Oscar Medina (ALN-KonZapata).- No hay un solo ranking negativo en el que la revolución no haya inscrito al país en un sitial de “honor”. La economía más desastrosa, la mayor inflación del planeta, los más asesinos, la escasez de alimentos y medicinas más elevada, la destrucción del aparato productivo más acelerada. Hay gente que habla de “la transición”. Gente inteligente, culta. Gente que acumula méritos profesionales. Personas respetables. Dicen “la transición” como si se tratara de un hecho que ya está ocurriendo o que está pronto a suceder y se han dedicado a hacer propuestas, a esbozar planes, a imaginar cómo es que hay que apoyar ese momento en el que pasaremos -o ya estamos pasando- de una muy mala situación a otra que por gracia del destino y la buena voluntad debería ser mejor.
No hay otra manera de decir esto sin el yo: No veo señales de ese proceso. Lo que asoma en el horizonte será peor. Y si acaso se está gestando algún cambio, será más bien entre los mismos actores que ocupan y se reparten el poder desde que Hugo Chávez llegó al Palacio de Miraflores por la vía de los votos. Desde entonces hemos escuchado una y otra vez un argumento: “Este modelo es insostenible”. Lo han dicho muchos al referirse a la economía nacional. Y otros tantos al analizar el planteamiento político del chavismo.
Y aquí estamos: Chávez tomó posesión en febrero de 1999. ¿Usted ve a sus herederos de salida? Yo no.
El socialismo del siglo XXI nos ha enseñado que todo puede empeorar
En el transcurso de 18 años Venezuela pasó a ser una especie de pequeña “potencia” regional con el dinero y el impulso suficiente para alimentar cambios políticos en Latinoamérica y El Caribe -y hasta un poco más allá- y terminó convertida en lo que es hoy: una ruina difícil de entender, un territorio azotado por el malandraje y la inequidad, una fuerza en retroceso, en caída permanente. Y una fuente inagotable de malas noticias.
Por tercera ocasión consecutiva la nuestra es considerada la economía más “miserable” del mundo. Esa es la proyección que hace la agencia Bloomberg para 2017 en su Índice de Miseria que analiza la inflación y desempleo de 65 países. Y como el gobierno de Nicolás Maduro no presenta datos desde 2015, han tenido que basarse en el aumento del precio de una taza de café para estimar la inflación venezolana en 1.419% desde mediados de agosto hasta ahora. Eso, claro, no toma en cuenta la calidad del café servido: Estaríamos mucho peor.
Sin conocer bien el número maldito, tenemos la certeza de que nos golpea la inflación más elevada del mundo. La Asamblea Nacional, ante el silencio del Banco Central, decidió hacer su cálculo propio: El índice de los diputados apunta que el año pasado cerró con 550% y ya proyecta 679,73% para el cierre de 2017. Otros estimados para el año que terminó señalan 700%, 800% y más de 1.000%. Hasta el ministro de Comercio Exterior, Jesús Faría, admitió hace poco lo que ya en 2015 advertía el FMI: Sí, tenemos la inflación más alta del planeta.
Cifras de un país en guerra
En los centros hospitalarios ocurren muertes absurdas / Wikipedia
En noviembre, el economista Asdrúbal Oliveros nos inscribía en otro libro de récords: “El peor desempeño”. Y presentó argumentos: “Vamos a tener una contracción que calculamos en 11%, con una inflación cercana al 500%, una caída de 45% en las importaciones, una contracción de casi el 12% en el consumo privado. Es decir, por cualquier indicador que mires tienes una situación muy precaria. En los tres años de gobierno del presidente Nicolás Maduro la economía venezolana se ha contraído casi 25%, el PIB per cápita en dólares ha caído 57%. Tenemos 12 trimestres consecutivos cayendo. Son números de un país que pareciera en guerra o que haya pasado un desastre natural”.
Ni guerra ni desastre natural: Esto se llama chavismo. Datos del Instituto Nacional de Estadística reflejan que en 2015 cerraron 58 mil empresas. En 2014 la economista Anabella Abadí declaró a la revista Dinero que entre 2001 y junio de ese año cesaron sus operaciones 200 mil empleadores, con lo cual se habría perdido cerca de un millón de trabajos formales. En junio pasado la Unión Empresarial del Comercio y los Servicios del estado Zulia alertó que en menos de un año 101.282 empresas cerraron sus puertas, generando la pérdida de más de 800.000 empleos directos e indirectos. En mayo el presidente de Conindustria, Juan Pablo Olalquiaga, informó que solo existen 4.000 empresas activas pero operando en apenas 45% de su capacidad instalada. Cualquiera de esos datos es una catástrofe en sí misma.
No hay un ranking negativo en el que Venezuela no ocupe un lugar estelar. Algunos podríamos inventarlos. Con un desabastecimiento de medicinas de 85% -de acuerdo a la Federación Farmacéutica Venezolana– y con una escasez de alimentos en torno a 80%, la revolución ha fijado una marca difícil de superar y que tiene su trágica expresión diaria en el pavoroso espectáculo de familias buscando restos de comida entre la basura, y en las muertes absurdas que ocurren en los centros hospitalarios a lo largo del mapa nacional. También se puede sentir en el miedo: el de los enfermos de cáncer, el de las personas con VIH, el de los pacientes con trasplantes. En el miedo de todos a enfermar.
Chávez tomó posesión en febrero de 1999. ¿Usted ve a sus herederos de salida?
El Informe Nacional 2016 del Observatorio Venezolano de la Violencia estima una tasa de 91,8 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Otro puesto de “honor” en una lista global: el segundo entre los países con mayor cantidad de homicidios. En 2015 la tasa fue de 90 por cada 100.000. Es decir, cada vez somos menos, cada vez nos matamos más. Entre los asesinados en 2016 hay 414 policías y militares, la mayor cantidad de funcionarios víctimas en los últimos cinco años.
El único “logro” mundial de Venezuela que pudiera forzar a una sonrisa es el de contar con el “orgullo” de tener en casa al más inepto esquiador en nieve de la historia. Pero ese cuento, con ribetes de picaresca, también es vergonzoso. El socialismo del siglo XXI nos ha convertido en una desgracia con bandera. Lo insostenible se sostiene solo para continuar destruyendo, para consumirse hasta la ruina. Esa es la transición que experimenta el país. Ese es el gran logro de la revolución y en particular de la gestión de Maduro: demostrar que todo puede ser peor.