Aníbal Romero (ALN).- Hitler. A treinta días del poder, de Henry Ashby Turner. “Esta obra es un relato pormenorizado y siempre apasionante de eventos acaecidos durante unas pocas semanas, entre diciembre de 1932 y enero de 1933, sobre todo en Berlín. Se trata de una obra de ‘microhistoria’, la narración focalizada y detallada de las acciones de unos pocos individuos y situaciones, que al final condujeron a la designación de Hitler como Canciller (jefe de gobierno) de Alemania, nombramiento que se concretó el 30 de enero de 1933”.
Para precisar la genuina y poderosa originalidad de este libro, conviene en primer término decir qué no es. No se trata de una biografía de Hitler, ni de una historia del Tercer Reich o de la Segunda Guerra Mundial; no es tampoco una historia de la malograda República de Weimar, establecida en 1918 y cuya agitada existencia se prolongó hasta la llegada de Hitler al poder en enero de 1933.
Esta obra de Henry Ashby Turner, profesor de historia en la Universidad de Yale y autor de varios libros esenciales sobre la historia moderna de Alemania, es un relato pormenorizado y siempre apasionante de eventos acaecidos durante unas pocas semanas, entre diciembre de 1932 y enero de 1933, sobre todo en Berlín. Se trata de una obra de “microhistoria”, la narración focalizada y detallada de las acciones de unos pocos individuos y situaciones, que al final condujeron a la designación de Hitler como Canciller (jefe de gobierno) de Alemania, nombramiento que se concretó el 30 de enero de 1933.
El responsable último de esa designación fue el ya anciano jefe de Estado alemán, general Paul von Hindenburg, pero su responsabilidad no fue exclusiva. De hecho, la obra de Henry Ashby Turner procura mostrar varios puntos:
1) Que lo que ocurrió entonces hubiese podido no ocurrir; que la historia que interpretamos en retrospectiva como inevitable está sujeta en no poca medida al azar, a la contingencia, al juego de las ambiciones, miopía, mezquindad y estupidez de seres humanos concretos, a veces de muy pocos individuos que sin embargo son capaces de definir, en determinadas circunstancias, el rumbo de los eventos.
2) Que debido a esa realidad, es decir, a que la acción de ciertos individuos puede ser decisiva, es posible esclarecer y atribuir responsabilidades morales y políticas a las personas. En otras palabras, si el curso histórico fuese inevitable, si fuese el mero producto de fuerzas impersonales con efectos necesarios e irresistibles, sería improcedente hablar de responsabilidad y culpa.
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3) Que Hitler no “conquistó” el poder, ni lo alcanzó mediante un golpe de Estado. Más bien, a Hitler le entregaron el poder en bandeja de plata, y su ascenso a jefe de gobierno fue en buena medida el resultado de una serie de intrigas, de conspiraciones palaciegas, de un ajedrez siniestro en el que participó un conjunto reducido de personajes provistos de agendas propias, motivados en lo fundamental por intereses egoístas, y carentes de los atributos de inteligencia, sagacidad y visión política que el reto de la coyuntura histórica demandaba.
4) Que existían otras opciones distintas a entregar a Hitler la jefatura del gobierno, con los riesgos que ello conllevaba, y que un golpe de Estado militar, todavía factible y viable para ese momento, hubiese sido un costo a pagar mil veces preferible al desastre que Hitler y los nazis significaron para Alemania y el mundo.
5) Que un factor clave en los sucesos de esas pocas semanas, tal vez el único elemento que se mantuvo firme en sus objetivos y exigencias, fue la voluntad inquebrantable de Hitler, quien lo arriesgó todo en momentos vitales y al final logró su propósito, ayudado de manera indispensable por un grupo de personajes que jamás supieron captar que el caudillo nazi no era un político cualquiera sino un fanático, un verdadero revolucionario, incapaz de aceptar limitaciones constitucionales a su poder y empeñado en llevar a cabo un cambio radical en su país y Europa entera.
El contexto político más amplio en el que se desarrolló el drama específico relatado por Henry Ashby Turner, tuvo que ver con la crisis de gobernabilidad en que había desembocado la República de Weimar, escindida por la confrontación entre los sectores conservadores y nacionalistas de derecha, divididos a su vez entre los partidos tradicionales y los nazis, y de otro lado una izquierda también fragmentada entre los socialdemócratas y los comunistas, que en lugar de unirse para enfrentar la amenaza de Hitler lo que hacían era combatirse encarnizadamente entre sí.
La violencia callejera y la crisis económica habían creado un panorama muy complejo, en el que por desgracia se insertaban, en posiciones determinantes de poder e influencia, individuos cuya ceguera política, estudiada con el detalle y la minuciosidad con que lo hace Henry Ashby Turner, resulta moralmente insoportable, y suscita en el lector del libro un sentimiento de severa condena. En particular si se toma en cuenta que Hitler y los nazis nunca ganaron una elección durante los años de Weimar, y más bien las fortunas del partido estaban retrocediendo de modo importante desde mediados de 1932. Dicho en otras palabras, la entrega pacífica del poder a Hitler tuvo lugar en un marco de relativa erosión en la popularidad y fuerza nazis, y de incipiente pero perceptible recuperación de la economía y el bienestar de la gente. Los frutos del proceso que comenzaba, para tragedia de los alemanes, no fueron cosechados por los partidos republicanos sino por Hitler, ya en el poder.
Escapa a la meta de estas notas realizar un resumen medianamente satisfactorio del magnífico logro historiográfico, que Henry Ashby Turner despliega con una combinación de rigor académico, talento literario y orden expositivo. La complicada trama de esas semanas está tan llena de vericuetos, de idas y venidas, de presuntos misterios y enigmas, que sólo la lectura cuidadosa del libro permite una revelación auténtica de un tejido enrevesado, pero no indescifrable. En tal sentido, es útil reproducir las palabras de un diplomático austríaco citadas por el autor en su libro, un diplomático quien luego de conversar en febrero de 1933 con Oskar von Hindenburg, hijo del anciano presidente, apuntó lo siguiente en su reporte sobre el intercambio: “Muchas cosas que parecen políticamente inexplicables se hacen comprensibles en términos humanos, si uno se ocupa de buscar con el debido cuidado detrás de las cortinas del escenario”. El valor primordial, a mi modo de ver, de esta obra, que tanto me ha enseñado y que por tal razón ubico en la lista de mis libros favoritos, reside en esa “mirada detrás de la cortina” de los acontecimientos, de los grandes eventos que todos conocemos con relación a la crisis de Weimar, el nazismo, Hitler, y la Segunda Guerra Mundial. Con la guía de la obra comentada es más seguro alcanzar un juicio equilibrado, después de enterarnos que el ascenso al poder del líder nazi estuvo estrechamente vinculado a repudiables y patéticas maquinaciones, urdidas por personajes que en el fondo detestaban la República a la que en teoría afirmaban servir, y buscaban de alguna manera ponerle fin.
El hilo conductor de este drama, que nos permite no perder de vista el bosque por andar viendo los árboles, es la subestimación de la figura de Hitler por parte de los que pretendieron, a lo largo de esas semanas decisivas, utilizarle para obtener sus propios objetivos personales y políticos. Todos los personajes principales de esta historia de “micropolítica” fueron incapaces de entender la naturaleza implacable del nihilismo de Hitler, y de su apego a las ideas radicales que había expuesto en su libro Mi lucha, que todo alemán podía leer e intentar digerir. De acuerdo con los documentos y minutas citadas por Henry Ashby Turner, el elemento común que unía a esas figuras políticas de la derecha tradicional, cercanas o en todo caso con acceso al presidente Hindenburg, fue la creencia suicida según la cual, al procurar la designación de Hitler como Canciller, lo que estaban haciendo era “alquilarlo” como una especie de títere, para comprometerlo con una línea de moderación junto a su movimiento político, una vez que se inmiscuyesen en las tareas administrativas requeridas por las tareas del gobierno. La administración del Estado, pensaron, sería el antídoto a la demagogia nazi.
Lo que en efecto ocurrió fue que, ya avanzadas las negociaciones realizadas tras bastidores, que condujeron finalmente a Hitler al poder, el líder nazi continuó haciendo exigencias hasta el último momento a quienes pretendían manipularle, entre las que se encontraba la de llamar a nuevas elecciones casi de inmediato, así como el otorgamiento de una Ley Habilitante que le permitiese acelerar el proceso de asfixia de las instituciones republicanas. En dichas elecciones, celebradas en marzo de 1933 y caracterizadas por la intensa represión contra la oposición antinazi, tanto de izquierda como de algunos sectores de la derecha tradicional, y a pesar de una masiva propaganda y un tenaz hostigamiento hacia sus adversarios, Hitler y los nazis sólo alcanzaron 43,9% de los votos. Ni siquiera entonces, con el poder en sus manos, logró Hitler una clara victoria electoral. Sin embargo, expulsando a los diputados comunistas del Parlamento e intimidando y apresando a otros, el líder nazi, ahora Canciller, obtuvo su Ley Habilitante, el mando arbitrario empezó a sustituir a un gobierno de leyes, y los nazis llevaron a cabo un golpe de Estado por etapas hasta conseguir el dominio absoluto del país.
El autor dedica las páginas finales de su brillante libro a aclarar el tema de las responsabilidades morales y políticas de la trama histórica que describe, tanto de individuos como de organizaciones políticas, sin olvidar que también fueron partícipes y cargaron sobre sus conciencias una cuota de responsabilidad, los millones de ciudadanos alemanes que votaron por Hitler y los nazis.
Las conclusiones del autor son éstas:
1) Sólo a causa de la ceguera política y fallas éticas de otros, pudo Hitler obtener la oportunidad concreta y efectiva de ejecutar sus propósitos criminales.
2) Nada, excepto el cambio mismo, es inevitable en los asuntos humanos; las acciones de los individuos marcan una diferencia, y una gran responsabilidad moral descansa sobre los hombros de quienes se hallan colocados en posiciones de poder político.
(Henry Ashby-Turner, Hitler’s Thirty Days to Power, London: Bloomsbury Publishing Plc., 1996. Existe una edición en español: A treinta días del poder, Barcelona: Edhasa, 2000).