Pedro Benítez (ALN).- En México una confrontación de alto calibre ha captado la atención nacional: el expresidente Ernesto Zedillo y la actual presidenta Claudia Sheinbaum se encuentran en una sonada disputa acerca de la controvertida reforma al Poder Judicial que se adelanta en ese país.
Zedillo, quien gobernó de 1994 a 2000, ha emergido como la principal voz crítica frente a las reformas impulsadas por Sheinbaum (que ya había iniciado su antecesor). Rompiendo un silencio que duró casi un cuarto de siglo, el ex mandatario ha expresado, en diversos foros, su preocupación por lo que considera la destrucción de la independencia judicial y del Estado de derecho. Alejado del flemático estilo que siempre lo caracterizó, ha calificado la reforma como una “atrocidad” y una “felonía histórica”, argumentando que su implementación hará del Poder Judicial un instrumento de Morena, el partido gobernante, debilitando así los pilares democráticos del país.
Incluso, se ha permitido señalar que la elección popular de jueces y magistrados, propuesta central de la reforma, podría abrir la puerta a la influencia de organizaciones criminales en el sistema judicial. Según él, este mecanismo permitiría que individuos sin las calificaciones necesarias accedan a cargos judiciales, comprometiendo la imparcialidad y la eficacia del sistema.
En ese sentido, el pasado 27 de abril, la revista Nexos divulgó el adelanto de una entrevista al ex presidente que tituló con una de sus afirmaciones: “En México murió la democracia. Se está creando un Estado policial”.
Y agregó: “Lo que han hecho López Obrador y sus cómplices en los últimos meses, en esta materia, es realmente el final de la democracia mexicana (…) Están queriendo destruir al Poder Judicial Federal y de los estados, sustituirlo por un poder que estará a las órdenes del gobierno y quizás de los criminales. Y lo están haciendo mediante un mecanismo de total simulación: es una farsa, es un engaño al pueblo de México, eso no es democrático.”.
Para Zedillo, quien en su gobierno encabezó reformas claves como la autonomía del Instituto Federal Electoral (IFE) y la transformación del Poder Judicial en los años noventa, los cambios impulsados por Andrés Manuel López Obrador y por la presidenta Sheinbaum representan una “regresión autoritaria” sin precedentes.
No conforme con esos señalamientos, ha ido más allá, acusando al gobierno morenista de haber desmontado sistemáticamente los contrapesos democráticos desde diciembre de 2018, mediante una combinación de clientelismo, propaganda y reformas legales. Alertó sobre la creciente militarización de la seguridad pública y denunció la construcción de un “Estado policial” similar al de regímenes autocráticos de América Latina.
“Nosotros tenemos un Ejército ejemplar, unas Fuerzas Armadas ejemplares, cuando las comparamos con América Latina, y estas personas van a destruir eso. No van a ser Fuerzas Armadas para defender la seguridad y la soberanía nacionales, van a ser Fuerzas Armadas cómplices de un gobierno autocrático y tiránico en nuestro país”, afirmó.
También agregó: “Y lo peor, y eso me angustia mucho, es que se está creando un Estado policial. Porque ése va a ser el último recurso. Ya cuando la gente esté harta y pierdan de todas maneras las elecciones, como en Venezuela, al final quedan la policía y el ejército, el espionaje, la represión, el control de los medios, para que no haya democracia, para que no haya representatividad de la voluntad de la gente”.
Como cierre, Zedillo le formuló una advertencia a las élites económicas e institucionales por su actitud ante lo que considera una deriva autoritaria. “El abuso del poder no reconoce amigos”.
Claudia Sheinbaum, por supuesto, no ha tardado en responderle con toda su munición, acusándolo de representar al “viejo régimen”, caracterizado por la corrupción y los privilegios, y al “neoliberalismo”. La presidenta ha insistido en defender su reforma judicial como un paso hacia la democratización del sistema, argumentando que la elección popular de jueces (inspirando en el actual modelo boliviano) es una medida para combatir la corrupción y el nepotismo que, según ella han prevalecido en el Poder Judicial mexicano.
También ha cuestionado la autoridad moral de Zedillo para criticar, recordando decisiones controvertidas de su administración, como el rescate bancario del Fobaproa (respuesta a la severa crisis financiera de 1994) y la privatización de los ferrocarriles. Además, ha señalado que Zedillo realizó su reforma judicial en 1994 “a su contentillo”, sin consultar al pueblo, lo que, en opinión, sí constituye un acto autoritario.
Todos los voceros de Morena, de lejos el partido mayoritario en México, han respaldado la postura de Sheinbaum en la ofensiva contra Zedillo. Ricardo Monreal, coordinador de los diputados, ha elogiado el liderazgo de la presidenta y defendido la reforma judicial como una medida necesaria para fortalecer la justicia en el país. Junto con ellos los medios afines al gobierno morenista también la han apoyado, argumentando que la elección popular de jueces va a empoderar a la ciudadanía y reforzará la transparencia en el sistema judicial.
Pero por encima de todo, han aplicando la conocida falacia ad hominem; se ataca a la persona y no a su argumento. Zedillo es, entonces, el representante de un pasado al cual la mayoría de los mexicanos no quiere volver.
Por supuesto, Sheinbaum, sus partidarios y críticos del ex presidente, olvidan de manera conveniente que él fue el primer presidente en toda la historia de México en reconocer públicamente una victoria electoral nacional de la oposición y en ceder el poder de manera pacífica. Lo hizo dos veces, cuando en los comicios de medio sexenio su partido perdió la mayoría en la Cámara de Diputados en 1997 y la izquierda ganó el Gobierno de la capital; y, luego, en diciembre del año 2000, en la elección presidencial. Con ello puso fin a 71 años ininterrumpidos de gobiernos del PRI y realizó una transición pacífica del poder, un hecho sin precedentes en ese país.
Zedillo, un académico de orígenes muy modestos, llegó por accidente a presidente debido a que el candidato destinado a ganar, fue asesinado. Por ese motivo el historiador Enrique Krauze ha dicho que el sistema de partido hegemónico mexicano (único en la práctica), comenzó con un crimen (el homicidio del general Álvaro Obregón, en 1928) y terminó con otro (el del Luis Donaldo Colosio, en 1994).
Ese trágico e inesperado acontecimiento le dio la oportunidad de ser el presidente de la transición de la democracia. Y, casi con toda seguridad, haya sido lo que lo ha motivado a romper su voto de silencio advirtiendo a sus conciudadanos sobre una deriva que tiene similitudes inquietantes con la seguida por otros países del hemisferio.