Pedro Benítez (ALN).- Cuando un gobierno populista no tiene los recursos para alimentar el clientelismo, aplica la conocida táctica de culpar a otros de los problemas para desviar la atención. Es lo que viene haciendo el presidente argentino Alberto Fernández a lo largo de este 2020, con la ayuda de circunstancias sobrevenidas como la pandemia.
Si las cosas salen mal hay que culpar a otros. Es la máxima que viene aplicando el presidente argentino Alberto Fernández a lo largo de este 2020, y que a propósito de las honras fúnebres oficiales al astro del fútbol mundial Diego Armando Maradona acaba de volver a emplear.
La improvisación con la que su gobierno “organizó” las exequias dio pie al caos e incidentes violentos en el centro de la ciudad de Buenos Aires, dejando un saldo de 13 personas detenidas y 11 policías heridos. La falta absoluta de coordinación ante la previsiblemente masiva movilización popular llevó a que incluso miembros de las barras bravas, de algún club de fútbol de la capital argentina, ingresaran a la propia Casa Rosada, sede del gobierno de esa nación, a pocos metros de la oficina presidencial. Esto es algo que no había ocurrido ni siquiera durante la conmoción social que rodeó la caída del expresidente Fernando de la Rúa en diciembre de 2001.
En medio de la anarquía el ministro del Interior de Fernández, Eduardo de Pedro, optó por responsabilizar de los incidentes a la policía del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que gestiona Horacio Rodríguez Larreta, figura del partido del expresidente Mauricio Macri.
En su cuenta de Twitter el ministro colocó el mensaje: “Le exigimos a @horaciorlarreta y @diegosantilli que frenen ya esta locura que lleva adelante la Policía de la Ciudad. Este homenaje popular no puede terminar en represión y corridas a quienes vienen a despedir a Maradona”.
Eso pese a que fue el gobierno nacional de Fernández el que decidió organizar el funeral y por lo tanto coordinar su seguridad. Desde la oposición no tardaron en recordarle esto a los funcionarios del presidente Fernández, así como lo inadecuado de usar un lugar cerrado como la Casa Rosada en plena pandemia. El gobierno de Fernández le ha impuesto a los argentinos una de las cuarentenas más drásticas del mundo, con el consiguiente incremento del desempleo por la paralización de las actividades productivas. Pues este jueves el centro de Buenos Aires fue una bomba biológica.
Pero Alberto Fernández no podía dejar pasar la oportunidad de practicar la necrología política que por lo visto va en el ADN del peronismo. Cuando falleció la primera dama Evita Perón en 1952 su esposo, el expresidente Juan Domingo Perón, organizó exequias que duraron 16 días e hizo de ella un símbolo político de su movimiento. 22 años después le tocó el turno a él, cuando su deceso fue a su vez usado por su tercera esposa y sucesora presidencial, María Estela Martínez de Perón, con los mismos fines.
Y en 2010 la entonces presidenta Cristina Kirchner hizo lo propio cuando falleció su esposo, el también expresidente Néstor Kirchner. Su duelo personal lo extendió lo suficiente para que le sirviera de prolegómeno de su campaña de reelección presidencial de 2011.
Esto es lo que Alberto Fernández ha intentado hacer con el fallecimiento de Maradona. Sólo que le ha salido muy mal.
Las tácticas típicas del peronismo
En los 11 meses que lleva de gobierno el presidente argentino ha usado casi todas las tácticas típicas del peronismo para torear la crisis económica que heredó. Ciertamente se le ha presentado una circunstancia imprevista, pero el estilo populista al que es afecto le ha permitido usar la pandemia como una coartada para tapar otras crisis. No es el único gobierno del mundo que ha hecho lo mismo.
Ese estilo populista, quintaesencia del peronismo, es muy dado también a poner sus prioridades en buscar culpables más que soluciones. Así, Fernández lleva un año culpando de todo cuanto va mal en su país a su antecesor Mauricio Macri, al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta. El enemigo anterior, el enemigo exterior y el enemigo interior.
Con eso distrae a su base política y a sus aliados más radicales mientras negocia con el FMI, y aplica su propio ajuste económico a costa de las pensiones de los jubilados y sueldos de los funcionarios. Algo que el peronismo de calle jamás le hubiera aceptado en democracia (de hecho no lo hizo) a ningún otro gobierno argentino.
Esto es el arte de hacer populismo sin dinero. Una práctica en la que el peronismo tiene larga destreza. Si se repasa la historia argentina de 1945 a esta parte los ajustes económicos que el peronismo y sus aliados de izquierda demonizan por antipopulares, los han aplicado siempre los gobiernos peronistas. Perón en 1952, su viuda y sucesora María Estela Martínez de Perón en 1975 (el famoso Rodrigazo), Carlos Menem para detener la hiperinflación de 1989-90 y luego Eduardo Duhalde en 2002 para abandonar la convertibilidad.
Lo que Alberto Fernández está preparando es su propio ajuste económico. Todo lo que condena en sus prolongadas intervenciones públicas pero que piensa hacer porque no dispone del mismo periodo de vacas gordas que les tocó a sus jefes políticos y antecesores en el cargo, la pareja Kirchner.
Mientras tanto distrae. Hay circunstancias sobrevenidas que intenta usar a su favor. Practica un complicado juego de equilibrista entre la necesidad de no ahuyentar a los empresarios y los impulsos íntimos del kirchnerismo, desde donde se preparan leyes como la del impuesto a la riqueza que ha propuesto el diputado nacional al Congreso argentino Máximo Kirchner. Obviando el hecho de que la mayor parte del patrimonio que tienen los más ricos en el extranjero es dinero que ya está invertido, y que los gobiernos de Brasil y Uruguay están haciendo exactamente lo contrario, es decir, bajando impuestos. Con lo cual el ahorro argentino (fundamentalmente de su clase media) no deja de cruzar el Río de la Plata en busca de un destino más estable, pese a las exhortaciones presidenciales que se respaldan a su vez en las que hace el Papa Francisco.
Los resultados los pagan los pobres a los que Fernández, a falta de otra cosa, sólo puede ofrecer excusas.