Reinaldo Iturbe (ALN).- La estrategia de preferencia deja de ser una opción en el tablero, cuando no hay resultados palpables y conviene reorganizar las piezas para enfocarlas hacia el objetivo utilizando las herramientas disponibles.
Los cimientos de la oposición venezolana han crujido violentamente en las últimas semanas, tras 20 meses de un mantra (estrategia de preferencia) que tenía como objetivo primario el cese de la usurpación. Desalojado Nicolás Maduro del poder, un gobierno de transición reorganizaría las bases institucionales para, finalmente, convocar a elecciones libres que sepultarían al chavismo gobernante.
Cuando Juan Guaidó decide juramentarse como presidente interino el 23 de enero de 2019, algunos dirigentes de los partidos dominantes de la coalición opositora ya discutían internamente la imprudencia de la jura. Y lo discutían porque el plan debatido y concertado no era ese, señalaron a ALnavío fuentes tanto de Primero Justicia como de Voluntad Popular.
Pero lo hecho estaba hecho. No había posibilidad de retorno. Y menos con un mantra prometido. La militancia opositora tiende a aferrarse a los mantras, básicamente porque su dirigencia tampoco ha sabido direccionar el discurso orientándose a la rectificación.
El resto ya es historia conocida. Embarcarse en la estrategia de preferencia de “primero el cese de la usurpación” condujo a que los eventos del 23 de febrero y el 30 de abril, hayan sido tildados por historiadores, políticos y analistas en Venezuela como “fracasos estrepitosos”.
Ya era tarde. Pero no lo suficientemente tarde, pues Guaidó conserva dos activos poderosos: el respaldo popular a lo interno (aunque con cierta mengua, según los últimos sondeos), y el respaldo externo.
Ambos activos han sido manejados erróneamente para conducir al objetivo. Por un lado, el respaldo popular se ha erosionado con convocatorias de calle que se sobreentienden, serán un fracaso porque el poder militar lo tiene Nicolás Maduro, el jefe de un régimen socialista cuya estrategia de preferencia es atrincherarse en el poder, al tiempo que divide a la oposición con caramelos envenenados. Y por el otro, el respaldo de 50 países derrochado con la promesa engañosa de que las sanciones tumban gobiernos o habrá intervención.
Pues no hubo -ni habrá- intervención militar en Venezuela, han reiterado funcionarios del Departamento de Estado de EEUU a este diario. Lo que sí habrá es un endurecimiento de las sanciones, pues en Washington todavía hay fe de que en Venezuela no ocurrirá lo mismo que en Cuba, isla en la que las sanciones surtieron el efecto contrario.
Y si la oposición venezolana busca realmente acceder al poder, debe cambiar su estrategia de preferencia, si esta no le ha funcionado. Todos los políticos en todas partes del mundo cambian sus tácticas cuando algo no resulta.
Las fuerzas democráticas venezolanas pueden buscar la realineación de su discurso utilizando las herramientas disponibles (sanciones) para provocar una solución negociada al conflicto, como ha ocurrido en la inmensa mayoría de los casos dictatoriales en todo el globo.
La solución negociada es lo que ha planteado Estados Unidos en su marco para la transición. Las intervenciones y aventuras no son opciones para Donald Trump, que como es bien sabido, recurre a tácticas discursivas para enardecer a sus partidarios. Pero el resto, lo que no se ve y lo que no se dice, es lo que en verdad cuenta.
Para salir de las dictaduras no hay manual, pero sí un principio fundamental: la negociación es una estrategia que nunca debe desecharse. Más, si la estrategia de preferencia ha fallado.