José Manuel Rotondaro (ALN).- La cotización en precios negativos del barril de crudo WTI el lunes 20 de abril ha tenido lógicamente un impacto en los medios y en todos los que siguen el mercado petrolero. A estas alturas, tal impacto es sopesado a la luz de los elementos técnicos que se confabularon para producir ese inaudito resultado, los cuales explican el momento, la dimensión y la singularidad geográfica de lo ocurrido.
Ahora habrá discusiones si fue un fenómeno esencialmente financiero, como sostuvo horas después Donald Trump, una falla técnica de un mercado específico por limitaciones coyunturales o algo anecdótico.
Pero más allá de analizar si lo que está ocurriendo es un fenómeno transitorio o marca una tendencia definitiva para el mercado de petróleo en los Estados Unidos, conviene considerar un elemento circunstancial que está alterando ese y todos los mercados, y dos tendencias de largo plazo que sin duda colaboraron en el colapso del contrato del barril WTI para entrega en mayo.
La incertidumbre
El elemento coyuntural es la gran incertidumbre que existe sobre el curso que seguirán las principales economías del planeta en los próximos meses. Tal como destacaba nuestro editor en el diario Alnavío: “Nadie está seguro con los pronósticos”. Ningún modelo, ni los del FMI ni de los operadores en los mercados, cuenta con parámetros ciertos para predecir lo que va a ocurrir en los próximos días, no digamos meses.
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Un experto en el mercado energético, Craig Pirrong, escribía en la noche del lunes 20 que:
“El problema del almacenamiento se conoce desde hace semanas y se ha discutido intensamente. (…) ¿Qué información sobre la disponibilidad de almacenamiento surgió entre el viernes y hoy? Es poco probable que sea algo que pueda causar movimientos de precios tan caóticos”.
La volatilidad que han experimentado los mercados de valores y los de commodities en los últimos dos meses obedece fundamentalmente a la ausencia de información sólida que permita a los actores tomar decisiones en forma sistemática. Lo que queda es adoptar posiciones defensivas, utilizando el juicio experto pero con escasos elementos de referencia. La consecuencia, cambios de tendencias repentinos, con una alta tendencia a imitar lo que hacen otros ante el temor de no estar al tanto de algún dato que los demás conozcan.
Por lo tanto es de esperar que lo vivido el 20 de abril se repita no sólo en la cotización del crudo que llega a Cushing, Oklahoma, sino en otros mercados.
Más productores
Dentro de las tendencias estructurales que han alterado el mercado petrolero está la mayor diversidad de países que están produciendo y exportando petróleo y otros productos energéticos. Luego de décadas marcadas por una pugna entre un cartel de exportadores, OPEP, y otro de grandes importadores de petróleo (Estados Unidos y Europa Occidental), ese mercado se ha ido poco a poco transformando en uno mucho más complejo, con nuevos participantes, algunos cambiando de bando como es el caso de EE.UU.
Esto quedó reflejado en la tortuosa negociación que concluyó con un acuerdo de reducción de producción a inicios de abril. Por una parte, Donald Trump insólitamente asumió el papel de propiciador de un entendimiento entre Arabia Saudita y Rusia, renegando de décadas pidiendo un mercado sin convenios de restricción de oferta.
Más significativo aún fue que ese negociación estuvo a punto de fracasar por la intransigencia de México, país que no es ni miembro de la OPEP ni puede ser considerado parte de los países industrializados que buscan un precio del barril bajo.
La volatilidad que han experimentado los mercados de valores y los de commodities en los últimos dos meses obedece fundamentalmente a la ausencia de información sólida que permita a los actores tomar decisiones en forma sistemática. Lo que queda es adoptar posiciones defensivas.
Pero no es solamente la aparición de Rusia, México y Estados Unidos como actores clave por el lado de los exportadores, o de China en el bando de importadores. En los últimos 20 años han aparecido decenas de nuevos productores, especialmente en África y Suramérica. La posición de Venezuela como suplidor con una ubicación geográfica privilegiada para el mercado norteamericano ha quedado en el pasado, en la medida que sus vecinos, primero Colombia, luego Brasil y más recientemente Guyana se han unido al club de exportadores de crudo. Además está Trinidad, aunque restringido al mercado del gas.
El caso de Guyana es particularmente significativo para Venezuela. A diferencia de Colombia y Brasil, países en los cuales la producción petrolera tiene una incidencia moderada en la economía, Guyana estaría a las puertas de convertirse en un petroestado al estilo del Medio Oriente. Al iniciar su producción en enero pasado, Exxon Mobil estimó que el nivel de producción alcanzaría 750 mil barriles por día para 2025. Esto se traduce en más de un barril por día por cada habitante del país vecino. En el nivel máximo de producción per cápita en 1971, cada barril tuvo que distribuirse entre tres venezolanos.
Esta profusión de productores hará que sea cada vez más difícil lograr acuerdos de limitación de producción del crudo con impacto en el mercado. El fracaso de lo acordado entre Rusia y Arabia Saudita, con la bendición de los Estados Unidos, en cambiar la tendencia del mercado es una señal de lo que probablemente ocurrirá en las próximas décadas.
Menor demanda
Varios analistas han señalado que lo que está ocurriendo con la ’gran encerrona’ como denomina el FMI la actual crisis económica por las medidas de contención de la epidemia, es una adelanto de lo que será un mundo con niveles de consumo energético sustancialmente menores a los prevalentes hasta antes de la aparición del Covid-19.
Ya desde hace algún tiempo se vienen observando cambios significativos en el patrón de consumo de energía en países industrializados, en parte como resultado de políticas gubernamentales para reducir las emisiones de gases asociados al cambio climático, como por decisiones empresariales e individuales motivadas por razones tanto económicas como ecológicas.
Las propias corporaciones energéticas se han embarcado en un ambicioso cambio de rumbo de negocios incursionando de lleno en tecnologías que no usan hidrocarburos para la producción de energía. Estas decisiones fueron inicialmente adoptadas para mitigar el riesgo estratégico en previsión a la adopción de medidas coercitivas o financieramente costosas contra la emisión de CO2 y otros gases. Luego, los directivos de esas empresas han venido siendo forzados por los inversionistas a intensificar ese cambio de dirección, bien en votaciones en asambleas de accionistas, o a través de la venta de acciones. A esto se ha añadido más recientemente regulaciones por parte de supervisores financieros que penalizan a bancos y aseguradoras por tener en su portafolio de inversiones acciones y bonos de empresas que dependen de productos que contribuyen al cambio climático.
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Tampoco cabe descartar que la experiencia que están viviendo empresas y personas bajo las restricciones actuales para desplazarse local e internacionalmente tenga alguna repercusión de largo plazo. Habiendo aprendido cómo funcionar con toda o gran parte de la plantilla de empleados trabajando remotamente sin duda hará reflexionar a los gerentes de empresas de servicios la racionalidad de pagar 5 mil dólares al año por empleado en oficinas en los centros de ciudades como Nueva York o Londres. Igual consideración tendrán las solicitudes de ejecutivos medios o bajos, incluso altos, para viajar a eventos en otras ciudades, tomando en cuenta las facilidades de teleconferencias existentes. Y eso sin considerar mejoras sustanciales en esos servicios gracias a las lecciones aprendidas en estas semanas por sus proveedores.
Y finalmente, en más de una junta directiva habrá discusiones sobre la conveniencia de depender de proveedores distantes geográficamente, sopesando los costos de surtirse localmente o contar con inventarios mayores a los habituales frente a las pérdidas incurridas al interrumpirse las cadenas de suministros.