán no fue tan resistente como su físico. No pudo más y ahí murió. Y eso también lo informó Luisa Ortega Díaz, exfiscal general de Venezuela, hoy en el exilio: ella también dice que murió ahogado.
Lunes: una muerte perturbadora
El cadáver de Albán apareció en la tarde del lunes. Al instante, Saab y el ministro de Justicia, Néstor Reverol, se apresuraron a informar que fue un suicidio. Que el concejal aprovechó un momento de descuido, fue al baño, y se precipitó desde un décimo piso.
Quizá era la coartada perfecta, y eso lo advirtió la oposición desde que lo supo. Una caída desde esa altura convertiría el cuerpo de Albán en añicos. ¿Las costillas las rompió la caída o un golpe con un bate? Imposible de distinguir.
Ajeno a lo que ocurría en las dependencias del Sebin andaba Bob Corker, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de EEUU, de visita en Caracas y que llegó a reunirse con Maduro.
Pero a las cuatro de la tarde, Corker se enteró del supuesto suicidio de Albán. Fue de los primeros en darse cuenta y no dudó en calificar el caso de “perturbador”.
Con menos reparos anduvo Julio Borges, quien, en un vídeo colgado en Twitter, denunció el asesinato. A él se sumaron otros tantos políticos venezolanos, como el activista Sergio Contreras.
Contreras conoció de primera mano cómo son las cosas en el Sebin. Ya dijo que eso de ir al baño era una suerte de la que pocos presos disponían. En caso de conseguirlo, nunca un recluso iba solo. Como mínimo, un guarda iba detrás de él. Y lo que es más extraño aún: los baños rara vez tienen ventanas.
Corker acertó con el adjetivo. El ‘suicidio’ era perturbador. Y más lo fue aún cuando la diputada Figuera, acompañada de otros colegas, se dirigió a la morgue y vio la extraña actitud de los funcionarios. Extraño también resultó que el informe de la autopsia no fuese público. Apenas le dejaron ver el acta de defunción.
Martes: el estallido de la comunidad internacional
Las reacciones a la muerte de Albán eran constantes. Sobre todo, por parte de diputados opositores. Por la diferencia horaria, no fue sino hasta el martes cuando la noticia llegó a Europa. En España, diarios de referencia como El País y Abc, abrieron sus digitales con el ‘suicidio’.
En declaraciones a ALnavío, Ángel Medina, diputado de Primero Justicia y compañero de Albán, desmintió la versión del Gobierno y dijo:
– Aquí lo único que hubo fue un asesinato.
Ya por la tarde la noticia del ‘suicidio’ llegó a Bruselas. Entonces, la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Federica Mogherini, pidió “una investigación rigurosa e independiente”. En Ginebra, el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU hizo lo mismo. En Madrid, el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, convocó al embajador Venezuela, Mario Isea, para pedir aclaraciones por el caso Albán.
En América también empezaron a organizarse. EEUU reclamó una investigación “independiente”. 11 países del Grupo de Lima (Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México,Paraguay, Perú y Santa Lucía) demandaron al Gobierno venezolano una investigación con aval internacional.
Mientras el mundo se movilizaba, sin comprar la versión del gobierno de Nicolás Maduro, el cuerpo de Albán llegaba a manos de la familia, que lloraba su muerte, agradecía las muestras de apoyo y reivindicaba el compromiso del concejal con Venezuela.
– Mi papá luchó por la democracia, manifestó su hijo Fernando en una carta.
El cuerpo de Albán fue llevado a la Asamblea Nacional. Allí amigos y compañeros le rindieron un sentido homenaje. Destacaron su valía. Su compromiso con Caracas. Con su gente. Era un hombre de fe. Un convencido de que Venezuela se salvaría del terror. Y esa fue la promesa que le hicieron por su muerte: que salvarán a Venezuela.
Hoy miércoles, Maduro todavía guarda silencio.