Pedro Benítez (ALN).- Cómo sobrevivió Nicolás Maduro en el ejercicio del poder en Venezuela en el 2017 tiene dos respuestas posibles. Una compleja y otra sencilla. La compleja: la red de intereses políticos, militares, económicos y geopolíticos que heredó de Hugo Chávez. La sencilla tiene nombre y apellido: el general Vladimir Padrino López.
Acosado por la triple presión de una crisis económica brutal, cuatro meses continuos de protestas callejeras y un creciente aislamiento diplomático, la sobrevivencia del presidente Nicolás Maduro en el ejercicio del poder en Venezuela durante el 2017 no tiene precedentes en la historia moderna de América Latina. A lo anterior agréguese el revelador hecho de que él no es un líder carismático como lo fueron Fidel Castro y Hugo Chávez. ¿Cómo ha sobrevivido?
Una primera posible respuesta a esta pregunta reside en los factores e intereses que su predecesor construyó para garantizarse la permanencia de por vida en el poder. Pero resultó ser que la vida de Chávez no fue tan larga como él esperaba y esa red de intereses pasó a manos de Maduro.
Esa red incluye las cabezas de instituciones públicas como el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y el Consejo Nacional Electoral (CNE), gobernadores de estado, alcaldes de municipios, dirigentes y activistas del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), hombres de negocios conectados al Estado venezolano por medio de la distribución de dólares preferenciales para importaciones, para acceder a distintas maniobras financieras o a las asignaciones de contratos sin licitación.
Maduro no ejerce el poder omnímodo y único sino que está a la cabeza de una coalición de poder interesada en que él siga arriba
A todo lo anterior hay que agregar el decisivo apoyo de los militares, a los que Chávez hizo parte de su proyecto político y les dio como nunca antes en la reciente historia venezolana acceso al poder y al dinero.
Con el pretexto de servir de guardianes de la “revolución” los jerarcas militares manejan un banco (el de las Fuerzas Armadas), empresas de construcción, organismos encargados de fiscalizar precios; oficiales activos y retirados figuran en los ministerios de Finanzas, Alimentación, Industria, Energía Eléctrica, y en el Órgano Superior de la Economía. Además son recompensados con postulaciones a cargos de elección popular, como en las gobernaciones de estado.
Venezuela es hoy como lo que se decía de Prusia en el siglo XIX: “No un país con un ejército, sino un ejército que tiene a un país”.
Es una situación curiosa porque los civiles que están a la cabeza del Gobierno, como Maduro, o ministros muy cercanos a él como Jorge Rodríguez y Elías Jaua, vienen de una tradición de extrema izquierda muy antimilitarista. Chávez hizo coincidir a los dos grupos, aunque las tensiones entre ambos siempre existieron.
A todos los unen dos cosas: Primero, la convicción de que si cae Maduro, caen todos. La perspectiva de que la oposición llegue al Palacio presidencial de Miraflores los haría sujetos de investigaciones criminales por delitos cometidos. De hecho las sanciones estadounidenses y europeas apuntan en ese sentido.
Segundo, perder el acceso privilegiado a la renta petrolera. Esto último es clave, porque para entender a Venezuela hay que comprender que es un petro-Estado, donde, al revés de lo que ocurre en la mayoría de los países, donde los Estados viven de los impuestos que le cobran a la sociedad, en este caso la sociedad vive del Estado que controla el ingreso petrolero. Esto cambia drásticamente la relación de interna poder.
A lo anterior hay que sumar los interés foráneos como Cuba, Rusia, China, aliados latinoamericanos en el ALBA y la OEA, o conexiones con las FARC en Colombia y el extremismo islámico. Todos interesados en preservar (a veces por distintos motivos) el régimen chavista con Maduro a la cabeza.
De modo que Maduro no ejerce el poder omnímodo y único (en realidad ninguna autocracia funciona así) sino que está a la cabeza de una coalición de poder interesada en que él siga arriba.
La insensibilidad del déspota
La tremenda crisis venezolana de los últimos cuatro años y en particular el explosivo 2017 han puesto en tensión esa coalición, pero la habilidad de Maduro ha consistido en mantenerla cohesionada. En eso la oposición lo ha ayudado indirectamente al ser incapaz de construir puentes con el otro país. La deserción de la fiscal Luisa Ortega Díaz del grupo gobernante sólo ha sido una excepción a la norma.
Para conseguir mantener la cohesión de su grupo, desmontar la Asamblea Nacional (AN) de mayoría opositora y resistir el desafío de esta en la calle desde abril pasado, concibió la “elección” de su Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
Previamente se valió de su control sobre el TSJ para bloquear a la AN y del aparato represivo de la Guardia Nacional (GNB), que es un componente de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), así como de la policía política (SEBIN).
Maduro siguió en su estrategia básica de resistir y aguantar, confiando en el apoyo clave de la institución militar. Al final del día su poder y la debilidad de la oposición residen allí
Paralelamente el Gobierno ha montado la denominada Operación para la Liberación del Pueblo (OLP), operativos policiales que con el pretexto de combatir la delincuencia han entrado en las barriadas más pobres dejando un rastro de serias denuncias por violaciones a los derechos humanos. A esto se sumaron las acciones de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) vendiendo bolsas de comida subsidiadas, que en medio de la carestía generalizada ha resultado ser instrumentos políticos muy efectivos.
Sin embargo, no todo ha sido represión y reparto. También mediante la oferta del diálogo despertó en la oposición la perspectiva de comenzar a construir acuerdos que facilitaran una transición política. Pero ha resultado ser una quimera. Maduro siguió en su estrategia básica de resistir y aguantar, confiando en el apoyo clave de la institución militar.
Al final del día su poder y la debilidad de la oposición residen allí. En ese terreno un personaje ha sido clave: el general Vladimir Padrino López. Con el doble cargo de ministro de la Defensa y Comandante Estratégico Operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (CEOFANB), ha sido el jefe militar con más poder en años.
Su apoyo a Maduro ha sido fundamental en estos meses, sobre todo tomando en cuenta que también dentro de la institución militar ha habido tensiones y divisiones por cuestiones disciplinarias y políticas que Padrino, con su reputación de conciliador y moderado, ha podido sortear, y pese a que no tiene una biografía chavista.
Dentro del bloque de poder chavista-madurista los militares se han convertido en los accionistas mayoritarios, que no obstante no desean aparecer como los tradicionales golpistas derrocando a un presidente que hasta hace poco era considerado legítimo por su origen. Este es el argumento básico de Padrino. Además, muchos de ellos se han hecho parte de las insólitas tramas de corrupción que caracterizan al chavismo. Su opción más cómoda es sostener a Nicolás Maduro hasta el fin de su periodo presidencial.
Finalmente hay otro factor: el propio Maduro. Ha demostrado la insensibilidad, el desprecio por la vida de los demás y la determinación necesarios en el déspota que quiera conservar el poder a toda costa.