Ysrrael Camero (ALN).- La expansión global de la ola democrática se detuvo ante el malecón de La Habana. Felipe González, concibiendo el proceso de democratización como inevitable, intentó propiciar un tránsito a la democracia en Cuba que fuera permitido por el mismo Fidel Castro. En sus archivos encontramos algunas huellas de ese impulso.
La Guerra Fría se recalentó a principios de los años 80. Mientras Ronald Reagan atizaba el discurso contra una decadente Unión Soviética, dominada entonces por una gerontocracia encabezada por el anciano Leonid Brézhnev, varios frentes se encontraban abiertos.
En el mar Caribe se encontraba uno de los epicentros de este recalentamiento. Fidel Castro regía a Cuba con mano de hierro luego de superar la coyuntura del éxodo del Mariel de 1980. Bajo la influencia cubana la Revolución Sandinista se radicalizaba en Nicaragua, y la violencia de la guerra civil se extendía por El Salvador y Guatemala, con apoyo de Estados Unidos a los contras.
La tercera ola de democratización, que tuvo en el mundo iberoamericano su espacio de realización, se había iniciado a mediados de la década de los 70. Una marea que, iniciada en Portugal con la Revolución de los Claveles de 1974, se extendió a España en 1975, cruzando el Atlántico con los inicios de los procesos de tránsito a la democracia en Ecuador y Perú entre 1978 y 1979.
Entre la ínsula y la Península
En medio de este maremágnum de cambios se encontraban tanto la recién democratizada España como la Cuba comunista. Para España la relación con Cuba siempre ha circulado por unos cauces especiales, que se extienden desde las cercanías de un tradicional vínculo cultural, hasta el tejido construido por las relaciones económicas y las inversiones privadas, pasando por las diferencias en materia de derechos humanos.
Siendo presidente de gobierno Adolfo Suárez realizó una primera visita a Cuba en septiembre de 1978, en un vuelo que partió de Venezuela. Suárez, haciendo buenas migas con Fidel Castro, fortaleció unas relaciones entre España y Cuba que, aunque nunca estuvieron rotas durante el franquismo, se habían enfriado desde 1960. En mayo de 1979 Adolfo Suárez envió al sevillano Manuel Ortiz Sánchez, hombre de su confianza, como nuevo embajador.
Bajo el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo las relaciones con Cuba habían vuelto a enfriarse, en la medida en que España se separó de los No Alineados y fortaleció su relación con la Alianza Atlántica y los Estados Unidos.
Felipe y Fidel
Pero la victoria socialista en las elecciones democráticas de 1982, y el ascenso de Felipe González a la Presidencia del Gobierno de España, también parecían presagiar un cambio de talante en la política exterior.
En los primeros años del gobierno socialista en España las relaciones con Cuba estuvieron marcadas por una línea de continuidad. Enrique Larroque de la Cruz, embajador designado por el gobierno de Calvo Sotelo, siguió en su cargo hasta abril de 1985.
Desde los archivos publicados por la Fundación Felipe González (FFG) podemos hacer seguimiento a la evolución de esta relación. Se abre el expediente con una carta manuscrita de Fidel Castro a Felipe González del 27 de febrero de 1984, donde el dictador se refiere a la posible molestia que una entrevista que dio a la agencia EFE podía causarle a González, ya que recalcaba diferencias políticas importantes. En esa misma carta Castro invita a Felipe a realizar una visita a Cuba.
La lucha por la liberación del preso político Eloy Gutiérrez Menoyo, hispano-cubano, es también una gran línea de continuidad en la política exterior española. Ya Adolfo Suárez había buscado la libertad de Gutiérrez Menoyo desde su visita de 1979, y en los archivos documentales del gobierno de Felipe González hay varios documentos ratificando y profundizando esa petición a Castro desde 1984. Esta liberación sólo sería efectiva en diciembre de 1986, dos meses después de la visita oficial del presidente del gobierno español a Cuba.
Fidel Castro se niega a seguir la senda de las reformas aperturistas impulsadas por Gorbachov, y se refugia en una posición ortodoxa. En los documentos sobre las conversaciones entre Felipe González y el premier soviético se demuestra el interés con que el jefe del gobierno español seguía las reformas que Gorbachov realizaba, y el deseo de que estas llegaran a buen término retomar el crecimiento con inversión privada.
Pero el mundo estaba cambiando de manera vertiginosa entre 1982 y 1986. En marzo de 1985 Mikhail Gorbachov se convirtió en secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, es decir, en el premier soviético. En abril de 1986 el accidente nuclear de Chernóbil convenció a Gorbachov de la necesidad de acelerar las reformas políticas, la Perestroika y la Glasnost, para democratizar a la URSS. El sistema se movía a gran velocidad, y tanto Felipe González como Fidel Castro estaban conscientes del impacto de las mudanzas.
Fidel Castro se niega a seguir la senda de las reformas aperturistas impulsadas por Gorbachov, y se refugia en una posición ortodoxa. En los documentos sobre las conversaciones entre Felipe González y el premier soviético se demuestra el interés con que el jefe del gobierno español seguía las reformas que Gorbachov realizaba, y el deseo de que estas llegaran a buen término, es decir a una democratización del sistema político y a una apertura económica que hiciera posible retomar el crecimiento con inversión privada.
Allí se encontraba la ventaja estratégica de la posición de Felipe González respecto a Cuba, estaba el presidente en el nodo central de las redes de relaciones, políticas y humanas, que impulsaban la gran transformación. La comunicación con los protagonistas de los cambios globales es constante.
Abundante es el intercambio, no sólo con Gorbachov, sino también con el canciller alemán Helmut Kohl, con el presidente de los Estados Unidos George Bush, así como con los líderes socialdemócratas Willy Brandt, Olof Palme o el socialista François Mitterrand. Tiene también una relación cercana con líderes latinoamericanos que tenían una preocupación por la democratización el continente y por la pacificación de Centroamérica, como Carlos Andrés Pérez en Venezuela.
Se trasluce de las notas recopiladas en el consejo de ministros la preocupación sobre la falta de voluntad de cambio del gobierno de Castro respecto al respeto a los Derechos Humanos.
Los papeles secretos de Felipe González revelan su protagonismo en los cambios de Iberoamérica
En febrero de 1989 Carlos Andrés Pérez llegó nuevamente a la Presidencia de Venezuela. En Caracas, en el marco de la toma de posesión, se encontraron Pérez, Castro y González. En junio de 1989 se realizó en Cuba el juicio por narcotráfico contra el general Arnaldo Ochoa Sánchez, quien fue fusilado el 13 de julio. Fidel Castro se colocaba en el centro de la ortodoxia comunista.
En las notas del consejo de ministros del gobierno español de enero de 1990 se trata el tema de Cuba, tanto de las inversiones españolas en turismo, como de la preocupación ante el hecho de que los cubanos no daban señales de avanzar en materia de Derechos Humanos.
La crisis de los refugiados
A mediados de 1990 se presentó un incidente que tensionó las relaciones entre Cuba y España. El 11 de julio un grupo de cubanos se refugiaron en la embajada española en La Habana.
Los contactos entre Madrid, La Habana y Caracas fueron claves para la resolución del incidente. El papel del presidente Carlos Andrés Pérez fue importante. La propuesta cubana, que fue considerada inaceptable para el gobierno español, era que salieran los refugiados, y que se estudiara caso por caso si tenían o no derecho a una salida. El Cesid temía una posible invasión provocada la noche del 17 de julio o la mañana siguiente.
El 24 de julio la sesión con el ministro de Asuntos Exteriores estuvo dedicada al tema cubano, realizándose una entrevista con el embajador. Se tramita la salida de los nueve últimos refugiados. En conversación con Carlos Andrés Pérez éste propicia una solución antes del 26 de julio. El 30 de julio, en reunión con el Ministro de Asuntos Exteriores, se tramitan las últimas salidas de la Embajada. Se ofrece garantía de que los refugiados no serán perseguidos y que se les permitirá la salida del país.
La carta de exhortación…
El documento que ha de despertar mayor interés es un borrador de carta dirigida por Felipe González a Fidel Castro, del 3 de octubre de 1990. La relación se había venido convirtiendo en tirante desde aquella visita de 1986. Las distancias se habían incrementado entre ambos, en la medida en que Castro se mostraba intransigente, e incapaz de realizar reformas políticas que liberalizaran la vida ciudadana en Cuba.
La carta es referida como personal, desistiendo González del tratamiento político institucional. En esta misiva señala Felipe González que “desde mi convicción democrática sigo creyendo que el socialismo es la respuesta, pero rechazo desde lo más profundo esa visión de ‘Socialismo o muerte’ que lleva a la derrota de los pueblos, que destruye – incluso épicamente – la esperanza de vivir en paz y libertad”.
Más adelante ratifica las evidencias históricas del fracaso de comunismo, con una exhortación personal vehemente a Fidel: “Confundir socialismo con vanguardismo, con dictadura del proletario, con sistemas de consultas amordazados para mantener el poder de los ‘intérpretes de la historia’, de la ‘vanguardia consciente’, es condenarlo al fracaso. Y así ha ocurrido ya en casi todo el mundo. Así ocurrirá en Cuba si tú no reaccionas a tiempo y ayudas a pilotar con tu pueblo el cambio inexorable”.
Se separa del discurso dominante que identifica a la democracia con el dominio del mercado, ratificando la necesidad de que exista un impulso público, político, hacia una mayor igualdad, al afirmar que “tenemos la obligación de conquistar mayores grados de igualdad y de libertad reales, y allí donde el liberalismo agota sus posibilidades, sólo una acción pública, un poder representativo de la opinión mayoritaria puede evitar que la sociedad se haga insoportablemente dual, discriminatoria”.
Pero su crítica al comunismo es demoledora, cuando niega su viabilidad y justificación: “Nunca he creído que la respuesta a los grandes interrogantes de la libertad y la igualdad fuera el comunismo. Honestamente debo decirte que la historia lo ha demostrado. Que es inútil aferrarse a esa idea seudorreligiosa que insiste en que ‘la doctrina es buena, pero fallan los hombres’, o que ‘el sistema es bueno pero fallan las condiciones subjetivas’”.
Para Felipe González la respuesta política a las necesidades sociales, “no es posible llevarla adelante más que con el acompañamiento libre de los pueblos. Ese es el valor de la democracia”.
Más adelante ratifica las evidencias históricas del fracaso de comunismo, con una exhortación personal vehemente a Fidel: “Confundir socialismo con vanguardismo, con dictadura del proletario, con sistemas de consultas amordazados para mantener el poder de los ‘intérpretes de la historia’, de la ‘vanguardia consciente’, es condenarlo al fracaso. Y así ha ocurrido ya en casi todo el mundo. Así ocurrirá en Cuba si tú no reaccionas a tiempo y ayudas a pilotar con tu pueblo el cambio inexorable”.
Acá se percibe con claridad una exigencia, construida desde las convicciones de un hombre demócrata de izquierda, para que Fidel Castro conduzca a Cuba por la senda que se estaba transitando en Europa central y en la Unión Soviética. La Perestroika y la Glasnost son vistas como ejemplo a seguir. Sin evadir las dificultades, sino asumiéndolas.
La correspondencia con Gorbachov abunda en estos detalles. En la minuta de una conversación con el premier soviético en el Kremlin, el 8 de julio de 1991, será Felipe González quien traiga a colación el tema cubano en un comentario, al señalar que en Estados Unidos “están esperando que termine la caída libre de Castro”. Gorbachov no hizo mención ni a Cuba ni a Castro, también la lejanía era evidente.
En diciembre de 1991 desapareció la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mientras Cuba se sumergía en el período especial. Fidel Castro decidió nuevamente sacrificar a su pueblo en el altar de su propio ego personal, confundiendo su vanidad y su orgullo con una supuesta “dignidad cubana”, mientras arrastraba a la sociedad cubana a mayor hambre y miseria.