Nelson Rivera (ALN).- Las prácticas de violencia, acoso sexual y discriminación afectan las vidas de la mitad de las mujeres del planeta, según las estimaciones más conservadoras. Se trata, ni más menos, de una pandemia.
En 1980 la ONU señaló que la violencia contra las mujeres era la más frecuente y masiva. Entonces se dijo que aquella calificación era el primer paso para erradicarla.
En 1991 se produjo un hecho de repercusión internacional: Anita Hill denunció por acoso sexual a Clarence Thomas, jurista que aspiraba a ingresar a la Corte Suprema de Estados Unidos. La denuncia fue desestimada, Thomas se convirtió en magistrado, pero Hill estableció un hito.
En 1993 los gobiernos del mundo, también en la ONU, suscribieron un pacto de acción contra la violencia de género. Se dijo: esto es un verdadero salto.
En 1995, la IV Conferencia de la ONU estableció que la violencia contra la mujer constituía una violación de los DDHH. Centenares de ONG celebraron lo que se consideró un giro decisivo.
Mientras tanto, las prácticas de violencia, acoso sexual y discriminación se han mantenido y afectan las vidas de la mitad de las mujeres del planeta, según las estimaciones más conservadoras. Se trata, ni más menos, de una pandemia.
Los hombres estamos obligados a incorporarnos a la lucha. En tanto que constituimos el problema nos toca ser determinantes en el cambio
Buena parte de la prensa del mundo ha coincidido, presurosa, en calificar lo ocurrido a partir del caso Harvey Weinstein como el hecho más significativo de 2017. Hay quien ha dicho: se inicia una nueva era en la historia de la mujer.
Primer comentario: el que sean famosas las denunciantes y que la propagación haya ocurrido como escándalo no garantiza que las cosas cambiarán. Al contrario: la indignación moral es efímera, se enfría con rapidez, pasa la página y deja abierto el campo para la siguiente indignación. En la sociedad de los escándalos, los escándalos son cada vez menos eficaces.
Segundo comentario: la lucha no debe ser defensiva, sino ofensiva. Los hombres estamos obligados a incorporarnos. En tanto que constituimos el problema nos toca ser determinantes en el cambio del estado de cosas. ¿Cuándo se conformará la primera ONG de hombres en contra de las violencias que afectan a las mujeres?
Tercer comentario: si algún nudo llama a una reflexión, ese es el del silencio, silencio derivado de arraigadas prácticas de censura y autocensura que asociamos con la vida personal. El silencio sobre la intimidad -que es un bien del espíritu- tiene un límite: cuando la intimidad se torna fuente de sufrimiento. Los peores casos de violencia en contra de las mujeres tienen este dato en común: silencio prolongado y tolerancia a lo intolerable.
Esta es la cultura que es necesario crear, en mujeres y hombres: romper el silencio al primer indicio. Evitar que el silencio actúe a favor del victimario.