Rafael Alba (ALN).- Los servicios on line de apoyo a la música autoeditada ya controlan 2,7% del mercado mundial. Las plataformas de streaming consolidan el avance imparable de Universal, Warner y Sony, que poseen una cuota conjunta de 70,56% de los ingresos totales.
Ya es oficial. Como les hemos venido contando aquí puntualmente, 2017 fue un ejercicio magnífico para la industria de la música global. Y lo que hasta hace poco eran simples intuiciones basadas en las observación o análisis triunfalistas de los analistas de los bancos de inversión de Wall Street es desde hace unos días una realidad objetiva, gracias a las cifras hechas públicas por la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI, por sus siglas en inglés), la gran patronal mundial de las discográficas con sede en Suiza, que representa a unas 1.300 disqueras repartidas en 59 países. Según sus datos, el pasado año los ingresos obtenidos por los asociados en todo el mundo sumaron 17.300 millones de dólares (14.186,6 millones de euros). Una cifra que no se recordaba desde hace más de una década y que supone un incremento de 8,1% sobre el guarismo registrado en 2016, un año que tampoco fue malo, ni mucho menos, y el que se pusieron probablemente las bases del éxito del que los profesionales del sector pueden empezar a disfrutar ahora.
La publicación de estos maravillosos números ha puesto en marcha inevitablemente al ejército habitual de fabricantes de panegíricos. Esa brigada bien colocada en los grandes medios de comunicación, cuyo impagable trabajo sirve para constatar una vez más las habituales verdades. Ya saben. Aquella de que el streaming -las benditas plataformas como Spotify, Apple Music, Deezer o Pandora- ha revitalizado un negocio decreciente. También esa otra que, a la par que constata una y otra vez el declive de las ventas de formatos físicos, pone el foco sobre el aumento constante y sostenido de la comercialización de vinilos en todo el mundo, y se alegra del aumento de la oferta global y de las presuntas posibilidades de elección libre que tiene ahora el consumidor mundial de estos productos. Ese comprador superpoderoso que siempre tiene razón y que se habría convertido en el rey del mundo gracias a la tecnología. Ahora, por fin, el cliente sí tiene siempre razón porque un internauta de, digamos, Burkina Faso, puede enamorarse de los temas de un grupo de sevillanas desconocido y pulsar una y otra vez sus vídeos de YouTube. Lo malo es que ese bello y utópico mundo que nos pintan los voceros de la industria tal vez no exista, en realidad. Y lo que sí exista sea algo así como una horrible distopía. Porque a lo mejor los números tiene truco. O por lo menos, hay otros análisis posibles que parten de la misma cifra y que no resultan tan agradables.
Universal confirmó el liderazgo mundial
No quiero aguarles la fiesta pero sí ofrecerles algún punto de vista alternativo. Por ejemplo, el que nos da Tim Ingham en su columna de la publicación especializada Music Business Worldwide. Con paciencia de amanuense -gracias, compañero- este articulista de colmillo retorcido ha recolectado los datos correspondientes a las cifras de ingresos de las tres grandes multinacionales del sector en el pasado ejercicio. Según su recopilación, en 2017, Universal confirmó de nuevo su liderazgo como número uno mundial del sector por ingresos con un total de 5.150 millones de dólares (4.238,77 millones de euros), cantidad que le otorga una cuota global de 29,78%. El segundo lugar fue para Sony con 3.850 millones de dólares (3.168,79 millones de euros) y 22,27% del mercado. Y la medalla de bronce fue para Warner con 3.130 millones de dólares (2.576,18 millones de euros) y 18,08% del mercado. Lo impresionante es que entre las tres suman 12.130 millones de dólares de ingresos (9.983,73 millones de euros), lo que les concede una posición de claro dominio en un mercado que mantienen bajo control con una cuota conjunta de 70,56%.
Las discográficas independientes, grandes pequeñas y medianas, se quedan con el resto. Unos ingresos de 5.170 millones de dólares (4.255,23 millones de euros) y una cuota del 29,88% que tienen que repartirse cerca de 1.297 compañías, con lo que, más o menos, cada una conseguiría 3,98 millones de dólares (3,27 millones de euros). Una cifra muy magra que sólo supone 0,1% de los ingresos promedio de las tres grandes. Pero que también es equívoca, por supuesto. Al fin y al cabo, en este totum revolutum de compañías independientes hay de todo. Sellos que cuelgan de la estructura de las propias majors, aspirantes a imperios del futuro como XL, la disquera de Adele, y pequeñísimas agrupaciones de aficionados que se reúnen para poner en el mercado 100 copias de un viejo LP descatalogado en los años 50 del siglo XX. Esos trabajos remotos de músicos exquisitos que nunca llegaron a ser conocidos por casi nadie. Un magma muy poco homogéneo, cuyos componentes buscan fórmulas para agruparse en defensa de sus intereses con asociaciones a la altura de la globalización como el lobby Merlin, a través de las cuales pueden negociar acuerdos conjuntos con las omnipresentes plataformas de streaming. Una fuerza emergente que ahora maneja Charles Caldas, el consejero delegado, y preside Dave Hansen, el responsable de Epitaph, el sello especializado en punk, hardcore y metal moderno que fundó en 1980 Brett Gurewitt para publicar los primeros álbumes de Bad Religion, su propia banda.
Desigualdad y falta de oportunidades
Es decir que, como prueban de forma contundente los números anteriormente citados, la salida de la crisis de modelo de negocio e identidad en la que el impacto de las nuevas tecnologías sumergió a internet ha provocado, como en casi todos los sectores y estructuras sociales, un claro aumento de las desigualdades y una disminución de las oportunidades para que los nuevos estilos, la innovación y las músicas de vanguardia que pueden, y deben, definir el futuro, encuentren su sitio. Sin embargo, a pesar de la oscuridad de ese panorama, conviene señalar también la existencia de algunos puntos de luz. Pequeños focos de resistencia que invitan a pensar en un futuro muy distinto para la música de aquel al que parecemos estar abocados, en el que el pop adocenado, los algoritmos, y la repetición de los patrones de éxito van a ser la tónica dominante. O incluso la única. Son reinos mínimos si se quiere, pero cuya simple existencia es un detalle para la celebración. Nos referimos, claro, al pequeño hueco que han conseguido los artistas autoeditados gracias a empresas intermediarias que, por una módica tarifa, colocan sus álbumes digitales en las plataformas de streaming.
Pues bien, esta aldea gala, si son lectores de Astérix ya saben a lo que me refiero, empieza a tener un aspecto de núcleo urbano respetable gracias al aumento de tamaño que ha adquirido en los últimos tiempos. En concreto, en 2017 estos artistas autoeditados habrían conseguido una cuota de 2,7% del mercado global, según los datos de un informe reciente de la consultora Midia, realizado por Mark Mulligan, uno de los analistas más respetados del sector. Ese guarismo sería el resultado de sumar los ingresos declarados por Tunecore, CD Baby y Bandcamp, las tres grandes intermediarias digitales del sector que han sumado 472 millones de dólares (388,48 millones de euros) en 2017. La cifra, además, va en aumento, según parece, porque muchos artistas consagrados optan ya por la autoedición y la autogestión de sus derechos digitales. Aunque también las tres grandes majors intentan defenderse en este terreno y ofrecen sus servicios externos a los sellos creados por las estrellas que buscan conseguir tanto la independencia creativa como la máxima rentabilidad financiera a través de sus entramados empresariales propios.
Y hay algo más. Tal vez no convenga demasiado creerse aquello de que los formatos físicos avanzan imparables hacia la desaparición. Puede que no sea cierto. O no del todo. Aunque es verdad que las cifras de ventas bajan cada año, también lo es que la proporción de estos guarismos totales marca una clara desventaja de las tres grandes en este terreno. Y eso siempre son buenas noticias. Las cifras globales de la IFPI correspondientes a 2017 sitúan los ingresos de venta de los formatos físicos en un total de 5.200 millones de dólares (4.279,9 millones de euros) de los que Universal, Sony y Warner se han llevado sólo 3.140 millones de dólares (2.584,4 millones de euros) y las independientes 2.060 millones (1.695,5 millones de euros). En este terreno el dominio de las majors es menor, porque la cuota de las independientes llega hasta 39,62%, y ha subido levemente desde el 39,45% de 2016. Una realidad sobre la que los especialistas realizan dos análisis complementarios. Cada vez es más cierto que los discos o los cds son una pieza del merchandising que los músicos venden en directo, como las camisetas o los llaveros y, por lo tanto, son los artistas que más actúan en vivo y con unas bases de fans más potentes y movilizadas quienes más unidades consiguen colocar. Porque los álbumes ya no se venden en los grandes almacenes, en los que los expositores dedicados a este tipo de mercancías ocupan cada vez menos espacio.
Pero eso no significa que las tiendas especializadas hayan desaparecido. En absoluto. El verdadero aficionado, el auténtico melómano, aún compra cds y vinilos. Y se abastece de productos de lujo creados para él, como las cajas con colecciones completas de las obras de artistas determinados o hasta las nuevas ediciones de discos míticos que marcaron época. Recopilaciones exhaustivas en las que se incluyen las tomas falsas, las canciones desechadas y las versiones que no llegaron a publicarse en su momento, para que los coleccionistas y los estudiosos puedan tener una panorámica completa del proceso creativo de sus ídolos. Así que ya lo ven, amigos, las cosas están mal, pero no tanto como parece. Y pueden mejorar. Sobre todo si a la hora de escuchar música se olvidan de las sugerencias adocenadas de las plataformas tecnológicas y se deciden a buscar propuestas innovadoras y de calidad para nutrir los audífonos que conectan a los smartphones cuando se deciden a escuchar música. O mejor aún. Anímense y recuperen la buena costumbre de asistir periódicamente a los pequeños clubes de su ciudad en los que aún se programa música en directo. Mejor eludan las bandas de versiones, más que nada porque en este siglo, y en este mismo momento, también se escriben canciones fantásticas. Y para descubrirlas lo único que necesitan es olvidar de vez en cuando las suscripciones de HBO y Netflix y aventurarse en la noche. La magia les espera en los bares con música en directo.