Rafael Alba (ALN).- La mutación en los hábitos de consumo musical introducida por el streaming afecta ya a todos los ámbitos del negocio. También a la fabricación del producto sonoro. El negocio de los músicos sin contrato discográfico basado en las distribuidoras digitales se ha convertido en el nuevo campo de batalla de la industria.
¿Cómo lo ven? ¿Creen que sería posible, en los tiempos que corren, que cualquier ciudadano (o ciudadana) del mundo capaz de componer una canción mientras, por ejemplo, cuece pasta para el almuerzo en la cocina de su casa se convirtiese en menos de un trimestre en una estrella del pop global? Pues no, pensarán ustedes. Y quizá no estén equivocados. O quizá sí. Porque los cambios que ha introducido el streaming en los hábitos del consumo musical de los aficionados son de tal calibre que los procesos de cambio en marcha aún no han llegado a su fin. La mutación de los mecanismos de fabricación, distribución y venta de los productos sonoros sólo está en sus inicios y, sin embargo, ya ha convertido en un anacronismo viejuno, o vintage si lo prefieren, aquel histórico camino del héroe, tan romántico como frustrante y lleno de ritos iniciáticos, por medio del cual los adolescentes soñadores que empezaban a tocar la guitarra en su casa terminaban convertidos en artistas multivendedores con capacidad para llenar estadios.
¿Puede o no puede alguien llegar a convertirse en una estrella sin salir de casa? Pues les repito que sí. Por lo menos desde el punto de vista de los servicios que en este momento están disponibles gracias a la tecnología y que cubren todos los ámbitos de actividad necesarios para realizar el viaje
Eso se ha acabado. Aún puede hacerse, pero en realidad ya no es necesario. La vida que se percibe en este campo representa los últimos coletazos de un dinosaurio agonizante antes de la llegada de la última glaciación. Ahora, ni hay que tomar clases, ni pasarse horas y horas en un oscuro local de ensayo con tres o cuatro compañeros (y compañeras) contagiados del mismo virus en busca de un sonido personal, ni penar por los escenarios más cutres de tu ciudad, ni llenar pequeños locales en lugares remotos. Y mucho menos esperar a que el cazatalentos de una discográfica se fije en ti, para que su poderosa maquinaria promocional y su red de intereses creados en los medios de comunicación funcionen al servicio de tus maravillosas melodías. La forma en que hoy se llega al estrellato es muy distinta y cada vez tiene menos que ver con todo eso. Sólo hay una cosa que no ha cambiado. Y que incluso se ha puesto un poco peor que antes. Amigo mío, aún hacen falta muchos contactos y unos cuantos enchufes para llegar a la cima.
Lo cierto es que para los profesionales, los músicos y las músicas, las coristas, los técnicos de sonido y los community managers, el proceso ha cambiado poco. Ellos sí que tienen que hacer el largo aprendizaje de siempre. Y buscarse la clientela cuando empiezan y encontrar la máxima visibilidad posible en todos los mundos en los que se encuentra el curro que les da de comer: el analógico y el digital. Pero esas viejas reglas ya sólo se aplican a los mercenarios. Y también están vigentes en ese viejo reducto, con forma de bucle temporal, que construyen los concursos de talentos de la televisión alimentados por la carne adolescente que vende su alma a cambio de los falsos oropeles de la fama. Sin embargo, a pesar de lo que puede parecer, estos espectáculos audiovisuales son más bien un espejismo que un verdadero oasis. Es cierto que algunos y algunas lo consiguen. Muy pocos. La mayoría terminan tan olvidados como empezaron. Con suerte encontrarán sitio en algún que otro reality fabricado a base de ídolos caídos en busca de una nueva oportunidad.
Productores de todos los estilos
Pero volvamos a la pregunta que habíamos formulado al principio de este artículo. ¿Puede o no puede alguien llegar a convertirse en una estrella sin salir de casa? Pues les repito que sí. Por lo menos desde el punto de vista de los servicios que en este momento están disponibles gracias a la tecnología y que cubren todos los ámbitos de actividad necesarios para realizar el viaje. Portales especializados que, como les decía antes, les proporcionarán lo indispensable para que el tema que se imaginaron en la ducha llegue a la playlist con mayor número de seguidores de una plataforma de streaming en poco tiempo. Eso sí. El dinero aún es insustituible. Sin él no hay apenas esperanza, a pesar de ese dicho, nunca demostrado, de que en internet todo es gratis. Y lo mejor, por supuesto, es disponer de una cuenta bancaria bien provista con su correspondiente tarjeta de crédito asociada. De esa forma, y gracias al desarrollo de los medios de pago online, se pueden contratar y pagar por los servicios de todos los aliados que son necesarios para completar el mágico proceso que convertirá en hit global la cancioncilla que imaginaron para felicitarle el cumpleaños a su último ligue de verano.
Primero necesitan un productor que se haga cargo de arreglar y grabar la canción en las mejores condiciones posibles. Normalmente, este profesional se encargará también de buscar a los músicos, los cantantes y el estudio, e incluso de arropar su voz macerada en la ducha de la casa con un envoltorio sonoro espectacular
Primero necesitan, por supuesto, un productor que se haga cargo de arreglar y grabar la canción en las mejores condiciones posibles. Normalmente, este profesional se encargará también de buscar a los músicos, los cantantes y el estudio, e incluso de arropar su voz macerada en la ducha de la casa con un envoltorio sonoro espectacular que le abra las puertas de la gloria. Bastará con que le envíe un archivo wav de calidad aceptable. O incluso un mp3 grabado con el móvil. Pero también puede seleccionar usted directamente al guitarrista que hará el solo o al ingeniero que masterizará y mezclará la pieza. Como en todo, hay un rango de precios por tema que oscila entre los 100 y los 4.000 euros de promedio. La contratación se realiza por internet en portales como Soundbetter.com, en los que se dispone de una oferta amplia y diversificada que le servirá lo mismo si lo suyo es la americana, el reggaetón, la rumba o el r&b. Puede contratar lo que desee y sin necesidad de desplazarse del salón de su casa, conseguir que su canción se grabe en Nashville, Nueva Orleans o Medellín porque todas esas localizaciones de ensueño y sus deseados estudios de grabación se encuentran disponibles ahora a golpe de un click.
Y cuando tenga por fin el producto en sus manos, con una calidad con la que no fue capaz de soñar en sus noches más felices, habrá llegado el momento de entregárselo al mundo. Si quiere puede fabricar unas cuantas unidades físicas para regalo. Vinilos o CD. Y hasta ponerlas a la venta a través de las compañías especializadas que entregan cualquier tipo de mercancía en el domicilio del consumidor. Ya saben Amazon y sus competidores. Pero, en un principio, esta opción tal vez no sea la más aconsejable. Lo primero debería ser buscar un agregador digital que coloque sus canciones en las plataformas de streaming. De ese modo sí conseguirá que su música resulte accesible para cualquier ciudadano (o ciudadana) del mundo. No se va a hacer rico en un principio porque necesitará más de 264.000 clicks en Spotify o cerca de 1,7 millones de escuchas en YouTube para conseguir unos 1.000 euros. Quizás unas pocas más si tiene en cuenta las comisiones que le cobrará el servicio contratado. Pero podrá ser escuchado, eso sí. Y hasta hay quien, con esos márgenes tan ajustados como imposibles, consigue sacarse un sueldo mensual. Sin lujos ni aspavientos, desde luego. Los agregadores funcionan bien y en 2018, los ingresos generados por los artistas sin contrato discográfico que usan estos canales aumentaron un 35% hasta sumar unos 643 millones de dólares (56,42 millones de euros), lo que supone ya un 3,5% del total del mercado. Y se trata de un negocio en crecimiento.
Y como pasa con todas las bolsas de dinero fresco detectadas por los buscadores de chollos de la era digital, llámenlos business angels si lo prefieren, la competencia aumenta a velocidad vertiginosa. Están, en primer lugar, Tunecore, CD Babby o The Orchard, el agregador de Sony, los nombres más conocidos del grupo de pioneros que empezaron a explotar la mina de oro y que aún siguen ahí. Estas empresas colocan las canciones en las plataformas a cambio de una comisión que se come parte del beneficio que le correspondería al artista, como hemos dicho. Y ahora compiten con otras muchas opciones, de ámbito local o regional. También con las distribuidoras digitales ya lanzadas o adquiridas por las discográficas y hasta con servicios alternativos de nueva creación. Muchos de ellos con una filosofía similar a Bandcamp, la plataforma más clásica y amigable con los artistas, porque cubre todos los servicios de intermediación sin abusar del sistema de pago por click, como la mayoría. El último en llegar ha sido el servicio premium de Souncloud, una plataforma bien conocida por los adictos a la música electrónica, pero que acoge en su seno a todos los artistas interesados, que por una tarifa mensual de unos 9 euros permite monetizar los tracks que el artista haya subido a esta plataforma funcionando a la vez como un agregador que no cobra comisiones por el dinero generado en los otros servicios de streaming.
Las criptomonedas y el blockchain
El crecimiento de las cifras de negocio de estos independientes que les explicábamos antes, más la necesidad de las propias plataformas de streaming de encontrar un modelo de negocio rentable, han provocado que estas compañías empiecen a funcionar también como distribuidoras digitales por medio de agregadores propios como el servicio Spotify for Artists, que ya permite a los músicos interesados subir directamente sus canciones. Y también han aparecido unos cuantos proyectos que intentan usar la tecnología de cadenas de bloques y las criptomonedas para crear ecosistemas únicos en los que todos los participantes puedan sacar beneficio económico, tanto los artistas como los clientes. Sobre todo aquellos que consigan convertirse en influencers sonoros de referencia y provoquen con sus recomendaciones que aumente el número de clicks de las canciones que patrocinen. Hay unas cuantas opciones, aunque la más avanzada de esta familia es la que proporciona Gotohear.com.
Y también han aparecido unos cuantos proyectos que intentan usar la tecnología de cadenas de bloques y las criptomonedas para crear ecosistemas únicos en los que todos los participantes puedan sacar beneficio económico, tanto los artistas como los clientes. Sobre todo aquellos que consigan convertirse en influencers sonoros
Sin embargo, todas estas facilidades sirven de poco si no vienen acompañadas de una promoción adecuada que aumente la visibilidad de los artistas en el superpoblado mundo de internet. Toca manejar bien las redes sociales siempre cambiantes y sacar todo el partido posible de YouTube, Facebook, Instagram y Twitter, entre otras. Las fabulosas redes sociales omnipresentes ya en cualquier tipo de actividad humana que ofrecen público, sistemas de promoción, mecanismos para monetizar la venta de productos e incluso posibilidades ciertas para los artistas de este mundo 3.0, de realizar emisiones en directo y de cobrar a los interesados en convertirse en asistentes virtuales de este tipo de conciertos. Claro que quizá sea necesario también en este caso contar con asesoramiento profesional para moverse en la jungla. Y, como pueden imaginarse, este tipo de perfiles laborales también han proliferado ya en la red. Aunque a veces resulte complicado aquello de separar el grano de la paja.
Se pueden contratar coaches especializados en las fórmulas adecuadas para conseguir el éxito en la nueva industria musical. Incluso algunos muy solventes que se expresan en castellano como Dani Aragón, un antiguo ejecutivo de la Cadena 40 que se ha reconvertido en gurú de la promoción virtual a través de los programas de formación a la carta que ofrece desde Musicalizza, la empresa online que ha creado. Y también, evidentemente, expertos en toda clase de marketing digital que han aprendido a aplicar sus conocimientos en el marco concreto de la promoción artística. La oferta es amplia y para todos los bolsillos. Y hasta pueden conseguirse paquetes integrados en compañías que han acreditado su capacidad de trabajar con nuevas estrellas independientes funcionando como meras proveedoras de servicio. Algunas como la emergente Kobalt, alimentadas con la inversión de la división de capital riesgo de Google y a punto de convertirse ya en la cuarta major del sector. Y otras, como las españolas Altafonte y el conglomerado que forman T-Sunami, Satélite K y Kzoo, listas para echarle un pulso a los sellos discográficos clásicos. Y con posibilidades de ganarlo. Así que ya ven. En este momento, sí que resulta posible convertirse en una estrella del pop global sin salir de casa. E incluso me atrevo a decir que dentro de unos pocos años, esta será la fórmula más habitual de conseguirlo. O eso me parece a mí.