Ysrrael Camero (ALN).- Las últimas elecciones catalanas mueven el mapa político español. Con una baja participación, ha sido el Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), con Salvador Illa a la cabeza, el más votado, obteniendo la mayor cantidad de escaños en el Parlament catalán. A pesar de ello la decisión de formar gobierno, o convocar nuevas elecciones, se encuentra en manos de la Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) de Pere Aragonés. ¿Podrán las maniobras parlamentarias romper la lógica identitaria y sacar a Cataluña de la deriva soberanista?
En medio de la tercera ola de la pandemia se realizaron elecciones autonómicas en Cataluña. La participación tuvo mínimos históricos, reduciéndose a 54% del censo electoral, porcentaje que no se veía desde 1992. Dentro de la lógica de bloques que ha marcado la política catalana durante los últimos años las organizaciones más beneficiadas, tanto en votos como en escaños, han sido las que promueven el diálogo y la negociación, reduciéndose el peso político de aquellas que apuestan por la confrontación.
El Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), liderado por Salvador Illa, es la fuerza política más votada, obteniendo 33 escaños. Con este resultado el PSC pasa a hegemonizar el bloque no-independentista. A diferencia de la victoria de Ciudadanos (Cs) en 2017, la política, sostenida por Illa, de establecer alianzas transversales que permitan superar el proceso soberanista, cuenta con el apoyo de Moncloa y una mayor capacidad de maniobra.
Dentro del bloque independentista se ha dado un primer sorpasso, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) ha superado a Junts, tanto en votos como en escaños, lo que implica un cambio trascendental. Junts, es decir, Carles Puigdemont, pierde la iniciativa política en la construcción de una alianza de gobierno, estando en peligro de ser desplazados de la administración del poder autonómico.
La posición de ERC, con Pere Aragonés en Barcelona y Gabriel Rufián en Madrid, ha sido respaldar al gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos a cambio del establecimiento de una mesa de diálogo. Los republicanos han preferido establecer una política conciliadora, estrategia que podría verse reforzada con esta aritmética electoral. Esta estrategia ha resultado ganadora, convirtiéndose ahora en los grandes decisores.
Estos resultados pueden leerse desde dos perspectivas, la identitaria o la ideológica, lo que será clave para la política de alianzas en el Parlament. Si nos atenemos a la lectura por bloques identitarios los resultados parecen ratificar el estancamiento de la polarización. Los independentistas superan la mitad de los votos efectivos, aunque con una participación tan escasa apenas obtuvieron poco más de la cuarta parte del censo.
Se necesitan 68 diputados para formar gobierno, por lo que, si se suman los 33 escaños de ERC con los 32 de Junts y los nueve diputados de la Candidatura de Unidad Popular (CUP), se alcanzan 74 diputados, lo que sería una mayoría más que suficiente. Sin embargo, las relaciones entre ERC y Junts se han caracterizado por una fuerte confrontación, divergiendo cada vez más en cuestiones de estrategia y de gestión. Asimismo, depender de la CUP para gobernar representa un riesgo importante.
Esta dificultad para formar un nuevo Ejecutivo independentista abre la posibilidad para una política distinta. Otra manera de leer el resultado, la ideológica, muestra que las fuerzas de izquierda tienen una importante mayoría parlamentaria.
En esta ecuación adquieren relevancia otras fuerzas. En Comú Podem, que ha sobrevivido a la confrontación entre republicanos y socialistas, manteniendo sus ocho diputados, a pesar de haber perdido más de 100.000 votos, se coloca como ariete para romper la política de bloques, dado que tanto ERC como el PSC cuentan con ellos para coaligarse.
PSC, ERC y los Comunes también suman 74 escaños. De acuerdo a esa lectura de la dinámica parlamentaria podría formarse, bien un gobierno de ERC y los Comunes, con apoyo externo del PSC, o por otro lado, un gobierno del PSC y los Comunes, con apoyo externo de los republicanos. En ambos casos dos fenómenos políticos serían posibles: primero, dejar a Junts fuera de la administración del gobierno autonómico, y segundo, superar la lógica de confrontación soberanista del independentismo.
Dos nombres serán claves en las imprescindibles maniobras parlamentarias que podrían desarrollarse a partir de la fragmentación del nuevo Parlamento catalán. Sigue siendo vital el rol negociador de Miquel Iceta dentro del PSC, con gran inteligencia política y capacidad para tender puentes y tejer alianzas. Igualmente, vuelve a tomar protagonismo el vicepresidente Pablo Iglesias, al tener un puente sólido con Esquerra, de la mano de Gabriel Rufián, que podría extenderse desde Madrid hasta Barcelona.
El derrumbe de las derechas y el crecimiento de los extremos
La otra noticia es que Vox ha entrado con fuerza en el Parlament catalán, sumando más de 200.000 votos y alcanzando 11 escaños, y convirtiéndose en la cuarta fracción parlamentaria. Esta irrupción ha sido posible por los errores de Ciudadanos y del Partido Popular, así como por efecto de la lógica polarizadora impulsada por el independentismo.
La caída de Ciudadanos era previsible. Han retrocedido de 36 a seis escaños, perdiendo casi un millón de votos desde 2017. Su electorado se ha dividido entre aquellos que apostaron por el PSC, apelando a una fuerza no independentista con capacidad para gobernar, y otros que terminaron en el redil de la ultraderecha de Vox, con una postura españolista radical y un discurso antimigración.
Se preveía una confrontación entre Vox y el Partido Popular. Finalmente la ultraderecha superó a los populares, que perdieron 76.000 votos y un escaño. El Partido Popular tiene una gran dificultad para hacer frente a los nacionalismos, colocándose en la periferia política tanto en el País Vasco como en Cataluña, al expresar una imagen de España demasiado uniforme y homogénea.
En estas elecciones se incrementó el peso de los extremos políticos. No sólo por la irrupción de Vox desde la derecha, sino también por el aumento de la extrema izquierda, ya que la CUP, a pesar de perder 6.000 votos, pasó de cinco a nueve diputados en el Parlament. Si juntamos los escaños de las dos organizaciones más extremas del Parlamento, Vox y la CUP, superan la suma de En Comú Podem, el PP y Cs.
En conclusión, si no logran ponerse de acuerdo en este Parlamento fragmentado, podrían los catalanes tener que ir a unas nuevas elecciones autonómicas. Por ahora parece ser más probable un nuevo gobierno soberanista, liderado por ERC, pero con una gobernabilidad comprometida, al depender de Junts y de la CUP. La estrategia de Pedro Sánchez para desescalar el tema catalán, aprovechando los disensos internos del soberanismo, parece abrirse paso. ¿Volverá el sentido común a Cataluña?