Rafael Alba (ALN).- El líder de Podemos se enfrenta a las primeras críticas tras su acuerdo con Pedro Sánchez. El ala más radical de su partido se manifiesta en contra del gobierno de coalición con el PSOE. Iglesias confía en aplacar esas críticas gracias a la gestión de los presupuestos ministeriales y a la colocación de dirigentes fieles en el cuadro de mando de los ministerios a su cargo.
¿Puede llegar a desmembrarse y desaparecer Unidas Podemos en los próximos meses, cuando su líder carismático Pablo Iglesias, ya reconvertido en vicepresidente del gobierno español, empiece a decepcionar a sus bases al apoyar políticas situadas en las antípodas de los principios ideológicos que animaron la fundación de esta coalición de izquierdas? Tal vez sí o tal vez no. Aunque el peligro de una extinción futura existe, porque los miembros del sector Anticapitalista y la cúpula del partido en Andalucía, donde manda la irreductible Teresa Rodríguez, figura radical entre las más radicales, ya se han manifestado claramente en contra del pacto forjado entre Iglesias y Pedro Sánchez, el presidente en funciones y secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Desde el punto de vista de este incansable sector crítico, que custodia el tarro de las esencias, no hay ningún motivo, que no sea estrictamente personal y esté relacionado con las ambiciones del líder y su pareja, la ministeriable Irene Montero, para que el partido morado se integre en un Ejecutivo de coalición.
Al contrario, en opinión de Rodríguez y de sus seguidores, entre los que se encuentra su pareja, José María González, Kichi, el muy popular alcalde de Cádiz, la posición de Unidas Podemos mejoraría mucho si sus parlamentarios en el Congreso de los Diputados apoyaran a Sánchez desde fuera del gobierno, condicionando las políticas a aplicar con su apoyo parlamentario y sin comprometerse con aquellas medidas de corte derechista y neoliberal que habrá que apoyar, sin duda, para seguir al pie de la letra con el catecismo económico de Bruselas. Pero en las tierras sureñas, algunos dirigentes tienen otra intención medio desvelada, quieren convertir Adelante Andalucía, la marca electoral de Unidas Podemos en el territorio, en una especie de organismo independiente, con tanto peso en la estructura, por lo menos, como el que disfruta la filial catalana. O mejor dicho, ese cortijo de Ada Colau que se llama En Comú Podem, desde donde, según algunas lenguas viperinas que amenizan las sobremesas de ciertos restaurantes madrileños frecuentados por la izquierda exquisita, la activista prepara con cuidado el momento de convertirse en la jefa absoluta del invento.
Y hay más problemas, por supuesto, para que un eventual resbalón de ese posible próximo gobierno progresista que anhelan Iglesias y Sánchez no termine por dinamitar a la ya de por sí atomizada y dividida izquierda del PSOE. También acecha entre las sombras el máximo archienemigo de Iglesias, un tal Íñigo Errejón. Cierto que se ha pegado un buen golpe en su paso a la política nacional, al conseguir sólo tres escaños y perder en su feudo de Madrid, casi el 50% de los votos que obtuvo en las pasadas municipales y autonómicas cuando aún se presentaba al mundo como el protegido de Manuela Carmena. Pero Pablo conoce muy bien a Íñigo y sabe que no debe confiarse. Su presencia con voz propia en el Parlamento puede hacerle daño. Y la posibilidad de que las próximas víctimas de su gestión personalista se animen a pasarse al enemigo siempre va a estar ahí. Y con un equilibrio tan inestable como el que le espera, en el mejor de los casos, a ese débil gobierno de coalición que se ha inventado junto a su viejo enemigo Pedro Sánchez, todas las cautelas pueden ser pocas.
Iglesias admitió que habrá contradicciones
De modo que, a pesar de que la prensa y los tertulianos de derechas le consideren el verdadero vencedor de la repetición electoral, con el permiso de Santiago Abascal y Vox, claro, Iglesias sabe que no va a poder dormirse en los laureles. Que con este gobierno de coalición, lo único que ha hecho es ganar tiempo y que tiene que aprovechar todos los recursos a su alcance para fortalecer la estructura de su partido, en todos los territorios. Y esa es, de hecho, su auténtica prioridad. Reforzar su liderazgo en todas las autonomías, y evitar que las mareas y las marcas regionales que pululan por sus mismos caladeros electorales puedan ser relevantes a medio plazo. Más aún, cuando se vea obligado a comulgar con ruedas de molino para mantener el cargo. Por si acaso, ya ha lanzado por delante una carta de advertencia a su militancia, en la que explica que “el cielo se toma con perseverancia” y se cura en salud al aclarar que dentro de ese gobierno de coalición en minoría que se propone formar con el PSOE, los podemitas van a encontrarse con “muchos límites y contradicciones” y tendrán que “ceder en muchas cosas”.
Y, ¿de verdad cree que sus aguerridas bases izquierdistas van a comprar ese discurso? Sí, por supuesto. Primero porque está convencido de que siempre cae de pie, como dice algún viejo correligionario ahora reconvertido en adversario, y segundo, porque las narcotizadas huestes podemitas, fieles al modelo leninista de partido que fabricó para el padrecito Iglesias su rasputín Juan Carlos Monedero, ya han demostrado unas tragaderas más que amplias. ¿O acaso se han olvidado ustedes de la polémica del chalet que adquirió en Galapagar, un pueblo situado a las afueras de Madrid? Cuando Iglesias y su pareja Irene Montero se compraron esta casa de lujo, convocaron un referéndum entre la militancia del partido. Y lo ganaron. Así que, ¿por qué iban a tener problemas ahora? El discurso está mucho mejor estructurado en este caso. Ellos llegan al gobierno para evitar que el ala neoliberal del PSOE realice una política económica de derechas y una política territorial a la medida del nacionalismo español. Son la policía progresista que evitará esas posibles desviaciones de la línea política marcada en los acuerdos. Porque ya se sabe que Sánchez firma lo que le echen, pero sólo cumple con lo que le interesa.
Pero, por si todo falla, Iglesias dispone de un arma secreta adicional. Su capacidad recién adquirida, o a punto de serlo, de repartir caramelos entre los leales. Es lo que tiene tocar poder. Según los cálculos publicados estos días en algunos portales especializados, como el realizado por Luca Constantini para Vozpópuli, cuando el secretario general de Podemos y los tres ministros morados tomen posesión se encontrarán con la necesidad de contratar a casi un centenar de personas para que ocupen los cargos de confianza previstos en las estructuras gubernamentales. Habrá secretarios de Estado, directores generales, subsecretarios y asesores variados. Unos trabajadores que se embolsarán emolumentos anuales medios situados entre 50.000 y 70.000 euros. Casi nada. Y sin contar con los derechos adquiridos por el desempeño de estos cargos, con independencia del tiempo que dure la labor. Poco o mucho. Cierto que eso sucede siempre cuando un partido llega al poder. Pero convendría no olvidar aquí, que esta será la primera vez que una formación política situada a la izquierda del PSOE se integrará en el gobierno de España.
Iglesias tiene como referencia a Alexis Tsipras
Con esa gasolina y el margen de tiempo que pueda arañar, quizá Iglesias no logre culminar su pretendido asalto a los cielos, pero sí blindar su posición, e iniciar la reconquista de ese lugar etéreo e indeterminado que alguien llamó ‘espacio del cambio’, y en el que un día llegó a reinar Podemos, antes de que los avatares de la praxis política impusieran su ley. Si el líder morado usa el poder y los recursos financieros que va a tener a mano ahora, tal vez termine con las deficiencias en la implantación territorial que han lastrado las posibilidades de su partido. O por lo menos, frene una sangría que ha reducido sustancialmente sus feudos y recortado la cosecha de votos en unos cuantos territorios importantes como Madrid, Galicia, Euskadi o Cataluña. Por cierto que el plan puede salir bien. Hay unos cuantos referentes internacionales disponibles que demuestran que, incluso con los desgastes que acarrea toda acción de gobierno, sus contradicciones y la renuncia a los principios, algunos líderes pueden abandonar el poder más que fortalecidos y en buenas condiciones para que la travesía del desierto sea corta.
Iglesias, por cierto, tiene referencia muy a mano. Otro nuevo político europeo de izquierdas a quien conoce muy bien y con quien ha compartido aspiraciones y tiempo a lo largo de los años. ¿Se acuerdan ustedes de Syriza? ¿De Alexis Tsipras y Yanis Varoufakis? Sí, la suya fue una más entre las muchas historias tristes que ha protagonizado la izquierda europea en los últimos años. Como de costumbre todo empezó bien, cuando en 2015, aquel presunto partido antisistema llegó al poder en una Grecia rota por la indignación y las movilizaciones ciudadanas. Representaban la luz de una esperanza renovada, la idea de que, a pesar de todo, había una forma de hacer política distinta que ponía en primer lugar los intereses de la gente y luego todo lo demás. Pero era, desde luego, un espejismo. Pocos meses después de su llegada al palacio presidencial, Tsipras entregó la cabeza de Varoufakis al voraz ejército de los burócratas de Bruselas, los guardianes de la ortodoxa económica de la Unión Europea, cuando descubrió que esa era la única manera de mantenerse en el poder.
A partir de ahí, Tsipras inició a velocidad vertiginosa un camino hacia la socialdemocracia, que terminaría por dejar en nada los principios fundacionales de Syriza, destruir para siempre la credibilidad de aquella glamorosa camada de jóvenes leones políticos, supuestamente capaces de llevarle la contraria a Angela Merkel y la aristocracia burocrática de Bruselas. Lo que pasó es que al final el partido que fuera la gran esperanza del pueblo más baqueteado por la última gran crisis económica global, terminó convertido en una máquina perfecta de aplicar los recortes salvajes de una política económica diseñada por los servicios de estudios de los bancos alemanes, a la vez que las calles se pacificaban y el desencanto de sus viejos seguidores les conducía a una inevitable derrota electoral que serviría para devolver el poder a la derecha tradicional griega reagrupada en una versión 2.0 de Nueva Democracia. ¿Una catástrofe anunciada? No del todo. O no para Alexis Tsipras. Porque después de este proceso, ha abandonado el poder sin hipotecas y con un partido fuerte, de estructuras consolidadas, desde el que lidera la oposición y puede plantearse nuevos intentos. Quizá sea esto a lo que se refiere Pablo Iglesias cuando pide paciencia a sus huestes. Y lo mismo le sale bien la jugada. O lo mismo no. Veremos.