Ysrrael Camero (ALN).- Los valores europeos, y el proyecto de integración, se encuentran en disputa. En la defensa de los valores de la Modernidad se encuentran líderes tan disímiles como Angela Merkel, el joven liberal Emmanuel Macron, el socialista Pedro Sánchez, así como los verdes y ecologistas que han crecido en las últimas elecciones, y hasta un Alexis Tsipras de izquierda que se muestra hoy moderado.
El populismo no es el problema, es la sintomatología. Así como la fiebre te muestra una posible infección, las masas que acompañan a líderes nacionalistas que emplean estrategias populistas para definir un campo de confrontación en Europa, expresan una crisis profunda de lo que pretendía ser un proyecto de vida en común, que había sido construido en colectivo sobre las promesas y valores de la modernidad.
A lo largo de estos dos siglos la humanidad ha protagonizado o ha sido espectadora del desarrollo de tres grandes proyectos modernos: Estados Unidos, la Unión Soviética y la Unión Europea.
El populismo no es el problema, es la sintomatología. Así como la fiebre te muestra una posible infección, las masas que acompañan a líderes nacionalistas que emplean estrategias populistas para definir un campo de confrontación en Europa, expresan una crisis profunda de lo que pretendía ser un proyecto de vida en común, que había sido construido en colectivo sobre las promesas y valores de la modernidad.
Los Estados Unidos de América, construido como un proyecto revolucionario sobre la idea de la libertad, sin contener una identidad étnica preexistente como base. El segundo, también generado a partir de una revolución, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, con pretensión de ser otro faro de luz moderna para el universo, terminó en el más rotundo y profundo fracaso de la Modernidad, especialmente de la idea moderna de que la razón podía planificar el destino humano. El sueño de la razón produce monstruos, nos recuerdo aún Goya.
Es la Unión Europea otro proyecto de la Modernidad, otro sueño de la razón moderna. Aunque tenga raíces profundas en el medioevo cristiano, o en las pretensiones imperiales de algunas familias coronadas del continente, sus valores centrales se han construido sobre las ideas modernas.
El derrumbe del socialismo impulsó que el proyecto europeo se convirtiera en Europa, cosa que nunca lo había sido por completo. Y un proyecto moderno se tragó los restos del otro, ampliándose hacia el Este, absorbiendo a los antiguos satélites de la URSS, los países bálticos, Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia, Rumania y Bulgaria, entre otros, hasta limitar en su frontera oriental con Rusia, a un paso de los Urales, su límite geográfico.
Las promesas que acompañaron esa última gran ampliación eran fundamentalmente tres, las libertades democráticas, civiles y políticas, en primer lugar, el exilio de la guerra, el fin de la violencia y las conflagraciones armadas, en segundo lugar, y la prosperidad y la abundancia capitalista en tercer lugar.
Pero varias almas convivían en esa Comunidad Económica Europa devenida en Unión Europea. El paso de un mercado común, que era la visión más aceptable para la insularidad británica, a una unión política, encendió viejas alarmas nacionalistas que no se encendían desde la oprobiosa década de los 30, de ingratos recuerdos.
El fracaso de la iniciativa de una Constitución Europea fue la primera expresión de un agotamiento. ¿Existe una nación europea? ¿Cuántos se sienten más europeos que ingleses, franceses, alemanes, checos o polacos?
Luego vino la crisis de 2008 el horizonte común se volvió a desdibujar. La pérdida del sentido de lo común que caracterizó muchos rasgos de las respuestas del poder, económico y político, colocó aguas en el molino del discurso nacionalista y reaccionario.
El discurso liberal, del individuo soberano, consumidor solitario y ubicuo, anónimo y consentido por el mercado, tolerante y cosmopolita, derivó en una sensación de vulnerabilidad y de vértigo, ante un futuro sin certezas, para quienes perdieron su sentido de pertenencia a un futuro común entre las crisis de las subprime de 2008 y de la eurozona de 2011. La distancia entre ganadores y perdedores se amplió luego de la crisis. Las promesas, tácitas o explícitas, se percibieron rotas. Y esa gente vota.
El aumento de la desigualdad, la pérdida de la confianza en las élites políticas y económicas, acompañaron todo este proceso. Mucha tensión se acumuló en el seno de las comunidades locales, desigualmente golpeados por la austeridad y por los recortes, cuando se agregó un nuevo elemento.
La desestabilización del Magreb y del Mashrek tras el fracaso de la Primavera Árabe derivó, por lo menos, en la disolución de Libia y en la guerra de Siria. Pasó lo normal, la gente, desesperada ante la violencia de la desaparición de cualquier orden público, huyó migrando hacia el norte, hacia la fortaleza azul de Europa. Fue 2015 el año crítico de incremento de la migración proveniente del sur.
La presión migratoria fue importante en el Mediterráneo y en el sureste del continente. Zonas que habían recibido el impacto de la crisis económica, recibían ahora a multitudes desesperadas buscando refugio.
La Unión Europea tuvo dificultades para responder al reto migratorio de manera unitaria. En la medida en que lo buscó empezó a generar fisuras internas. En el Este el discurso de Viktor Orbán en Hungría, o de los nacionalistas austríacos, clamaban por subir los muros de la fortaleza Europa para evitar la llegada de musulmanes. La tolerancia europea estaba en tensión y en retroceso.
¿Cómo se enfrenta la nueva precarización y vulnerabilidad con la que están viviendo muchos europeos que confiaban en que la prosperidad estaba garantizada? ¿Qué tan común es el horizonte futuro que plantea Europa para mostrarse moral y políticamente superior a los nacionalismos protectores?
Entre 2014 y 2017 Alternativa por Alemania, AfD, aumentó su votación de 7 a 12,6%, criticando con dureza la política migratoria de Angela Merkel. En Francia, se pasó del 6,3% de los votos de 2009 de Jean-Marie Le Pen a 18% en 2012 y 21,3% de Marine Le Pen en 2017. Para las europeas de 2019 llegó al 23%.
En 2010 Orbán había vuelto al poder en Hungría, iniciando un proceso de autocratización nacionalista y conservador que lo ha llevado a tener el 53% de los votos en las europeas del 26 de mayo. En Polonia el partido Ley y Justicia inicia su cruzada conservadora llegando al poder y obteniendo 38% de los votos en 2015.
Europa perdió al Reino Unido de manera sorpresiva con el referéndum del Brexit en 201. Aunque aún no han podido hacerlo efectivo el proceso de suicidio colectivo prosigue luego de la caída del gobierno de Theresa May.
Los valores europeos, y el proyecto de integración, se encuentran en disputa. En la defensa de los valores de la Modernidad se encuentran líderes tan disímiles como la misma Angela Merkel, el joven liberal Emmanuel Macron, el socialista Pedro Sánchez, así como los verdes y ecologistas que han crecido en las últimas elecciones, y hasta un Alexis Tsipras de izquierda que se muestra hoy moderado.
Pero alrededor de qué horizonte común se estructura esta alianza moderna entre socialistas, liberales, verdes y populares. Los manifestantes que salen en Praga en contra del proceso de autocratización que impulsa ANO, así como las manifestaciones europeístas que aún podemos ver entre los jóvenes de Europa central y oriental, nos hablan de que las promesas de Europa aún tienen un espacio para crecer.
Sin embargo, luego de las crisis de 2008 y 2011, ¿es posible seguir avanzando en el proyecto europeo sin reestablecer unos equilibrios sociales y económicos entre los perdedores y los ganadores? ¿Cómo se enfrenta la nueva precarización y vulnerabilidad con la que están viviendo muchos europeos que confiaban en que la prosperidad estaba garantizada? ¿Qué tan común es el horizonte futuro que plantea Europa para mostrarse moral y políticamente superior a los nacionalismos protectores? Esas son las interrogantes a resolver…