Ysrrael Camero (ALN).- El ascenso del polémico conservador Boris Johnson al cargo de Primer Ministro del Reino Unido es sólo el más reciente capítulo de un dilatado vaivén que los británicos juegan con la Europa continental. La ruptura británica con la Unión Europea se ha convertido en una operación de alto riesgo que tendrá implicaciones en el funcionamiento de la economía global.
Boris Johnson nació en Nueva York en 1964, renunciando luego a su nacionalidad americana, y tiene antepasados turcos, franceses y alemanes. Pertenece a las élites británicas, estudiando en la Escuela Eton y haciendo posteriormente los Estudios Clásicos en la Universidad de Oxford. Tanto su padre, Stanley, como su hermano, Jo, son conservadores, pero defienden la permanencia del Reino Unido en la UE. Tras ser alcalde reelecto de Londres se convirtió en la cabeza conservadora del apoyo al Brexit. Su vehemencia y excentricidad lo han venido catapultando durante toda su carrera.
La posición de Johnson respecto a Europa no le es exclusiva, sino que forma parte de toda una corriente dentro de la sociedad británica. Porque hemos de asumir las consecuencias políticas de una realidad geográfica: frente a Europa, la Gran Bretaña es una isla. Así, el Reino Unido ha tenido una perspectiva distante del proyecto común europeo desde sus inicios. Una brecha que también se mantenía abierta desde el mismo continente.
Con Boris Johnson en el cargo, bajo la estela de Donald Trump, las negociaciones para hacer efectivo el Brexit prometen ser más expeditas y conflictivas. Pero esto puede dar varias sorpresas. Johnson es la carta más radical que tienen los más fervientes partidarios de una ruptura dura, por lo que será más probable que pueda conseguir una aprobación del Parlamento. Lo que no logró Theresa May.
La población y el gobierno del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte han tenido, a lo largo de estos 40 años, una relación tensa con la política de la Europa continental.
A lo largo del proceso de construcción del proyecto europeo de integración el compromiso de los británicos ha presentado una serie de momentos de tensión que derivaron en un status quo particular para los británicos.
La insularidad de la vida británica, en contraste con la continentalidad de la integración europea, parece expresarse históricamente en esa relación distante. Desde el siglo XVIII las intervenciones británicas en la política europea estuvieron marcadas más por una búsqueda de equilibrio, para evitar el establecimiento de la hegemonía de algún actor, que por la conciencia de algún destino común. El Canal de la Mancha ha mantenido su carácter de separación entre dos realidades y percepciones distintas.
El inicio del proceso europeo de integración coincidió con el fin del Imperio británico. La descolonización de la India, de los países de África y Asia implicó el reconocimiento, por parte del Reino Unido, de su incapacidad de jugar el rol de potencia dominante que había desempeñado en el mundo hasta 1914. A pesar de esto la política británica, celosa y orgullosa de su propia autonomía, se mantuvo reacia a incorporarse a una iniciativa de unidad de Europa.
Las élites británicas tuvieron que hacer un gran esfuerzo para asumir que su rol global se había minimizado. Fue sólo tras el desastre del Canal de Suez en 1956, que implicó el reconocimiento de su conversión en una potencia mediana, y el fracaso de la EFTA en 1960, que el gobierno británico del conservador Harold Macmillan tocó a las puertas del proyecto de integración.
Charles De Gaulle se opuso, desde 1961 hasta su retiro, a la incorporación del Reino Unido al proyecto de la Europa de los seis, argumentando que la entrada de los británicos desnaturalizaría el sentido de la integración y fortalecería la influencia de Estados Unidos. La insularidad inglesa traía consigo una perspectiva de excepcionalidad que la diferenciaba de las potencias territoriales continentales.
El 1º de enero de 1973 el Reino Unido se integra dentro de la Comunidad Europea. Sin embargo, el vaivén de la relación entre las islas británicas y Europa no finalizó allí. El acercamiento inglés al proceso de integración se caracterizó por su carácter pragmático y económico, evitando llevar su compromiso con Europa a terrenos políticos, sociales o culturales.
El recurrente uso que el Parlamento británico hizo de los opting-out, como mecanismo para reservar su posición respecto a determinados instrumentos europeos, mantuvo al Reino Unido fuera de muchos parámetros de la UE, desde el espacio común de movimiento de personas hasta la unidad monetaria común.
Luego del fin de la Guerra Fría tanto la Unión Europea como el Reino Unido intentaron definir roles adecuados para las nuevas condiciones geopolíticas. La Unión Europea generó las condiciones para la consolidación de sus mecanismos de integración a través del Tratado de Maastricht (1992) al tiempo que creaba un diseño institucional para ampliarse al Este.
Por su parte el Reino Unido, tanto con los gobiernos conservadores como con los Nuevos Laboristas intentó convertirse en un puente atlántico entre Europa y Estados Unidos, mientras trataba de preservar autonomía contribuyendo a ralentizar el proceso de integración continental. Las posiciones británicas, especialmente su defensa de la soberanía nacional parlamentaria, tendieron a desacelerar la unificación de Europa.
El fracaso de la Constitución Europea, al ser rechazada en Francia y en los Países Bajos, así como las dificultades vinculadas con el Tratado de Lisboa y el estallido de la crisis de 2008 contribuyeron a incrementar el euroescepticismo en Europa. Fue ese el marco en el cual Boris Johnson se convirtió en alcalde de Londres el 4 de mayo de 2008, tras derrotar al laborista Ken Livingstone. Mientras, las políticas de austeridad empobrecieron a algunos sectores sociales en Gran Bretaña.
La posición de Johnson respecto a Europa no le es exclusiva, sino que forma parte de toda una corriente dentro de la sociedad británica. Porque hemos de asumir las consecuencias políticas de una realidad geográfica: frente a Europa, la Gran Bretaña es una isla. Así, el Reino Unido ha tenido una perspectiva distante del proyecto común europeo desde sus inicios. Una brecha que también se mantenía abierta desde el mismo continente.
Luego de la Primavera Árabe y con el aumento de la migración, la retórica populista consiguió un caldo de cultivo. El discurso anti-globalización y reactivo contra las élites hizo de la UE objeto recurrente de ataques. En Reino Unido se incrementó un euroescepticismo que nunca había desaparecido.
La llegada al gobierno de los conservadores con David Cameron colocó en la agenda pública el tema de la pertenencia a la Unión Europea, al ser un tema que dividía internamente a los tories. Cameron había ganado un referéndum sobre la independencia de Escocia, por lo que llegó a pensar que un referéndum sobre la pertenencia británica a la Unión Europea también podría ser superado, resolviendo así un tema que mermaba su liderazgo dentro del Partido Conservador.
En enero de 2013 el Primer Ministro británico había anunciado su intención de convocar el referéndum. En las elecciones europeas de 2014 el partido UKIP, de Neil Farage, que impulsaba la salida de la UE obtuvo un sorpresivo triunfo.
En septiembre de 2015 la Cámara de los Comunes autoriza la convocatoria. Mientras el gobierno de Cameron presentaba sus exigencias a Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo.
La hora del Brexit
A partir de este momento se inició un proceso de negociación de nuevas condiciones del Reino Unido en la UE que culminó en un acuerdo anunciado en la reunión de Jefes de Estado o de Gobierno de febrero de 2016. El 20 de febrero el Primer Ministro británico anunció en el Parlamento que el referéndum seguía adelante.
El referéndum estaba convocado para el 23 de junio de 2016. La campaña oficial se inició el 15 de abril, caracterizándose por la crispación y la virulencia, así como por el uso de las redes sociales como canal de distribución viral de las fake news. Hubo episodios de violencia que sorprendieron a la opinión pública, como el asesinato de la diputada Jo Cox el 16 de junio.
La posición de Boris Johnson fue bastante clara en la campaña del referéndum. Apoyó firmemente el Brexit haciendo campaña con su vehemencia habitual, enfrentándose al mismo primer ministro David Cameron.
El resultado de la consulta fue sorpresivo, tanto para las élites británicas como para la opinión pública occidental. La división entre campo y ciudad tuvo una clara expresión política, así como las diferencias entre grupos etarios. La permanencia del Reino Unido en la UE triunfó en el Gran Londres, en Escocia, en los barrios católicos de Irlanda del Norte y en Cardiff, la ciudad capital de Gales. El voto de las grandes urbes, así como el voto más joven, ratificaron la pertenencia a la Unión Europea. Pero la Inglaterra rural votó por la salida, así como las poblaciones rurales de Gales y los condados protestantes de Irlanda del Norte.
El 51,9% votó a favor de salir de la Unión Europea (Brexit), lo que fue un revés mortal para el primer pinistro David Cameron, quien presentó inmediatamente la renuncia a su cargo, dejando a las élites políticas británicas en medio de una importante crisis.
El Partido Conservador designó a Theresa May para que tramitara el proceso de salida de la Unión Europea. Hubo un largo y complicado proceso de negociación para llegar a un acuerdo que permitiera a los británicos superar ese tránsito con los menores daños. El 25 de noviembre de 2018 fue anunciado el acuerdo para alcanzar un Brexit suave. En tres ocasiones el Parlamento británico rechazó el texto acordado, mientras la Unión Europea aprobaba prórrogas para permitir al gobierno británico resolver internamente su trámite. Ante el bloqueo en el proceso Theresa May anunció su dimisión al cargo de Primera Ministra el 24 de mayo de 2019.
Las elecciones europeas del 26 de mayo significaron un revés importante para los partidos que tradicionalmente han dirigido la política británica, al polarizarse el electorado entre los partidarios del Brexit, que exigen una salida pronta, y quienes rechazaban dicha posibilidad.
La salida del Reino Unido de la Unión Europea rompe un vínculo que siempre fue débil. Un Brexit duro, que parece más probable que nunca antes con Johnson en el poder, certificaría la reducción del peso relativo del Reino Unido, perjudicaría a Europa como bloque aunque podría mejorar las oportunidades de ciudades como Frankfurt, Bruselas y Dublín como receptoras de firmas financieras.
Esta ruptura divide internamente tanto a conservadores como a laboristas. A pesar de que Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, hizo campaña por la permanencia británica en la UE, ha sido acusado de tibieza y ambigüedad frente al tema. Recién el 9 de julio Corbyn decidió apoyar la permanencia del Reino Unido en la UE impulsando la realización de un segundo referéndum. Esto parece poco probable. El líder del laborismo está pidiendo ahora elecciones anticipadas.
Con Boris Johnson en el cargo, bajo la estela de Donald Trump, las negociaciones para hacer efectivo el Brexit prometen ser más expeditas y conflictivas. Pero esto puede dar varias sorpresas. Johnson es la carta más radical que tienen los más fervientes partidarios de una ruptura dura, por lo que será más probable que pueda conseguir una aprobación del Parlamento. Lo que no logró May.
La salida del Reino Unido de la Unión Europea rompe un vínculo que siempre fue débil. Un Brexit duro, que parece más probable que nunca antes con Johnson en el poder, certificaría la reducción del peso relativo del Reino Unido, perjudicaría a Europa como bloque aunque podría mejorar las oportunidades de ciudades como Frankfurt, Bruselas y Dublín como receptoras de firmas financieras.
La política de Trump ganaría otro punto al debilitar la posición de la UE, pero también gana la Rusia de Vladímir Putin y la China de Xi JinPing. El puente atlántico estaría roto del lado europeo pero fortalecido del lado americano, dadas las conexiones existentes entre Johnson y Trump, una conexión anglófona separada del viejo continente. El mundo va tomando un perfil distinto, menos democrático, menos dialogante, y Europa se mueve hacia la periferia.