Juan Carlos Zapata (ALN).- Venezuela pasó, de pronto, de tener cero casos de coronavirus a montarse en tres días en 17. La sospecha es que o Maduro mantenía en silencio los primeros casos -y sigue manteniendo otros en secreto- o la epidemia se está propagando demasiado rápido. El hecho cierto es que el miedo entre los venezolanos tiene componentes adicionales a los del resto del mundo.
El país sigue en crisis. Y es una crisis sistémica que se profundiza todavía más con la caída de los precios del petróleo. Pero los problemas ya estaban allí. Siguen allí. El coronavirus pondrá a prueba la capacidad de respuesta del régimen. Sobre todo al sistema de salud que ya estaba colapsado. En situación precaria. El régimen de Nicolás Maduro ha procedido a decretar la cuarentena en 7 estados. No tiene otra opción. Si el virus se expande, el sistema de salud no podrá atender el número de pacientes. No hay médicos, buena parte de ellos se fueron y se encuentran en Chile, en Argentina, en los Estados Unidos, en España y en Italia, entre otros países. De los gremios que más protestan, que más han protestado en los últimos meses, el de la salud pública. Por los salarios de hambre. Por el deterioro de la infraestructura de los hospitales. Por la falta de insumos. Porque no hay agua. Porque siguen los cortes de electricidad. Porque no hay camas, y este punto es esencial a la hora de atacar la epidemia, ya que implica recluir los pacientes y habilitar espacios que en la práctica o no existen o se encuentran en pésimas condiciones. Aun así, a pesar de todas estas condiciones y carencias, los médicos y las enfermeras, el personal sanitario en general, siguen trabajando. Este es el principal activo con que se cuenta. Y Maduro tendrá que apelar a ellos y estos responderán por el bien de la población sin echarle en cara que no escuche sus reivindicaciones.
Y qué pasa si llega el coronavirus a Venezuela que se quedó sin políticas de Salud
Decretar la cuarentena es urgente. Otros países tardaron en hacerlo y la demora complicó el cuadro. Fueron también suspendidas las clases. Y los niños y jóvenes se quedarán en los hogares. Pero en Venezuela, recluir a la gente en sus casas tiene costos colaterales. Tiene un impacto directo sobre los servicios públicos ya colapsados. La gente demandará más agua potable que ya llega racionada. Aquí puede presentarse otro problema sanitario adicional. La gente usará en los hogares más artefactos y equipos eléctricos mientras el sistema no está en condiciones de satisfacer la demanda. Los cortes eléctricos son una realidad cotidiana. Este servicio también se va agravar. Justo algunos de los estados en los que se ha decretado la cuarentena inicial, son de los más afectados por los precarios servicios de agua y luz. Si falla la electricidad tampoco hay servicio de agua potable. Tampoco hay luz en los hospitales.
¿Y la comida? A la escasez crónica hay que sumarle la inflación. A la escasez y la inflación hay que sumar el miedo. Las compras nerviosas. Si en países desarrollados como Italia y España y aun en ciudades de Estados Unidos fueron vaciados en días los estantes de los supermercados, ¿qué pasará en Venezuela? Aquellos países pueden reponer inventarios porque las empresas producen, siguen produciendo, cuentan con materias primas, con insumos, con personal y talento, y con apoyo del Estado. No es el caso de Venezuela. La industria trabaja a un 25% de su capacidad. Ni la gran industria ni la pequeña y mediana industria están en condiciones de ofrecer una respuesta rápida si se desatara una ola de compras nerviosas. El régimen anuncia que cuenta con el programa de las cajas de alimentos Claps. Pero estos llegan de forma limitada a un universo también limitado de hogares. Ya de por sí, millones de venezolanos no comen las tres comidas del día y la desnutrición es un problema galopante. Los alimentos que se entregan mediante el programa de los Claps son pobres en proteínas. Se calcula que al menos 2 millones de niños menores de 5 años no tiene qué comer.
La situación de la industria no tiene que ver sólo con alimentos. Sino también con la producción urgente de los insumos médicos. Los que se necesitan para prevenir la propagación del virus: mascarillas, desinfectantes, guantes, alcohol, etc. Tiene que ver con la producción de los insumos de atención en los hospitales. Con los kits para las pruebas. Hasta con las batas y las gorras para proteger al personal sanitario que también se coloca en posición de riesgo. Tiene que ver con los colchones y las sábanas para las camas. Con ventiladores y aires acondicionados. Tiene que ver con las ambulancias. La situación de la industria tiene que ver con divisas, menguadas en las arcas del gobierno de Maduro. Y tiene que ver con un sistema de controles y con un monopolio del poder que favorece a los amigos del régimen.
Nuestro analista Ysrrael Camero adelantaba hace dos semanas que “la emergencia humanitaria compleja que vive Venezuela hace a la mayor parte de su población altamente vulnerable. Pudiendo ser, de hecho, el país más vulnerable de Sudamérica frente a la expansión del Covid-9”. Esto es lo que hace temer aún más a los venezolanos por su suerte. Camero también anotaba un aspecto de relevancia: “El cambio demográfico derivado de la migración masiva de una gran cantidad de jóvenes, provoca el incremento porcentual de los sectores más vulnerables, los ancianos y los niños. Las defensas inmunológicas de la población han sido impactadas por la crisis alimentaria, el hambre ha debilitado la capacidad de respuesta de los venezolanos, lo que incrementa la posibilidad de sufrir la enfermedad”. El diputado José Guerra dijo recientemente en un foro en Madrid que los adultos mayores de 60 años están en peligro de muerte en Venezuela. Es un segmento de la población que se ubica en situación de mayor riesgo tomando en cuenta que son los mayores los más vulnerables ante el ataque del virus.