Nelson Rivera (ALN).- Se ha dicho que esta es la era de la información o del conocimiento. Sugiero: es la era de la saturación. Es tal el volumen de noticias, verdaderas o falsas, que comprender el mundo en el que vivimos es cada vez más desafiante.
Es demencial. La producción diaria de contenidos escapa a cualquier pronóstico. A los medios tradicionales se suma la proliferación de medios digitales y usuarios de redes sociales.
Hay que añadir, además, un torrente que no es coyuntural, sino lo contrario: la abrumadora cantidad de conocimiento que se está produciendo en cuatro ámbitos que están cambiando nuestras vidas:
1-La biología molecular y el conocimiento del ADN.
2-La neurobiología.
3-La astrofísica.
4-La digitalización de la existencia.
Se ha dicho que la nuestra es la era de la información o del conocimiento. Sugiero: es la era de la saturación. Es tal el volumen, que la aspiración de comprender el mundo en el que vivimos es cada vez más desafiante.
No sólo aumenta la brecha entre los más ricos y el resto de las personas. Otra brecha crece, quizás más estructural y riesgosa: mientras una minoría, alrededor de 5%, sigue los pasos del cambio, el resto del planeta está cada vez menos informado. Más lejos de comprender. Más cargado de prejuicios.
La producción diaria de contenidos escapa a cualquier pronóstico. A los medios tradicionales se suma la proliferación de medios digitales y usuarios de redes sociales
La saturación crea un régimen. La información se vuelve efímera y superficial. El exceso privilegia el escándalo. Se imponen las lógicas binarias: culpable o inocente, víctima o verdugo, amigo o enemigo, admirable o deleznable.
El pensamiento crítico se licúa. Proliferan charlatanes, fabricantes de noticias falsas, demagogos cuya ideología es la demagogia. Lo verdadero y lo falso se hacen irreconocibles, indisociables (Leer más: El charlatán y el demagogo son especies afines).
El ideal democrático y republicano se debilita, aplastado por los prejuicios. El descreimiento, la impaciencia y el rumor adquieren protagonismo en la opinión pública (quizás, a estas alturas, el concepto de opinión pública esté ya vaciado de realidad).
Lo más grave: no escuchamos. No nos movemos hacia la comprensión. Permanecemos ajenos a la complejidad de los tiempos. Gastamos nuestra capacidad de pensar de tuit en tuit. Estamos atrapados por las lógicas de la Inquisición 2.0. Al deterioro del lenguaje, a la procacidad en auge, se corresponde un activismo que deforma, denigra, deniega.
Consumimos noticias-basura. Hemos encontrado un solaz en la indignación moral (esa inutilidad). Resistimos a los razonamientos. Evitamos preguntarnos por la lógica o la factibilidad de las afirmaciones que circulan. Hemos olvidado la importancia que tienen las instituciones. No atendemos al peligro que representa el socavamiento moral de todo cuanto nos rodea. Cabe sugerir, a pesar del optimismo de muchos: estamos mal. Pero podemos estarlo aún más.