Nelson Rivera (ALN).- Esta y otras preguntas se las hace el historiador inglés Richard John Evans en el libro ‘Contrafactuales. ¿Y si todo hubiese sido diferente?’. ‘Contrafactuales’ son las versiones alternativas a los hechos realmente ocurridos. Son las preguntas que nos hacemos, y las especulaciones asociadas, sobre qué habría pasado si las cosas hubiesen sido distintas. Ninguna de las especulaciones de carácter histórico ha tenido tantos seguidores como la cuestión de qué habría pasado si el ejército nazi hubiese sido capaz de vencer a los aliados.
La palabra contrafactual no está en el diccionario de la Real Academia de España. Y ello, a pesar de que son numerosas las ciencias -la historia, la física, la estadística, la economía, la cosmología y otras- que usan lo contrafáctico para el desarrollo de hipótesis y argumentos. También lo contrafáctico es una corriente en el vasto mundo de la ficción narrativa y cinematográfica.
Contrafactuales son las versiones alternativas a los hechos realmente ocurridos. Son las preguntas que nos hacemos y las especulaciones asociadas, sobre qué habría pasado si las cosas hubiesen sido distintas. Mientras lo plausible define aquello que ocurre normalmente, lo contrafactual es lo que no ocurrió, pero que interroga como una posibilidad.
Los ejercicios contrafactuales sirven para mitificar o desmitificar a algunos héroes. Una de las señas del género es que siempre se basa en las personas, nunca en los procesos históricos
Por ejemplo, cuál habría sido el rumbo del mundo si Adolf Hitler hubiese vencido en la Segunda Guerra Mundial. O cuál habría sido el desenvolvimiento de la economía mundial si los precios del petróleo no se hubiesen disparado en 1973. O cuál habría sido el destino de Inglaterra si Felipe II hubiese logrado invadirla en 1588 y, en consecuencia, destronar a Isabel I.
Contrafactuales. ¿Y si todo hubiese sido diferente?, publicado originalmente en 2014, acaba de ser editado en español (Turner Publicaciones, traducción de Guillem Usandizaga, España, 2018). Su autor es el historiador inglés Richard John Evans, decano de la Facultad de Historia de la Universidad de Cambridge, reconocido con el título de Profesor Regio en Historia Moderna, especialmente por sus tres volúmenes dedicados a la Historia del Tercer Reich.
Casi un género de la historia
Luego de leer las 180 páginas del volumen, resulta evidente que la historia contrafactual es y ha sido una especie de género que se remonta a Tito Livio, que vivió entre el 59 a.C. y el 17 d.C. Hasta donde se sabe, Tito Livio fue el primer historiador que hizo historia factual: imaginó y escribió qué hubiese pasado en el mundo si Alejandro Magno, en vez de haber movilizado a sus tropas hacia el este de Grecia, lo hubiese hecho hacia el oeste.
Desde entonces, hasta un carismático historiador de nuestro tiempo como Niall Ferguson, autor de títulos como Coloso. Auge y decadencia del Imperio Americano (2005), El triunfo del dinero (2009) y Civilización (2012), es posible seguir una corriente que ha persistido en el tiempo. En 1997, Ferguson fue editor de una importante colección de ensayos titulada Historia virtual: alternativa y contrafactuales, en la que participaron importantes historiadores, principalmente británicos y norteamericanos.
En los tiempos modernos, un hito fue producido por Louis Geoffroy, quien publicó en 1836 Napoleón y la conquista del mundo: allí el emperador derrota al zar Alejandro I y ocupa Suecia. Otro francés, el filósofo Charles Renouvier, denominó a este tipo de ejercicios como ucronía, es decir, “utopía del pasado”. En 1932, sir John Collins Squire (el admirable editor de la revista literaria London Mercury) recopiló una colección de ensayos bajo el obvio título de Si hubiese sido distinto. Ese volumen es un clásico de lo contrafactual. En él, por ejemplo, Harold Nicolson convirtió a Lord Byron en rey de Grecia; Ronald Knox mostró una Inglaterra en ruinas, si los sindicatos hubiesen triunfado en la huelga de 1926; el genio de G. K. Chesterton se desplegó en lo que llamó “una pequeña fantasía literaria”, que surcaba las aguas de la posible boda entre Juan de Austria y María de Escocia. Uno de los autores de ese volumen fue Winston Churchill, quien escenificó la unión de los pueblos anglosajones, si el general Robert E. Lee hubiese ganado la batalla de Gettysburg.
Entre las muchas referencias sorprendentes que contiene el libro de Evans, está nada menos que la del erudito historiador inglés Arnold Toynbee, autor del monumental Estudio de la historia, en el que incluyó varias especulaciones sobre si ciertos hechos hubiesen sido distintos. Si hasta Toynbee se interesó en ejercitar lo contrafactual, entonces es necesario preguntarse por la utilidad de esa práctica.
La utilidad de lo contrafactual
La primera función que se reconoce a lo contrafactual es las posibilidades que abre a la ficción y al entretenimiento. La película Lo que el viento se llevó, o la novela de Philip Roth La conjura de América, son ejemplos de cómo la narración realizada a partir de hechos reales, pero modificados a partir de cierto momento, pueden producir obras magistrales. Hay que señalar que, salvo excepciones, la historia contrafactual ha sido una especialidad angloamericana. La inmensa mayoría de sus cultores contemporáneos han sido ingleses y norteamericanos.
En lo contrafactual, a menudo aparece un juego de alto contraste: lo pequeño como artífice de lo muy grande. El ejemplo canónico está contenido en la reflexión de Blaise Pascal, cuando se preguntó qué habría pasado si Cleopatra hubiese tenido una nariz más pequeña, y no hubiese sido una mujer tan hermosa.
Especularé: hacia finales de 1944 la Wehrmacht habría virado hacia el este, de regreso al territorio de la Unión Soviética, y habría sido allí donde se habría concentrado la lucha
Lo contrafactual, en primer lugar, expresa deseos y también temores. Evans no titubea en afirmar que la temática contrafactual más repetida es la de Adolf Hitler: qué hubiese pasado si hubiese triunfado. La pregunta, que ha sido objeto de centenares de piezas de ficción, revela el gusto de cierto público por los mundos apocalípticos.
Los ejercicios contrafactuales sirven para mitificar o desmitificar a algunos héroes. Una de las señas del género es que siempre se basa en las personas, nunca en los procesos históricos. Además de servir para contrastar lo real con lo ideal, la historia contrafactual ha sido usada como argumento en contra del determinismo. También para advertir que las cosas han podido ser peor de lo que hemos experimentado: la escenificación de lo peor opera como consuelo.
Puesto que se trata de especulaciones, que encuentran muchas dificultades para proyectarse más allá de lo inmediato, el formato más frecuente de la historia contrafactual es el ensayo breve. Evans nos recuerda que los autores que han escrito sobre el tema advierten: el que sean especulaciones no equivale a que carezcan de límites. La especulación debe actuar dentro de lo plausible, y debe cuidarse del papel que se asigna al azar. El relato alternativo está obligado a mantener la lógica de la época, evitar los anacronismos.
Niall Ferguson ha dicho que el principal riesgo es que lo especulado responda a los deseos del historiador y no al marco histórico en el que se produjeron los hechos. Lo contrafactual opera como una herramienta contra la historia narrada como inevitabilidad, o contra aquella que pone más peso en los procesos sociales que en los individuos. La posibilidad de especular agrega riqueza a la perspectiva con que se revisan los hechos. También, y esto es fundamental, hace posible reivindicar el azar, que confronta a la historia que pretende explicarlo todo. Justo por eso, el relato contrafactual no es del gusto de historiadores marxistas e izquierdistas, porque burla al determinismo.
En términos de la retórica, el relato contrafactual sirve para reivindicar lo logrado: es el modo de decirle a un grupo de personas o a toda la sociedad: ha podido ser peor. Constituye un recurso para satirizar lo real, y contribuye a iluminar los hechos ciertos, por efecto de la comparación con lo imaginado. Por lo general, el relato contrafactual se ocupa de temas militares, políticos y económicos. Por lo tanto, además de reconocer que se trata de una herramienta del pensamiento, la conclusión de Evans es que es la utilidad de lo contrafactual es limitada. El libro cierra con una cita de Walther Rathenau, que creo prudente copiar aquí: “La historia no se conjuga en condicional, habla de lo que es y de lo que fue, no de lo que podría ser ni de lo que pudo haber sido”.
Hitler y la Segunda Guerra Mundial
Ninguna de las especulaciones de carácter histórico ha tenido tantos seguidores como la cuestión de qué habría pasado si el ejército nazi hubiese sido capaz de vencer a los aliados.
Si me lo preguntaran, especularé: hacia finales de 1944 la Wehrmacht habría virado hacia el este, de regreso al territorio de la Unión Soviética, y habría sido allí donde, por años, se habría concentrado la lucha, que habría producido una mortandad todavía más grande. Hitler habría invertido todas sus energías militares en vengarse de Josef Stalin.
La Segunda Guerra Mundial no hubiese terminado en 1945, sino que se habría prolongado por muchos años más. Quién sabe si hasta nuestro días
Estados Unidos, Inglaterra y Francia se hubiesen replegado para fortalecer a sus respectivos países. Hitler hubiese invadido a Italia, para hacerle pagar su traición, y habría convertido ese país en un inmenso enclave agrícola e industrial. Los países de Europa Central y Europa Oriental se hubiesen doblegado al Tercer Reich (de un modo semejante al modo en que fueron ocupados por el estalinismo durante varias décadas).
De forma simultánea, también a partir de 1944, Hitler habría realizado dos alianzas: una, con los musulmanes en el Medio Oriente, para alcanzar el objetivo de la erradicación total de los judíos en el mundo. Con Japón, en Asia, para imponer un poder de carácter fascista a China, Corea y al resto de los países de la región. Dominada Rusia y esclavizados millones de sus ciudadanos, Hitler hubiese tenido que enviar tropas para contribuir a la dominación del inmenso territorio chino. Pero estas alianzas difícilmente habrían sido duraderas. Tarde o temprano se habrían roto. Esto quiere decir: la Segunda Guerra Mundial no hubiese terminado en 1945, sino que se habría prolongado por muchos años más. Quién sabe si hasta nuestro días.