Sergio Dahbar (ALN).- Periodista controversial en Estados Unidos, Janet Malcolm, que 27 años atrás escribió ‘El periodista y el asesino’, cuenta la relación caprichosa con una fotografía desconocida.
Esta historia comienza en la casa neoyorkina de unos intelectuales acomodados, que estuvieron relacionados con la mítica revistaThe New Yorker. Ella se llama Janet Malcolm, nació en Praga, como Jana Wienerova, y emigró con su familia a Estados Unidos en 1939. Heredó de su padre, el psiquiatra Josef Wiener, la sensibilidad por los curiosos vericuetos de la mente humana. En los años 60, cuando se convirtió en redactora de planta de The New Yorker, conoció a su primer esposo, un escritor que publicaba reseñas de libros, Donald Malcolm. Es autora de uno de los libros más celebrados y controversiales de los años 90: El periodista y el asesino, sobre la ética en el oficio de relacionarse con las fuentes.
Ya en los años 70, divorciada, Malcolm entabló una relación muy cercana con un editor de la revista, Gardner Botsford, que había enviudado. Se conocieron en la mesa de edición, mientras este hombre de alcurnia, alto y delgado, de maneras suaves y muy respetuoso del trabajo creativo de los periodistas, colaboró para mejorar sus trabajos. Botsford fue una de las instituciones del periodismo estadounidense del siglo XX. Peleó en la Segunda Guerra Mundial, y aunque tenía todas las posibilidades de conseguir trabajo en la revista que financiaba su familia, supo construirse primero una carrera en otros medios antes de recalar enThe New Yorker.
Por años Malcolm vio en la mesa de trabajo del estudio de Gardner Botsford una foto que pensaba que era de unos amigos del pasado. Cierto día Malcolm se animó a consultar quiénes eran los personajes de esa foto. Su esposo le explicó que no sabía. De ese curioso azar nació uno de los más recientes trabajos de Malcolm en The New York Review of Books, de donde proviene esta historia, publicada el pasado 19 de julio de 2018.
Por años Malcolm vio en la mesa de trabajo del estudio de Gardner Botsford una foto que pensaba que era de unos amigos del pasado
“Había tomado la fotografía de una pila de papeles. Saltó hacia él como un ejemplo de una instantánea extraordinariamente terrible, una que tenía todo el ‘problema’. La pareja estaba de espaldas a la cámara; la cancha de tenis mostraba algunas líneas blancas; había arbustos y árboles indiferenciados que bordeaban un lado del asfalto. Eso fue todo. Vi lo que mi esposo vio y me reí con él. No había ninguna razón para la existencia de esta imagen. Mantenerla fue un maravilloso ejercicio del absurdo cotidiano”.
En los años 80 Janet Malcolm comenzó a trabajar en un nuevo libro, que se llamaría Diana y Nikon, colección de ensayos sobre fotografía que había publicado en la revista The New Yorker. Le interesaba indagar en la instantánea casera como un nuevo tipo de fotografía de vanguardia. En el libro trabajaba piezas de artistas reconocidos, como Robert Frank, Gary Winogrand, Emmet Gowin, Lee Friedlander, Joel Meyerowitz y Nancy Rexroth, representantes de una escuela que ella denominaba “ingenua’’.
En Diana y Nikon, Malcolm reproduce imágenes de un libro que había publicado la revista Aperture, The Snapshot, donde celebraba este camino del arte fotográfico. También incluye una imagen que nadie conoce, la que se encuentra en el escritorio de su esposo, y que ella -en un juego privado- publicó como una pieza de Gardner Botsford, ‘Sin título, 1971’. Por una extraña pulsión, había cometido una travesura que no podía explicar. Había lanzado una botella al mar, y como tantas arrojadas a diario podía pasar desapercibida.
Aquí nacen preguntas que tampoco tienen respuestas. ¿Puede una editorial como David Godine, especializada en libros de fotografía muy serios, dejar pasar ese elefante por el ojo de semejante alfiler? ¿O -en la teoría de las conspiraciones todo es posible- habían decidido ser cómplices de una mueca que les parecía justicia poética? Quién sabe. Habría que ver.
Un acto de justicia
El libro apareció y curiosamente nadie hizo un comentario sobre esta foto, acompañada por la crema y la nata de la fotografía contemporánea de Estados Unidos. Ni un solo redactor de la revista Aperture levantó la mano para preguntar.
Hubo un crítico enfurecido con el libro. Y curiosamente escogió la imagen atribuida a Gardner Botsford para llamar la atención de la miopía de la autora, que no era capaz de separar las aguas de una obra de arte de fotos que no podían llegar más allá de una ingenuidad cotidiana sin vuelo.
Janet Malcolm espera con ansia el día en que esta imagen del escritorio asuma un lugar privilegiado en una importante colección
“El destino puede ser cruel con las mínimas distracciones”, escribió Jorge Luis Borges. Y eso se aplica también en este caso. Cuatro años más tarde, un coleccionista llamado Graham King publicó un ensayo crítico sobre las instantáneas llamado Say Cheese. Incluyó la obra adjudicada por Janet Malcolm a Gardner Botsford.
Se encuentra en el capítulo “Instantánea Chic: Cómo la fotografía contemporánea atrapó la instantánea”. La publicó para referir el complejo y nunca bien analizado problema de observar imágenes instantáneas. ¿Son reales o falsas? ¿Son producto de un aficionado o forman parte del portafolio de un profesional? King le pregunta al lector si es capaz de adivinar cuál es cuál. Y ubica las respuestas en la página 212.
Siempre al final los libros esconden la posibilidad de sorprendernos. En la página 212 el editor indica que tres de las imágenes son instantáneas anónimas. Las otras -tomadas por William Eggleston, Joel Meyerowitz, Tod Papageorge y Gardner Botsford– son “estudios profesionales que están en colecciones importantes o que han sido publicadas”.
Janet Malcolm no ha hecho otra cosa que reír en silencio. Como ella reconoce en esta magnífica nota de The New York Review of Books, espera con ansia el día en que esta imagen del escritorio asuma un lugar privilegiado en una importante colección. Todo un acto de justicia para una obra de arte que estaba perdida en el olvido de un escritorio y que fue rescatada por el ánimo jocoso de una intelectual que quería divertirse un rato. Esas cosas ocurren cuando la gente pierde el tiempo. Como sucede habitualmente en las películas de los hermanos Joel y Ethan Coen.