Ysrrael Camero (ALN).- El covid-19 llegó en un contexto de retroceso, tanto en el proceso de democratización como en el de globalización. La política proteccionista de Estados Unidos, la guerra comercial con China, la crisis del proyecto europeo expresada tanto en el Brexit como en el deslizamiento autoritario de Hungría con Viktor Orban, parecían mostrar un punto de inflexión. La pandemia global pudo haber acelerado un giro geopolítico que anuncia el mundo por venir.
Como se ha mencionado en muchas ocasiones, el impacto de la pandemia no se limita a un tema sanitario, sino que se extiende al funcionamiento de la economía, afectando la movilidad necesaria para la producción y el consumo, así como la estabilidad de la sociedad. Este profundo impacto puede llegar a alterar la dinámica del poder a escala planetaria.
Tras la declaración, por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), del carácter global de la pandemia, los gobiernos se debatían entre dos perspectivas de acción: por un lado la necesidad de fortalecer la cooperación internacional para enfrentar un problema que era común, o bien desarrollar políticas nacionales de cierre que protegieran a la población.
Las acciones iniciales de contención del contagio a la enfermedad, desde los decretos de cierre de actividades que implicaran movilidad y contacto, hasta la aplicación de distintas formas de confinamiento, así como la generalización del uso de la mascarilla y del gel hidroalcohólico, fueron fundamentalmente nacionales.
Entre la cooperación y la disputa nacionalista
Incluso dentro de la Unión Europea (UE), con los instrumentos de cooperación más desarrollados, cada Estado estableció su política de contención. Empezaron a hacerse evidentes las diferencias de lectura de países como España, que tuvo un confinamiento domiciliario dilatado, y Suecia, que optó por propiciar la inmunidad de rebaño. La UE tardó en responder como una comunidad.
Rápidamente la expansión de la enfermedad impulsó un despliegue de competencia geopolítica. Estados Unidos, en medio de una guerra comercial con China, acusó al país asiático de ocultar las cifras, atacando al mismo tiempo a la propia OMS por complicidad.
China, la primera afectada por el coronavirus, y responsabilizada por su opacidad, dedicó recursos a proteger su imagen internacional. Entre otras acciones, distribuyó mascarillas entre las naciones vecinas afectadas por la pandemia.
Se tenía claro que las medidas de contención no eran suficientes. Era imprescindible movilizar los recursos científicos y tecnológicos para generar una vacuna efectiva. Esta empresa también entró dentro de la disputa geopolítica.
Distintos laboratorios, con financiamiento privado y público, iniciaron el desarrollo de las vacunas. La mayor parte de los 545 millones de dólares aportados a Pfizer/BionNTech provino de fondos públicos, aspecto que se repitió en los casos de Moderna, con una inversión de 562 millones de dólares, o los 2.220 millones de dólares de Oxford/AstraZeneca.
Por su parte, tanto Rusia, el Centro Gamaleya, que creó la Sputnik V, como China, con Sinovac y Sinopharm, hicieron su apuesta geopolítica en el desarrollo de vacunas, realizadas con mayor opacidad, lo que sembró dudas respecto a su efectividad.
En esta etapa la Unión Europea había empezado a mover sus mecanismos de cooperación, así como su músculo financiero y su desarrollo tecnológico. Al tiempo que aprobaba fondos europeos para responder a la crisis económica derivada de la pandemia, tomó otra decisión clave. En medio del desarrollo de las investigaciones acordó con seis farmacéuticas la compra adelantada de 2.000 millones de dosis de las vacunas, para distribuirlas entre sus 27 miembros.
La apuesta de la Unión Europea privilegió la cooperación a la competencia. Era importante evitar una pelea entre los Estados para la adquisición de las vacunas, lo que perjudicaría a las naciones más pobres y vulnerables. Había allí una lógica epidemiológica y sanitaria clara, nadie está protegido hasta que todos lo estemos.
Sin embargo las vacunas tuvieron que pasar por los filtros de la burocracia europea, para que fuera aprobado el inicio de la vacunación. En este marco el Reino Unido desplegó su propia apuesta geopolítica, sostenida bajo la misma lógica nacionalista que empujó al Brexit.
No sólo iniciaron los británicos su vacunación antes que los europeos del continente sino que dieron otro paso. “Britain First!”, pareció expresar el primer ministro Boris Johnson, cuando AstraZeneca incumplió los compromisos con la Unión Europea, dándole prioridad a la inmunización británica.
La Unión Europea respondió con indignación y vehemencia hacia AstraZeneca por la tardanza en el cumplimiento del contrato. Caso similar ocurrió con la llegada de las vacunas de Pfizer/BioNTech, esta vez no por razones nacionalistas, sino de logística, que retrasaron el envío acordado.
La apuesta geopolítica de rusos y chinos
Pero quedaba por resolver el tema global de los países pobres, que no tenían la capacidad financiera para adquirir estas vacunas. En medio de esa disputa Rusia y China desplegaron entonces sus propios mecanismos de cooperación, con un enfoque claramente geopolítico, es decir, como una estrategia para fortalecer su influencia y poder sobre otros espacios.
En diciembre de 2020 los rusos iniciaron la vacunación de su población. Bielorrusia, país aliado, recibió su dotación. Pronto se inició la distribución de la Sputnik V por América Latina, desde Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil, así como en México y Nicaragua, trazando un mapa de la influencia rusa en el continente americano. También se inició su distribución en los países del Asia Central y el Cáucaso, así como en la India, Pakistán, Irán, Turquía y en la misma China.
Ucrania quedó como una víctima colateral en este fuego cruzado. Cuando Estados Unidos, aún bajo la Administración de Donald Trump, tomó la decisión de prohibir la exportación de vacunas, dejó a los ucranianos sin acceso. Rusia, que tiene actualmente una disputa contra Ucrania por Crimea y otras zonas del país, no facilitó sus vacunas. Ucrania, viéndose aislada, sin que sus aliados estuvieran dispuestos a ayudar, apeló al otro actor, buscó a China.
En diversos países se autorizaron las vacunas CoronaVac y la BBIBP-CorV de Sinopharm, producidas en China que, hasta ahora, presentan una efectividad mucho menor a sus competidoras occidentales. CoronaVac ha sido aprobada en Brasil, Chile, Bolivia e Indonesia, al tiempo que la de Sinopharm en Bahrein, en los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Egipto. Paradójicamente, la velocidad de vacunación en China es mucho más lenta que en otros países.
La Sputnik V llega a Europa
Frente a la necesidad de acelerar el proceso de vacunación, para que la economía vuelva a reactivarse, y ante los problemas generados con la distribución de los productos de Pfizer/BioNTtech y AstraZeneca, se ha abierto un nuevo giro en la política de la Unión Europea.
Finalmente, se publicó un estudio en The Lancet, sobre la efectividad de la Sputnik V, certificando que garantiza inmunidad en un 91,6%. Las autoridades rusas contactaron con la empresa alemana IDT Biologika, para producirla en sus instalaciones, mientras solicitaban la aprobación de la Agencia Europea de Medicamentos (AEM). La canciller Angela Merkel se ha abierto al uso de la vacuna rusa en Europa, siempre que sea aprobada por la AEM, también mostrándose dispuesta a cooperar con Vladimir Putin respecto a la producción y empleo de la Sputnik V.
Mientras la vacunación sigue avanzando la brecha entre países ricos y pobres se amplía. Las cifras hablan de la creciente inmunización de las sociedades donde el sistema sanitario es denso, al tiempo que regiones como Latinoamérica apenas están recibiendo vacunas. Este será un gran reto de 2021.